El hombre común y ordinario llama por teléfono a Defensa Civil, tipo dos de la mañana, totalmente ido y desencajado al cabo de un día de televisión y radio sin pausa. Al cabo de un día de barrizal de voces, de palabras deshabitadas. Y le pregunta si ellos también se ocupan de prevenir las catástrofes, más allá de llegar al lugar después de haber ocurrido la catástrofe.
-No le entiendo, señor.
-Es que hay un escape muy peligroso en mi casa.
-¿Gas?
-No, no. ¡Ojalá fuera gas! ¡Estoy sufriendo un escape cerebral, la tan mentada fuga de cerebros! ¿Entiende la magnitud de lo que le estoy diciendo? Mi cabeza ha entrado en la fase cinco del desbaratamiento. Y temo que si no llegan a tiempo, la humanidad entera, el mundo entero, digamos, se va a ir al carajo. Ni hablemos del edificio, ni de la manzana, ni del barrio
-¿Desde qué barrio me llama?
-San Telmo.
-No me haga perder el tiempo, señor. San Telmo y usted ya no existen. Pasaron cosas.