¿Qué cuernos tiene que ver el secuestro y posterior asesinato de Axel Blumberg, en el año 2004, con el asesinato de Fernando Báez Sosa? Nada. Ni un mísero lugar en común. Pero Blumberg echó mano de la situación y se metió en el acto de ayer en las puertas del Congreso. ¿Qué cuernos tiene que ver la vida de Fernando Báez Sosa, pibe humilde, que hacía trabajos comunitarios, con la patria que el decente señor Blumberg anhela fundar, es decir, un territorio virgen e inmaculado, hecho de rejas, uniformes, cepos, mazmorras y patíbulos en cuyo umbral, en letras de neón, titile la advertencia: “Prohibido el ingreso con negros, mestizos, pobres, indigentes, habitantes de asentamientos, desocupados y demás especies bárbaras. Prohibido, en fin, ingresar con otro”.
Todos los canales de televisión, todas las radios, se ocuparon de acercarle un micrófono, de enfocarlo con una cámara. Y entonces, con una sonrisa miserable, dijo, entre otras cosas: “Lo que tenemos en el país es falta de orden. Si usted tiene que por la calle van encapuchados con un palo, que nadie les dice nada y van y le pegan a la policía, los jóvenes copian. ‘Si ellos lo pueden hacer, yo también’, piensan, y así llegamos a estas cosas. Es importante que la gente apoye y hoy esté acá».
Soy extranjero de la Argentina racista, aristocrática y fóbica que promueve el honorable y decente señor Blumberg; de la Argentina de Videla, Agosti, Massera; de los argentinos que de buen grado aplastarían con su vehículo a los trabajadores desocupados que cortan rutas y calles, familias sumergidas en la miseria que los argentinos decentes comparan con las sagradas vacas de la India, porque todos los ciudadanos bien nacidos deben someterse sin rodeos a su enojosa presencia, porque nadie puede hacerlos a un lado, porque nadie puede eliminarlos.