Por Violeta Moraga (@violemoraga) / Colectivo Al Margen | Se convierte así en la primera novelista indígena en Argentina en utilizar el género literario para contar la historia de su propio pueblo, la defensa de su cultura y su tierra. Publicada por una gran editorial -como es Planeta- se encarga de aclarar que si bien es una novedad, son muchos los que escriben en estas tierras.
Sobre el andar que significa sumergirse en la escritura, la historia que relatan estas páginas y los próximos proyectos hablamos con ella, comenzando por el núcleo de esta novela histórica que refiere a la llegada del ferrocarril británico a la Patagonia y el impacto que tuvo sobre los pueblos pre-existentes Mapuche y Tehuelche. Pero que también narra una historia de amor.
“Empecé a tener el deseo de escribir esta historia en el 2008 cuando viajé a Irlanda. Allí tuve la oportunidad de conocer a un ferroviario irlandés que me contó lo que sabía de las políticas coloniales británicas en el mundo y en el trazado del ferrocarril. En esa charla me pidió que le explique por qué en Argentina se llevó adelante todo un proyecto ferroviario que respondía al esquema colonial que tenían los británicos en sus colonias, si Argentina era una república libre. Se quedó asombrado cuando le empecé a contar la relación del Estado argentino con las comunidades. Era la primera vez que a él le revelaban tanta información respecto a la relación entre los pueblos indígenas y el poder británico y entonces me dijo: tenés que escribir”.
Ahí quedó la idea dando vueltas como una semilla que espera su tierra. Pasaron algunos años y llegó el 2015: “Ese año tuve una situación de salud compleja y entré a desesperarme. Me dije, no quiero irme de este mundo sin haber escrito, sin haber contado, sin haber dicho. Entonces empecé a resolver y en el 2016 tuve la oportunidad de llegar a la editorial Planeta. Se mostraron predispuestos y encaramos un contrato”, detalla.
Fueron dos años de escritura en momentos difíciles: “Hubo mucho dolor que atravesó a nuestro pueblo y tuve que dejar de escribir para ponerle, literalmente, el cuerpo a las balas y comprometerme con lo que estaba pasando, que era casi una repetición de lo que yo venía recaudando como historia. Fue muy doloroso, lloré mucho escribiendo la novela”.
– ¿Cómo abordar un eje tan emblemático como es el ferrocarril y lo que significó ese atravesar de las vías por el territorio?
-Una de las cosas que me llevó a escribir fue mostrar cómo los territorios tienen memoria y cómo de algún modo si no se repara, si no hay memoria, verdad y justicia, se vuelve a repetir la historia. Al mismo tiempo, es un relato que aunque escribí con rabia por lo que estaba viviendo y hubo mucho dolor, también traté que tuviera un diálogo amable y amoroso con el lector, más allá de la subjetividad. Quise que conocieran la cosmovisión, la espiritualidad, el sentido de nuestra lucha, nuestra historia, nuestra resistencia, nuestra dignidad, sin tantos reproches.
– ¿Cuál es el hilo de la novela?
-Es una historia de amor, de encuentro y desencuentro de una mujer-medicina del pueblo mapuche, que elegí apropósito en esto de recuperar la dignidad y la fortaleza que nos habita a las mujeres indígenas, a las que nos han dejado relegadas en el rol de la eterna sirvienta. Quería mostrar que hay otros roles que cumplimos que eran fundamentales, que eran de mucho poder, como ser mujeres medicina.
“Sangre mapuche y tehuelche corre por las venas de la narradora, que ha decidido dar testimonio de su comunidad y de sus raíces indígenas, para que la memoria le gane la partida al olvido que quieren imponer los promotores del progreso. Con el fin de extender el ferrocarril por el sur argentino, una compañía inglesa lleva adelante la apropiación del territorio mapuche, y las familias se ven obligadas a abandonar sus rukas en busca de otros lugares donde asentarse”, sintetiza la sinopsis y Moira amplia: “La protagonista es una mujer joven que se encuentra con Liam O’Sullivan que es un ferroviario irlandés que llega a la Argentina escapándose de todo lo que estaba pasando en su país. Por error había matado a un policía británico y tenía como alternativas, la cárcel, la muerte o el exilio: elige el exilio y se viene a Argentina y termina trabajando en la Patagonia, en el ferrocarril, para su histórico enemigo. Ahí se encuentra con el pueblo mapuche, siente simpatía y también le llega el amor”.
– ¿Cómo fue el proceso de estos años de escritura?
-Tuvo una primera etapa de mucha investigación y ahí conté con apoyos que fueron ayudando con la apoyatura. Después vino el parto propiamente, que era ir escribiendo. Hubieron personajes que me atraparon mucho, por momentos fue muy divertido y por momentos doloroso. También lloré de amor, porque esta novela empezó entre la enfermedad y un amor muy fuerte que me atravesó. El amor es una fuerza que nos atraviesa y trasmuta todo. Nos convierte en otros seres. Vamos evolucionando y elevándonos como humanidad en la medida que somos tocados por el amor en sus diferentes formas y modos. En la novela, además, nadie es enteramente malo ni enteramente bueno. Hay de todo. Esos matices que corresponden a la propia humanidad y el protagonista es el amor: el amor a la tierra, a los pueblos, entre abuela y nieta, suegra y nuera, hombre y mujer. El amor como una fuerza transformadora.
– ¿Volvés a embarcarte en un próximo libro?
-Sí, ya estoy escribiendo el segundo: Los caminos del cilantro. De alguna manera un homenaje a las guardianas de las recetas indígenas. Reivindico la identidad gastronómica como un paso a la soberanía alimentaria y paralelamente voy contando la parte que queda irresuelta en el Tren del olvido. Me pareció que era importante conocer lo que pasa después de que se estatiza el ferrocarril. Aparecen otras generaciones y así como la primera novela plantea el despojo, en “Los caminos del cilantro” aparece este otro momento histórico que es el retorno a la tierra, las recuperaciones territoriales.
– Y luego las privatizaciones…
-Una vez que nos reconciliamos con el ferrocarril y muchas comunidades se levantan alrededor de los pueblos ferroviarios y encuentran formas de traslado y comunicación, viene Menem y privatiza todo. Destruye los pueblos, la comunicación y todo lo que tan difícilmente se había construido. Entonces también un poco contar eso: al final el progreso siempre es una entelequia. Cuando crees que te sirve para el buen vivir, como derecho, te lo arrebatan porque viene otro espejito de color que va a traer la panacea de la abundancia y los pueblos una y otra vez vuelven a construir desde las cenizas. Es necesario hacer una revisión de la historia, el Estado tiene que asumir los errores y las crueldades que cometió y los pueblos deben juzgar esos crímenes para que no se vuelvan a repetir.
Equipo de Comunicación Popular Colectivo al Margen (@bondialmargen)
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