Había un viejo en el pasaje Bollini, cincuenta años atrás, cuando Bollini era de veras un pasaje de un barrio hacia tantas fantasías, con sus zaguanes en penumbras, con sus casas petisas y gastadas y abandonadas, un viejo que te decía, frunciendo la cara, desde un banquito de madera, asiento redondo, de tres patas, ¿Y esto qué me significa?, cada vez que le hablabas de algo de lo que nunca había oído hablar. A veces te largaba: ¿Dónde lo encontraste escrito?
Ese es el punto focal del malentendido que está conduciendo hacia un pozo ciego a esta humanidad demasiado negligente y deshumanizada. ¿Y esto y aquello y lo otro, qué mierda me significan? Hay un abuso de adjetivación y palabras sin sustento que arruina cualquier conversación.
¿Qué me puede significar, por caso, que me hablen de un tal intelectual orgánico? ¿Una zanahoria que piensa y medita? El intelectual, palabra de insinuación burguesa y en cierto modo altiva, se supone que usa su intelecto, su capacidad única de discernimiento, para ir más allá de las cosas. Debe quebrar y eludir límites, buscar la región fronteriza de las cosas, de los sucesos. Debe sentirse libre de escribir, decir y callar lo que le dé en gana. Desde luego, tendrá que pagar un precio por eso. Unos le dirán que es un gran tipo y otros le dirán que es un gran hijo de puta. Es, no se crean, un precio alto. Mejor dicho, un precio tan feo como injusto. El intelectual orgánico, en cambio, no existe. A menos que sea el resultado del florecimiento de una semilla orgánica que a lo largo de su desarrollo ha sido protegida y alimentada por recursos puramente orgánicos.
A partir del momento en que se siente orgánico, con ciertas ataduras a un proyecto político, a un gobierno, o, si se quiere, con cierta predisposición a la ceguera, ese tal intelectual no es más que otra pieza de un organismo. Del sistema. Es un tipo que ha hecho una pausa en su facultad de pensar. No se trata de juzgarlo sino de hacérselo saber. Tarea quizá vana, porque muy probablemente te responda: ¿Y esto qué me significa?
La culpa de esta parrafada la tienen los intelectuales del Espacio Carta Abierta, los que idean, reflexionan y al final se ponen a hacer circular en la sociedad un comunicado, o una Carta, para explicarle a toda la ciudadanía el estado de las cosas. Como la número veintiséis, del mes pasado, cuyo primer párrafo ya te hunde en una especie de letargo:
“La vida política e intelectual argentina, en lo que ambas se compenetran, ha sufrido enormes convulsiones en los últimos años, especialmente si tenemos en cuenta la necesidad de pronunciarse ante los constantes aspectos de singular dramatismo que componen la escena pública”.