“La dura realidad no permite a las masas pensar el Poder, sino resistir para sobrevivir”.
Rodolfo Walsh
Por Carlos Saglul | En Argentina y en el resto de América Latina no existió una revolución burguesa como en los Estados Unidos. El Estado en manos de la oligarquía sufrió sucesivos cambios donde las reformas siempre estuvieron al servicio de los intereses del Poder Económico y limitadas, como en todo sistema colonial, por la división internacional de la producción y el trabajo. Según la época nos toco ser productores de cuero, carne, cereales o minerales, siempre materias primas sin valor agregado.
No en vano, el Estado liberal oligárquico se consolida en un contexto internacional donde el Imperialismo Británico alcanza su rol hegemónico. Por entonces había logrado vencer a China en la Guerra del Opio, lo que permitió la libre comercialización de esa sustancia en el inmenso mercado chino. Hasta ese momento, China había sido el taller del mundo. Por dos milenios acumularon gigantescas reservas de plata. Los ingleses impusieron una nueva divisa: el opio. A partir de allí nace una nueva esquela de división internacional del trabajo que reserva a los países del Norte Europeo el papel de productores de bienes industriales. Al resto del mundo nos quedó proveer materias primas baratas y mano de obra, aún más barata.
Al saqueo le dicen subdesarrollo
La supervivencia de este modelo es la que genera terribles contradicciones en el desarrollo de los pueblos del continente. Todas las industrias que podrían ser útiles a un modelo de desarrollo distinto, si bien no dejan de existir, tienen un desempeño desigual, insuficiente, aparecen y desaparecen. Nos dicen subdesarrollados cuando en realidad somos dependientes y saqueados. Gracias a la asociación entre oligarquías locales y el capital multinacional, nuestro destino conlleva el mandato de eternizarnos como proveedores de materias primas, productos sin valor agregado.
Todos los gobiernos que intentaron contradecir este modelo cayeron. Las fake news no son cosa nueva. Juan Perón escapó en medio de enormes denuncias de corrupción. Antes, Hipólito Yrigoyen fue preso a Martín García bajo los mismos infundios. Conservadora en lo político, liberal en lo económico, es mentira que la oligarquía abomina del Estado como dicen muchos de sus comunicadores.
Necesita al Estado y sus dispositivos. Con los fondos públicos se construye toda la infraestructura para sus campos o empresas, en general asociadas al capital multinacional, carreteras, obras de alumbrado, transporte de energía.
De la banca pública toman créditos a tasas ruinosas para el país, obtienen jugosos subsidios para sus exportaciones.
Es más, el Estado invierte en todas aquella áreas de riesgo donde ellos jamás pondrían un mango, porque la “ley de mercado” hace rato rige solo para los giles, los que no están a la sombra del Poder.
Ayer los trenes, hoy la Hidrovía
Como antes los ingleses controlaban los Ferrocarriles Latinoamericanos para llevarse los recursos y ponerle precio de remate a los productos de nuestro suelo, ahora el capital multinacional quiere controlar las vías fluviales, los puertos. A nuestros ríos, cuya soberanía defendieron con su sangre Juan Manuel de Rosas, José Artigas, les llaman desde el gobierno entreguista de Carlos Menem “Hidrovia”.
Sobran las denuncias. Por allí van cargamentos de granos, minerales. ¿Hay otros negocios como trata de persona o narcotráfico? Un Estado que no controla ni sus propios puertos es difícil que alguna vez lo sepa.
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En la década del 80 se consolida nuestro Estado y esas instituciones que a los muchachos de la Sociedad Rural les gusta decir que “hicieron grande la Nación”. En vísperas del 24 de marzo es bueno recordar que nuestro Ejército no es el de San Martín, que murió en el exilio, ni el de Martín Miguel de Güemes, asesinado por los godos en complicidad con la oligarquía cipaya local. Esta fuerza tiene origen en 1862 cuando el Ministerio de Guerra absorbió la Guardia Nacional de Buenos Aires y los soldados de la Confederación.
En 1864 se transformó en una fuerza regular de seis mil hombres. Su verdadera consolidación la tuvo en dos genocidios, el del pueblo Paraguayo por orden del imperialismo inglés y, el exterminio de los pueblos originarios para entregar sus tierras a la oligarquía. Estos fueron los abuelos de los que desaparecieron 30.000 argentinos durante el terrorismo de Estado, una vez más al servicio de la consolidación del Estado oligárquico. No existe nada más sangriento que nuestra oligarquía.
No hay excesos, no hay errores
No existieron excesos u errores, estas instituciones cumplieron con el rol que se les había dado. De esa misma época data el nacimiento de nuestro Poder Judicial actual.
¿De dónde viene esta Justicia clasista, machista, aristocrática, a la que solo le interesa la defensa de la propiedad privada en un país donde la mayoría no tiene Nada? No es más que otro dispositivo al servicio de los intereses económicos que han manejado por siglos este país. Ya lo decía Fierro “la ley es como el cuchillo, no ofende a quien lo maneja”. ¿Qué son las cárceles sino máquinas de picar carne repletas de trabajadores sin trabajo, hambrientos de justicia condenados por su origen social a vivir más allá de los márgenes de la sociedad, laboratorios de inhumanidad? La reforma que se intenta sobre el Poder Judicial no le hará más que cosquillas a esa maquinaría que no deja de perfeccionarse -por más que algunos vean lo contrario- y lo mostró, en toda Latinoamérica, cuando auxiliada por los grandes medios puso en jaque a los gobiernos que no le caían simpáticos, a los que responde el poder económico concentrado. Mandó al exilio, encarceló opositores y funcionarios de gobiernos populares.
Ni que hablar de otra institución en crisis: la Policía. No hay tal crisis. La policía es otro dispositivo del Estado al servicio de las minorías que cumple el cometido para el que fue creado. En un país que produce alimentos para 400 millones de personas pero la mayoría no tiene qué comer porque las superganancias de los exportadores y las de un par de empresas que manejan en forma monopólica los precios son la prioridad, ¿se puede tener otra cosa que una fuerza represiva?
Lo que hace rato está en crisis es el sistema. Es contradictorio intentar modificar instituciones como la Justicia (a lo sumo se la podrá maquillar), esa usina estratégica de la idiotización ciudadana que son los medios hegemónicos o la misma brutalidad policial si se asume que se trata simplemente de dispositivos. Todos ellos obedecen al poder económico concentrado, a un proyecto de país (se debería decir “colonia”) que es justamente lo que hay que poner en discusión. Dice la canción «el que no cambia todo no cambia nada», y acá tiene razón. No basta recordar a los desaparecidos por sus nombres, es necesario dejar de ser hipócritas, asumir que fue este sistema, su injusticia, lo que los sublevó. Entre sus cuadros civiles, intelectuales, están -impunes en su mayoría- muchos de los autores intelectuales de la masacre, sus nietos con el mismo mandato e igual ideología.