Por Ivan Schuliaquer (@ischuliaquer ) / Revista Cítrica | Son las diez de la noche del lunes 19 de noviembre. Álvaro García Linera abre la puerta de su cuarto de hotel en Retiro e ingresa a la sala donde vamos a entrevistarlo. “Hola compañeros. Perdón por la demora y por hacerlos venir a esta hora un día que no se trabaja”.
Podríamos fingir que merecemos esas disculpas. Que no vimos que llegó recién de La Paz y que se quedará en Buenos Aires menos de 24 horas. Que no sabemos que al día siguiente a las nueve de la mañana será orador en el Foro Mundial del Pensamiento Crítico organizado por Clacso. Que no vimos que su esposa y su hija lo están esperando. Podríamos fingir también que no sabemos que hablaremos con un protagonista clave del giro a la izquierda de América del Sur de principios de siglo y con un responsable fundamental de los cambios que se produjeron en Bolivia en la última década. Podríamos pasar por alto que, a pesar del operativo de seguridad que lo rodea y la comitiva numerosa que lo acompaña, durante cuarenta minutos solo seremos cinco personas: cuatro de Revista Cítrica y él. Pero no fingimos. Sabemos que entrevistar al vicepresidente de Bolivia es entrevistar a un intérprete único para pensar las luchas políticas y los logros, las limitaciones y los horizontes del progresismo y la izquierda en la región.
Desde que fue elegido como el segundo de Evo Morales en 2006, García Linera combina el tiempo intenso de la gestión con la reflexión teórica. Como dice el historiador Pablo Stefanoni, fue un pasaje del intelectual político al político intelectual. Sin embargo, su obsesión permanente sigue siendo la misma: la revolución. Desde joven su disputa había sido con la izquierda clásica boliviana a la que veía anquilosada y a la que contrapuso la cuestión del indianismo bajo una crítica central: no habría revolución posible en Bolivia sin convocar a los oprimidos de su historia, a la plebe existente en su país. Es decir, al movimiento indígena.
Desde que Evo Morales conduce el país, García Linera es su copiloto: una figura atípica en la región, donde los vicepresidentes jugaron roles menos centrales
A inicios de los noventa estuvo preso cinco años por formar parte del Ejército Guerrillero Túpac Katari, que nunca llegó a combatir, y aprovechó ese tiempo para profundizar sus lecturas, pero también para repensar sus estrategias. Cuando salió, participó de manera cada vez más activa en el debate público. A su intervención universitaria, le sumó participaciones asiduas en los medios y una militancia política que, luego de la salida de Gonzalo Sánchez de Lozada del gobierno –tras una represión feroz que dejó decenas de muertos en torno a lo que se llamó la “Guerra del Gas” en 2003–, apostó fuertemente por la candidatura de Evo Morales bajo la premisa de cumplir con su objetivo: que Bolivia tenga un presidente indígena.
Desde que el ex líder cocalero conduce el país, García Linera es su copiloto: una figura atípica en la región, donde los vicepresidentes de la larga década progresista jugaron roles menos centrales. Luego de superar severas crisis de gobernabilidad en sus primeros tres años de mandato, al vencer la agenda antidemocrática de un sector nucleado en torno a las élites de la Media Luna oriental con tres triunfos electorales consecutivos con más del 60% de los votos, Bolivia vive el período de mayor estabilidad política de su historia y es el país con mayor crecimiento económico de la región. Sin embargo, el giro a la derecha sudamericano, más profundo y marcado ante el triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil, también genera dudas en el horizonte de uno de los procesos paradigmáticos del progresismo en la región. Para sumar incertidumbre, el gobierno acarrea el desgaste de doce años de gestión y el año próximo habrá elecciones presidenciales en las que Evo Morales y García Linera buscarán ser reelegidos.
En la segunda mitad de la década del noventa usted dijo que parte central de su acción política, por ejemplo su participación asidua en medios de comunicación, tenía que ver con dar la batalla por el sentido común. A inicios de los 2000 en América del Sur parecía que el progresismo o la izquierda habían conseguido cierta victoria, por lo menos parcial. Hoy que el panorama se ha modificado, ¿en qué estado está la batalla por el sentido común?
-En buena medida toda lucha política es fundamentalmente una lucha por el monopolio de la administración y la regulación del sentido común: del espacio de las estructuras simbólicas, del orden lógico, de los preceptos morales e instrumentales que tienen las personas en la vida cotidiana. Todo lo que hacen sin la necesidad de reflexionar, pero que les permite ubicarse en el mundo y actuar en consecuencia de ese mundo.
“Toda lucha política es una lucha por el monopolio de la administración y la regulación del sentido común”
Los procesos progresistas, para consolidarse, para triunfar electoralmente, han requerido una victoria, parcial, superficial, dentro de aspectos relevantes del sentido común. En ese sentido, Gramsci tenía razón y América Latina lo mostró así: hay victorias culturales que anteceden a las victorias políticas. En algunos casos, fruto de un largo trabajo, de diez, veinte o treinta o más años, de un pensamiento de izquierda que ha logrado permear las estructuras gramaticales, digámoslo así, de la narrativa social. En otros casos, porque esta victoria cultural se ha dado en momentos más cortos, donde la historia se condensa y donde lo que uno hace en ese momento corto influye mucho. En ambos casos fueron victorias culturales que antecedieron a la victoria política, a la victoria electoral y a la posibilidad de derrotar procesos de violencia reaccionaria por parte de fuerzas opositoras.
Sin embargo, lo que estamos comprobando ahora, y las derrotas te ayudan a entender, es que la estructura del sentido común es más compleja, es más sedimentada, es más sólida, de lo que inicialmente habíamos creído. A raíz de lo que ha sucedido en Argentina, en Brasil, en Ecuador, en Grecia, uno logra entender que los procesos revolucionarios y progresistas lo que han hecho es estar en el momento adecuado cuando aspectos del sentido común, o las tolerancias morales, y cierta lógica del desenvolvimiento del mundo entraron en crisis o se quebraron. Y ahí la influencia cultural de las izquierdas se introdujo. Pero esta crisis, estos aspectos del sentido común, dejaron en pie muchos otros aspectos del sentido común que no fueron modificados: preceptos lógicos, preceptos instrumentales y preceptos procedimentales de la vida cotidiana. Parte del orden moral y parte del orden lógico. El resto estuvo intacto. De manera que cuando pasa el momento de la efervescencia popular, que es normal, cuando pasa el momento catártico, diría Gramsci, de la acción colectiva, universalista, la sociedad se repliega de manera normal, necesaria, a la vida cotidiana, a los ámbitos corporativos de su condición social, y ese otro mundo no tocado del sentido común vuelve a articularse, a resaltar, o a ser gatillado por otro tipo de fuerzas dominantes externas e internas.
“Si las fuerzas revolucionarias no tienen la capacidad de irradiarse, de sedimentar un nuevo orden moral de las cosas, su presencia es espasmódica y fácilmente reversible”
¿Y eso qué conclusiones o revisiones permite?
-La conclusión que uno saca es que un momento revolucionario existe en la medida en que algunos aspectos del sentido común se quiebran y hay un sentido de oportunidad de fuerzas de izquierda portadoras de una nueva narrativa y de un nuevo sentido común parcial. Pero si estas fuerzas revolucionarias no tienen la capacidad de irradiar nuevas transformaciones en el sentido común, el viejo sentido común conservador vuelve a recuperar fuerza, vuelve a prevalecer y subsume el nuevo sentido común parcial instaurado por las fuerzas progresistas y revolucionarias.
En ese sentido, la batalla por el sentido común no solamente había sido necesaria previa al acto catártico, previo al acto universal, previo al momento jacobino, previo al momento de inflexión, sino que es tanto más necesario posterior a ello. Y esa es la batalla más difícil.
“Bolivia puede ser vista como la última trinchera de la primera oleada progresista o como la primera trinchera de avanzada de una segunda oleada”
Es difícil tomar el poder, pero se puede. Es difícil articular un sujeto colectivo social, pero se puede. Es difícil que las clases subalternas logren la suficiente cualificación y unificación para ganar elecciones, pero se puede. Pero cambiar el sentido común… Es decir, cambiar el orden del mundo inscripto en la piel de las personas, es veinte o cuarenta veces más difícil que esas tres cosas juntas.
Entonces, si las fuerzas progresistas no tienen la capacidad de irradiarse, de sedimentar nuevo orden moral de las cosas, nuevo orden lógico y procedimental en la educación, en los medios de comunicación, en la vida cotidiana, en la vida familiar, en la vida barrial, en el ordenamiento de las acciones predictivas que las personas hacen cotidianamente con el cerebro para desenvolver sus actividades. Si no logra hacer eso, su presencia es espasmódica, es meramente superficial y es fácilmente reversible.
Esta segunda parte no la sabíamos. Muchos no lo veíamos bien. Muchos creíamos, y es parte de la herencia leninista y de la segunda oleada de las izquierdas en el siglo XX, que bastaba la férrea voluntad política. Que basta el control del poder del Estado para mantener la conducción. Y no es cierto. No es cierto.
¿Por qué no lo es?
-Porque puedes tener el poder del Estado, puedes tener una férrea voluntad política, pero si no has trabajado el mundo sedimentado como hábito, como costumbre, como educación, como tradición en las personas, lo que Marx llamaba la clase social en el año 1852. Educación, hábito y costumbre, decía, eso es la clase social. Si no has sedimentado eso, si no has modificado el orden lógico, el orden instrumental, de esa manera de ubicarte en el mundo, de responder ante el mundo, de actuar ante el mundo, sin necesidad de pensar en el mundo, los procesos son rápidamente reversibles o pueden ser influenciados de manera radicalizada por discursos y narrativas aún más conservadoras que las que derrotaste. Gatillando la dimensión racializada del sentido común, la dimensión misógina del sentido común, la dimensión intolerante del sentido común, la dimensión del miedo como ordenador del mundo del sentido común que está ahí. Eso siempre ha estado ahí. No es que lo han inventado las redes. No es que lo han inventado las iglesias. Es cientos, decenas, de años que han ido creando capa tras capa en la estructura cerebral de las personas, estructuras cerebrales compartidas. Es lo importante del sentido común: es orden lógico, moral y procedimental compartido. Y sin necesidad de decirnos nada actuamos en función de ese saber común compartido preconsciente.
“El medioambiente es un límite que no ha sabido digerir bien esta primera oleada progresista y que se presenta ahora como inevitable a ser abordada en la segunda oleada”
No habíamos entrado en el debate de cuán superficial puede ser el momento catártico en la modificación del sentido común, de cuán enraizado y cuán hecho piel, de cuán impregnado o adherido a las neuronas y a su funcionamiento está este hecho social. Entonces, aprendemos en la derrota. Cuando vemos que hay un candidato que es capaz de ganar las elecciones porque evoca y convoca al miedo, al temor, al rechazo, a la inseguridad, a la discriminación, al racismo, y que esas categorías son reivindicadas por quienes fueron fruto del proceso de mejora de condiciones de vida del progresismo quiere decir que hay algo profundo que no supiste ni verlo ni entenderlo y que los otros sí lo supieron entender.
Esto abre una nueva área de debate dentro de las izquierdas. Quizás en cierta medida los maoístas lo reflejaron con la idea de revolución cultural. Pero estaban todavía con la vieja idea heredada de la Segunda Internacional de inconsciencia-consciencia. Y la consciencia se adquiría leyendo, siguiendo al líder, cuando en verdad es mucho más que eso. No es un tema de lectura, no es un tema de pedagogía, ni de masaje a la consciencia. Es un tema de experiencia cotidiana de vida donde tienen que darse las otras transformaciones.
El sentido común había sido más fuerte de lo que creíamos, más persistente de lo que pensábamos y más decisivo de lo que inicialmente nos habíamos imaginado.
Usted ha dicho que los procesos progresistas se dan por oleadas. Hoy que podríamos decir que la oleada progresista sudamericana de inicios de siglo se terminó, ¿dónde colocamos a Bolivia? ¿Forma parte de la oleada que ya se fue o de una posible nueva oleada?
-Puede ser vista como la última trinchera persistente de la primera oleada o como la primera trinchera de avanzada de una segunda oleada. Depende de cómo uno quiere ubicarse en la historia. Hay una actitud pesimista: se acabó esto y es lo último que resiste, casi como testimonio de lo que sucedió antes. O hay otra: es la avanzada de la segunda experiencia que habrá de venir. De manera realista yo me ubico en esta segunda opción a partir de un hecho objetivo, que es que este repliegue de la primera oleada no viene acompañado de un desborde épico, emotivo, irradiante, de este neoliberalismo recargado. Porque más que un neoliberalismo 2.0, o reloaded, es una especie de neoliberalismo fosilizado. Esta reconstrucción conservadora no se presenta hoy como una propuesta de esperanza, sino de rechazo y de odio, cimentado en ese viejo sentido común que ha sido gatillado, sobreexcitado, reactualizado.
“En América Latina hay una especie de revival temporal de las propuestas neoliberales. No es que va a caerse. Nada se cae si uno no lo hace caer”
La victoria de los años setenta y ochenta del neoliberalismo estuvo marcada por una esperanza. Por lo tanto, como algo que se irradiaba y se presentaba como un destino inevitable. Hoy eso aparece meramente como una especie de rechazo.
Es decir, como narrativa es una narrativa fallida. No es una narrativa que despierta los entusiasmos y las esperanzas propositivas de la gente que es cuando se dan las ideologías expansivas o las hegemonías expansivas. Se presenta como una especie de contención de la plebe. Como una especie de castigo y de sanción de sus insolencias. En ese sentido, es una hegemonía trunca. Pero en segundo lugar porque los soportes de esta propuesta se muestran igualmente cansados, contradictorios.
En su momento Thatcher decía “no hay alternativa”. Reagan decía “hagan caer el muro”. Fukuyama decía “se acabó la historia”. Los periódicos, los medios, los intelectuales, los mismos izquierdistas decían “no hay más camino que este”. Hoy no. Hoy los que decían que no hay más camino que este se vuelven proteccionistas. Thatcher, Inglaterra. Los que habían sustentado el crecimiento ideológico, cultural, y casi religioso del neoliberalismo, como la nueva religión del siglo XX ahora se han vuelto proteccionistas y están en contra del librecambio. Y son los comunistas los que están propugnando el librecambio y la globalización. Es un desorden. Es un desorden. ¿Cuál es el sentido de todo eso? Y encima los que propugnan el librecambio tienen una economía centrada con fuerte presencia de empresas estatales. Y los que alabaron la empresa privada como fundamento de la economía hoy son proteccionistas y se enfrentan en desventaja a los comunistas que son los que hablan de librecambio. Se han invertido los órdenes, no hay un destino compartido. Están en guerra comercial: propio de los momentos del declive de una hegemonía, propio del cansancio de una narrativa unificadora del planeta. Y en ese contexto en América Latina hay una especie de revival temporal de las propuestas neoliberales. Es una especie de neoliberalismo tardío al que veo débil. No es que va a caerse. Nada se cae si uno no lo hace caer.
«Los neoliberales ahora se han vuelto proteccionistas. Y son los comunistas los que están propugnando el librecambio y la globalización. Es un desorden».
Va a depender de la organización de los sectores subalternos, de recoger las experiencias buenas de esta primera oleada de gobiernos progresistas, con la comprensión de que la historia no tiene un destino ineluctable, que es siempre una contingencia, que depende de las cosas que uno hace, de las cosas que uno predice que va a hacer el otro, y de las cosas que hace el otro a partir de lo que hace uno.
¿Cuáles fueron las novedades y aciertos de los gobiernos del giro a la izquierda y cuáles fueron algunas de sus limitaciones?
-América Latina ha sabido superar el viejo debate sobre el sujeto de la historia para entrar sin mucha teoría a una manera más flexible, más plural, de la construcción de los bloques sociales con liderazgos flexibles, multisituacionales, multicivilizatorios y multiidentitarios: indígenas, obreros, pobladores urbanos. Y no se ha hecho mucho problema con esta forma plebeya, más flexible, de la constitución del bloque de lo popular. La izquierda ha sabido también superar la vieja limitación del siglo XX en torno a la libertad porque ha participado de la construcción de voluntad colectiva sin coacción, sin necesidad de reprimir, ni de encarcelar, ni de guillotinar como hizo Robespierre. Ha ganado las elecciones mediante ese mecanismo, las ha perdido y las puede volver a ganar.
Ha sido más permeable a los debates plurales de la sociedad compleja contemporánea. Incorporar, al menos dialogar, con el movimiento despatriarcalizador. Dialogar, incorporar, ser dirigido o respetar el movimiento descolonizador de pueblos indígenas. Incorporar los lenguajes y la flexibilidad desterritorializada de las identidades obreras híbridas contemporáneas que no se asientan ya en la fábrica, en la gran empresa, ni en el barrio obrero, sino que son más nómadas. Es decir, estas izquierdas han tenido esa gran flexibilidad para ubicarse en la complejidad líquida de la sociedad contemporánea, han reivindicado el valor de la libertad social, la búsqueda de la igualdad. No han podido avanzar en términos de una economía fundada en la solidaridad, no lo han logrado. Es muy poco tiempo para ello, pero está abierta esa compuerta. Estas son herramientas positivas que han permitido una reinvención del discurso de izquierda contemporáneo.
«Sólo garantizando una economía de mejora de las condiciones de vida, se ha de impedir que las nuevas clases medias populares sean absorbidas por el discurso conservador»
Y a la vez hay límites que han aflorado. El tema del medioambiente es un límite que no ha sabido digerir bien esta primera oleada y que se presenta ahora como inevitable a ser abordada en la segunda oleada. El tema de una economía sustentable. Que tenga un crecimiento sustentable sin que sea ecológicamente destructiva. Es un debate que lo percibió esta primera oleada, pero no lo pudo abordar. Por eso queda como tarea hacia futuro.
La economía es algo que no se tomó bien y no se le dio tanta importancia en el proceso de la primera oleada. Se pensó que era más poder de Estado y voluntad política. Y no basta, es también la economía. Solamente garantizando una economía que vaya dando pasos graduales de crecimiento, o de sostenibilidad de la mejora de las condiciones de vida, se ha de impedir que las nuevas clases medias populares sean absorbidas por el discurso conservador de las viejas clases medias aterrorizadas por el ingreso de la plebe en sus predios.
Y lo que hablamos al principio: la importancia del sentido común, la comprensión de que el momento catártico remueve capas superficiales del sentido común dejando en pie capas profundas del sentido común conservador, y que ahí está otra batalla.
Entonces, hay un conjunto de logros que renuevan las izquierdas y un conjunto de errores, de límites, que se han visibilizado en esta primera oleada y que una segunda oleada tendrá que saberlo recuperar muy pronto porque va a seguir habiendo mucha conflictividad y mucha inestabilidad. El mundo no tiene norte ni horizonte hoy. Y eso es un momento de incertidumbre en torno al porvenir. Y nadie puede sobrevivir con mucha incertidumbre.
Las revoluciones son un ejemplo de eso. Nadie puede sobrevivir perpetuamente en la incertidumbre. Los seres humanos necesitamos una creencia, una adhesión. Si no, nos las inventamos. Somos seres de creencias. Somos seres simbólicos por sobre todo. Entonces, estos momentos de incertidumbre generan posibilidades, tensiones, miedos, búsquedas. No puede durar mucho. Más pronto que tarde la siguiente década tendrá que fijarse opciones de futuro. Conservador puede ser. Un nuevo mecanismo de reproducción de capital. Acumulación ampliada del capital, nuevas tecnologías, puede ser. O nuevas búsquedas de regímenes posneoliberales. Ambas cosas están abiertas. Si uno es progresista, revolucionario, debe empujar esta línea para que en la década que viene lo que salga como opción sea una certidumbre progresista y no una certidumbre conservadora, pero eso está por definirse en esta década.
«Los pobres que se volvieron clases medias votan en contra de los que los volvieron clases medias. No es una traición, es un razonamiento obvio»
Está bien que el sociólogo describa estos tiempos de incertidumbre y de caos planetario en las personas, pero no puede durar indefinidamente. El ser humano siempre necesita una creencia a la cual aferrarse. Que es lo que da sentido y ordena el mundo. Hoy este mundo desordenado provoca, como decía Gramsci, el tiempo en que aparecen los monstruos. Pues no pueden aparecer durante mucho tiempo muchos monstruos porque te devoran. En algún momento tienen que desaparecer los monstruos y aparecer un camino más o menos factible, creíble y apostable de la vida. Por eso soy optimista.
Pasando a la situación regional, ¿de qué manera se convive desde Bolivia con un contexto adverso, cuando varios países sudamericanos giran a la derecha, y hacia una derecha que tiene en el centro de su agenda deshacer lo que hicieron los gobiernos previos?
-La primera cuestión es reforzar la cohesión interna. Reforzar la cohesión interna no solamente es un tema de voluntad política, de reafirmar tus principios, tus creencias fundamentales, tus conquistas, sino sostenibilidad en el tiempo del bienestar gradual que vas logrando. Es la mejor receta. Cuando se interrumpe esa sostenibilidad en el tiempo surgen los monstruos.
En el discurso del sentido común estos sectores populares emergentes, que ya no tienen el discurso reivindicativo de abajo sino el discurso acumulativo del centro, si no ven la perspectiva de estabilidad y ascenso fácilmente caen en la lógica discursiva y de sentido común tradicional predominante. Es la paradoja. Los pobres que se volvieron clases medias votan en contra de los que los volvieron clases medias. No es una traición, es un razonamiento obvio. Si uno lo ve de manera fría, de cómo procede la lógica social, si has experimentado esto, la inclusión, y esto está en riesgo por las malas decisiones económicas de los gobiernos, este discurso te capta para enfrentar a los que promovieron ese ascenso. Pero si la lógica del ascenso es sostenible, estos sectores van a crear una nueva clase media con otro tipo de pensamiento que va a contener la reacción rabiosa y visceral de la vieja clase media invadida por los advenedizos. ¿Todo depende de qué? De la economía. El mundo de las ideas y de los signos va a jugarse en decisiones económicas. Entonces, la cohesión interna del país para soportar presiones externas va a radicar en tus éxitos internos.
«Si has experimentado la inclusión y esto está en riesgo por malas decisiones económicas de los gobiernos, el sentido común tradicional te capta para enfrentar a los que promovieron ese ascenso»
La segunda cuestión: promover políticas de respeto y de no intervención en un entorno adverso. Prácticas pragmáticas. Y tercero, diversificar tus puntos de apoyo. Nuevos aliados: en Europa, en Asia, en donde puedas, para no quedar aislado.
Cohesión, contención, irradiación para sobrellevar este momento adverso en espera de que los veinte por cientos propios de este tiempo, los veinte por ciento del Frente Amplio en Chile, el veinte por ciento del Frente Amplio en el Perú, el veinte por ciento de los amigos de Podemos en España, el cuarenta por ciento de los compañeros del PT en Brasil, a mediano o corto plazo puedan cambiar el sistema político de sus países. En tanto pase eso, cohesión, contención, irradiación. Es una política defensiva. Hasta que pase la tormenta.
Fotos: Viojf y Vicky Cuomo