Por Sergio Rodríguez Gelfenstein | Nunca estuvo en mi intención dar continuidad inmediata al artículo de la semana anterior, sin embargo la inusitada cantidad de mensajes recibidos de parte de los lectores por una parte, y la constatación a través de un hecho relevante de la certeza del análisis por otra, me han obligado a hacerlo.
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No se trata de fanfarronería ni auto elogio, más bien pienso que, sin saberlo me adelanté una semana al mejor contexto para documentar, la idea si nos atenemos a las declaraciones de la vocera de la Casa Blanca Jen Psaki quien ha confirmado la hipótesis planteada a través de una declaración oficial del gobierno de Estados Unidos respecto del asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi en Estambul, crimen que según un informe hecho público por los servicios de inteligencia de Estados Unidos fue perpetrado por el heredero de la corona saudí y gobernante de facto de ese país Mohamed Bin Salman.
En una revelación insólita, durante una entrevista con CNN la vocera Psaki afirmó que: «Históricamente, […] no hubo sanciones impuestas contra los líderes de los gobiernos extranjeros donde tenemos relaciones diplomáticas e incluso donde no tenemos relaciones diplomáticas».
¿Alguien en su sano juicio puede creer tamaña mentira? Más que sanciones, se puede hablar incluso de crímenes. Durante la administración de Barack Obama del que formaron parte tanto el actual presidente Biden como la propia Psaki se produjo por instigación, captura y asesinato del líder libio Muamar Gadafi por parte del gobierno de Estados Unidos. Lo confesó la propia secretaria de Estado Hillary Clinton cuando derrochando sonrisas dijo refiriéndose a tal crimen: “Fuimos, vimos y él murió”
De la misma manera, la falacia de Psaki resulta alucinante cuando se lee en Venezuela, donde el gobierno de Estados Unidos le puso precio a la cabeza de su presidente constitucional. Se sabe que a Psaki le pagan por emitir las mentiras oficiales del gobierno de Estados Unidos, pero en este caso tendríamos que suponer que lo hizo bajo efecto de las drogas.
Dando continuidad a su diatriba embaucadora, Psaki agregó en la misma entrevista que Estados Unidos creía que “…hay medios más eficaces para asegurarse que esto no va a volver a ocurrir” [el asesinato, descuartizamiento y desaparición de una persona], lo cual deja a las claras que esa práctica en el mundo solo depende de la voluntad y decisión del gobierno de Estados Unidos.
Finalmente, la “guinda del pastel” fue expuesta cuando Psaki aseguró que se debe “…dejar lugar al trabajo con los saudíes en las áreas donde hay mutuo acuerdo, donde hay intereses nacionales de Estados Unidos». Triple sic diría Alfredo Jalife-Rahme. Es decir que con claridad la vocera ha anunciado al mundo que solo los intereses nacionales de Estados Unidos pueden justificar el crimen, el asesinato y la delincuencia organizada y que sólo el interés nacional de Estados Unidos permite acreditar que otros lo hagan. Esto ha sido llamado por Psaki la forma como “luce la diplomacia”.
Hasta el Washington Post, gran promotor de Joe Biden ha expresado estupor por la noticia. Fred Ryan, editor y presidente ejecutivo del diario de la capital estadounidense en un trabajo de su autoría denunció el lunes pasado que desde el momento que Biden exime de responsabilidad a Bin Salman, le ha dado su aval para que continúe asesinando a cambio del respaldo a los intereses de Estados Unidos en Asia Central donde Arabia Saudí juega un papel fundamental. Ryan alegó que pareciera que “bajo la Administración de Biden, los déspotas que ofrezcan un valor estratégico momentáneo para Estados Unidos pueden conseguir `un pase para un asesinato gratis´”.
De esta manera uno puede comprender los avales de Estados unidos a los gobiernos narcotraficantes de Honduras y Colombia. Por cierto, este 1 de marzo, el Departamento de Estado de Estados Unidos, certificó a Colombia en la lucha contra las drogas durante el año 2020. Esto permitirá que Washington le siga entregando a Colombia una sustancial cantidad de dinero que servirá para continuar financiando los falsos positivos y el asesinato de dirigentes sociales y ex combatientes desmovilizados de las FARC en el camino de la guerra perpetua que el uribismo ha propuesto como futuro para Colombia.
De esta manera también, Colombia fue autorizada por Estados Unidos para producir “sólo” 450 toneladas de cocaína. Así, Washington, puede justificar la presencia de sus bases militares en el país, la intervención en la región disfrazada de lucha contra el narcotráfico, la membrecía de Colombia en la OTAN y la actividad de la Cuarta Flota en el Caribe, todo a cambio de 450 toneladas de cocaína para el consumo de los jóvenes estadounidenses que tendrán que podrir su cuerpo y enfermar su alma a favor de los intereses nacionales de Estados Unidos.
En el plano global, a la propuesta de Rusia y China de avanzar en negociaciones que transmitan una voluntad de paz y seguridad al planeta, Estados Unidos ha respondido en voz del almirante Charles Richard, jefe del Comando Estratégico de Estados Unidos (STRATCOM), quien en un artículo publicado en la revista Proceedings, del Instituto Naval de su país, pocos días después de inaugurarse el gobierno de Biden, recomendó que Estados Unidos cambie “su supuesto principal de que ´el empleo nuclear no es posible` a ´el empleo nuclear es una posibilidad muy real`, y actuar para afrontar y disuadir esa realidad”. El alto jefe militar, responsable de la disuasión nuclear de las fuerzas armadas de Estados Unidos agregó que en condiciones de ausencia de cambio” estamos en el camino, una vez más, de prepararnos para el conflicto que preferimos, en lugar del que probablemente enfrentaremos”.
Joe Biden comprendió rápido y perfectamente el mensaje que le enviaron las fuerzas armadas, ordenando un bombardeo a Siria a fin de decirle a sus militares y al Complejo Militar Industrial (CMI) que él no era menos que Obama y Trump cuando de la defensa de los intereses nacionales de Estados Unidos se trataba. Claro, el interés nacional de Estados Unidos está fuertemente imbricado con el interés particular del CMI. De hecho, el límite entre ambos es tan difuso que no se sabe por dónde pasa.
De esta manera, más rápidamente de lo que se pensaba el giro de la política exterior anunciado por Biden, se quedó solo en intención. Los que lanzaron loas al nuevo presidente y al partido demócrata tendrán que entender de una vez por todas que no existe un imperialismo bueno.