Por Carlos Fanjul | EL PELO DEL HUEVO
Argentina atravesó al tranco algo parecido a una práctica frente a Bolivia, fueron 4 goles y debieron ser varios más. Apareció Uruguay que brilló y jugó como para golear pero que erró demasiado frente a los palos, siguió mejorando Perú y sobrevivió Ecuador con un sorpresivo empate ante Brasil.
Se fue la última de la fase de grupos y como datos salientes para la diferencia albiceleste quedan un pase joya de Leo al Papu en el primero, otro similar del Kun a Leo, el penal de Messi y Lautaro sacándose la mufa en el último. También actuaciones salientes como la del propio capitán, o la del Papu Gómez en la primera parte y la de Guido Rodríguez todo el tiempo para seguir pidiendo titularidad.
Ahora Ecuador y, ‘si sale’, como dirían los jugadores de billar, en semis con el ganador de, nada menos, Uruguay y Colombia que protagonizarán el cruce más groso de Cuartos.
Mirando el desarrollo de la Copa América, y en paralelo el de la Eurocopa, varios programas televisivos deliraron anoche con la extraña conclusión de que, más allá de los resultados finales de los actuales torneos, los cuatro poderosos del mundo siguen siendo Alemania e Italia por Europa y Brasil y Argentina por Sudamérica.
Y que, por esas supuestas alturas, la Copa América no era más que una ‘copita’ con escasa importancia.
Decíamos la semana anterior que esa soberbia sin fundamentos que hoy se notaba en el pueblo futbolero, era, tal vez, uno de los motivos para la posterior sensación de excesiva frustración, en la que ni algunos subcampeonatos alcanzaban para respaldar procesos y técnicos a cargo, y con ello la paulatina merma de nuestro nivel de calidad.
Esa mirada equívoca de nuestra realidad futbolera, pero más grave aún, de la inalcanzable distancia que hoy tenemos –y casi todo el fútbol sudamericano tiene- con el nivel futbolístico europeo, genera una especie de ombliguismo que, a la corta o a la larga, siempre resulta letal.
Como al pasar, solo recordemos que se llevan disputados 21 certámenes mundiales y que el actual guarismo entre los del norte y los del sur está siendo 12 a 9, en materia de títulos conseguidos, pero, y aquí está el detalle del hoy, en los últimos veinte años Europa nos ‘golea’ con un contundente 4 a 0, que se hace 4-1 si tomamos solo a este Siglo XXI, por el titulo brasileño alcanzado en el Mundial de 2002. En ese tramo hubo coronas para Italia, España, Alemania y Francia.
En materia de cruces a nivel clubes, la realidad nos vuelve a dar un cachetazo doloroso para tanta soberbia. El continente sudamericano hoy tiene a 26 campeones del mundo (3 tienen Boca, Peñarol, Nacional y San Pablo; 2 para Independiente, Corinthians y Santos; y 1 alcanzaron Estudiantes, Vélez, River, Racing, Flamengo, Olimpia, Gremio e Internacional).
Este último, la ganó en 2006. Fue la edición número 46 de una definición mundial, y con esa victoria brasileña, Sudamérica comandaba el historial con 25 títulos contra 21 europeos.
Desde ese momento, hoy cuasi extraterrestre, solo una vez en 2012 con Corinthians un equipo de este lado del mundo pudo con uno del norte.
Nos llevan 14 a 1 en estos últimos quince años y ahora estamos 34 a 26 para Europa.
Aplastante.
Explicaciones, pueden ser variadas. Lo real es que nos llevan lo mejor –de todos lados se llevan lo mejor-, los usan contra nosotros, y nos bailan, nos humillan. Porque en esa lista de derrotas, hay varias (River frente al Barza, San Lorenzo ante Real Madrid, por citar algunas) que fueron indignas, hasta con un dejo de cobardía, por mostrarse derrotados en el antes y en el durante de aquellos partidos.
Hoy, no hay paridad y, a veces, ni siquiera grandeza para afrontar la parada.
Patriotismo berreta. “Resista, no se vaya, Ud dignifica la profesión, y va a terminar siendo campeón del mundo”, le dijo Gustavo Alfaro a Tité, el entrenador del scratch brasileño.
Horror en la prensa y en alguna parte de la fanaticada.
‘¡Cómo un argentino va a elogiar a un brasileño en medio de una competencia!’, afloraron quejas con elevado tono nacionalista. ‘Esto pasa porque Alfaro sabe que le va bien con Ecuador y nos lo tira por la cara’, exclamó la egolatría boquense. ‘Lo hizo porque el técnico nuestro es Scaloni y sabe que está más debilitado que nunca’, reflexionaron otros a manera de nuevo argumento para justificar un raje cercano del entrenador albiceleste.
La teoría conspiratoria que esbozamos en nuestra columna anterior estaba basada en cierto ronroneo extraído de algunos pasillos de la AFA, pero, con el paso de las horas, se hizo fuerte rumor en varios medios masivos de comunicación. Onda: ‘Tengo el dato de que si Argentina no sale campeón, hay dirigentes que ya piensan en el reemplazo de Scaloni’.
La intención de desnudar la campaña que le apunta a la cabeza de Scaloni, con paralelas defensas a algunas virtudes mostradas por el entrenador, generó más enojos que reconocimientos en los lectores de Canal Abierto.
Tal vez ese detalle constituya una muy pequeña encuesta, pero válida respecto de cual sería el plafón con el que cuenta el DT ante un eventual cambio de frente en la conducción del elenco nacional.
Sin embargo, para quien esto escribe es apenas una prueba más de una constante que se repite cuasi de manera histórica en nuestro ispa: al técnico de la selección se lo mata desde la hora posterior a la que haya asumido.
Parece como un mandato bíblico del que ni se salvaron los mismísimos César Menotti, o Carlos Bilardo, a la postre próceres ganadores.
En aquellas ocasiones, solo los títulos mundiales conseguidos frenaron los palos. Menotti y Bilardo pasaron a constituirse en cabezas de dos tendencias defendidas por un absolutismo exageradamente pavote en ambos casos, pero, al menos, lograron salirse de esto que pretendemos razonar.
Después, en cada volantazo se escucharon argumentos varios que justificaban la ‘imperiosa necesidad de cambiar la conducción’.
Basile entrenaba poco porque era un vago que tomaba whisky, Pasarella era muy estricto y les hacia cortar el pelo a los jugadores, Bielsa no gritaba los goles y no cantaba el himno, Pekerman no le dio a su arquero el papelito con la indicación de cómo pateaban penales los alemanes, Basile después ya estaba viejo, Maradona tenía las cosas que tenía Maradona; Batista era atacado por Maradona porque se había quedado, Sabella no imponía autoridad y sus jugadores le tiraban agua, Martino se levantaba tarde y entrenaba después del mediodía, Bauza se levantaba temprano pero le dio todo el poder a Messi, Sampaoli era manejado por los jugadores y tenía un conventillo adentro de su cuerpo técnico, y, por último, Scaloni, que no tiene antecedentes y se debió haber ido con Sampaoli, a pesar de que era manejado por sus jugadores y tenía un conventillo adentro de su cuerpo técnico.
En las siempre jugosas entrevistas que se le hacen al Turco Mohamed, que además de un tipo querible ha demostrado ser un gran técnico, tiro hace pocas horas una explicación brillante sobre el tema, que bien vale tomar en cuenta: “El técnico de la selección debe entender que no se lo critica a él, sino que se critica a la silla en la que está sentado”.
El argentino entiende que la selección solo debe salir campeona, y que nada sirve si está por debajo de eso.
Argumentos más, o argumentos menos, papelitos, vasos de whisky o cortes de pelo, lo cierto es que para los hinchas y el periodismo argento pareciera que el desafío en el tiempo ha sido encontrarle el pelo en el huevo a cada DT.
Cada uno de ustedes haga un honesto recorrido mental y se verá criticando a cada uno de los que han ido pasando por esa silla.
¿De dónde sale ese hábito?
Deberíamos pensar que, desde aquella reflexión del Turco, el argentino tiene la imperiosa necesidad de encontrar un culpable en cada una de las frustraciones futboleras. De no hacerlo, debería a cambio aceptar tal vez que no somos lo que creemos que somos. Y para ese rubro no existe ni un solo habitante, de esta tierra elegida por Dios para colmarla de oportunidades, en condiciones de aceptarlo.
Lo grave es que esto no solo pasa en el fútbol, sino también en territorios más determinantes de nuestras vidas.
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