Una cosa es decir lo siento mucho por todo el malestar que les causé, y si mis principios les parecieron fuera de lugar ahora tengo otros, y acto seguido mandar a dormir a todo el mundo, y muy otra cosa es decir soy un idiota, un hipócrita, otro gran lector de las obras de Sócrates, un tipo que recién a los quince años caminó solo por una calle, un inútil (en el sentido más lato de la palabra), un alcornoque, y, después de haber dicho todo esto, decir: les pido disculpas por mi abrumadora tosquedad, por mi cráneo en tinieblas y la sed de ambición que han dominado mis actos durante estos años y que han ocasionado este desastre. Lo siento mucho.