Por Carlos Fanjul | EL PELO DEL HUEVO
Ni bien terminada la Copa América, la imagen de un Messi bromeando con su amigo Neymar en los pasillos del Maracaná recorrió el planeta. Con estatura de moralistas, aquí se resaltó el gesto y la naturalidad del brasileño, tras la dura derrota con los albicelestes campeones. Muchos nos preguntamos ese día: ‘¿Se imaginan si el resultado hubiera sido al revés?’. Sí, nos imaginamos: hubiéramos hecho picadillo de carne a nuestro 10 por su falta de argentinidad y de compromiso con la selección, ya que en lugar de tener cara de triste estaba de joda con el brazuca.
Horas atrás un periodista de River contó la historia de un pibe alcanzapelotas de Lanús, de nombre Abraham Veliz, quien tras la victoria millonaria del otro día le pidió una foto a Marcelo Gallardo. El lío en las redes no se hizo esperar, se potenció en los grandes medios y hasta llegó a anunciarse que el chico sería sancionado y no podría volver a cumplir su función al costado del campo de juego por un tiempo.
La dirigencia granate salió a desmentir tal castigo, aunque en voz de un directivo dejó algo de dudas. “En lo personal jamás sancionaría a un chico por algo así. Sí lo charlaría, como tiene que ser, porque es parte de la formación. Es un error que puede cometer cualquier adolescente”, bancó al juvenil. ¿Bancó?
Por su parte, Maxi Velázquez, ex jugador del club y actual Subcoordinador de las Divisiones Inferiores, salió a bancar de verdad al chico en Twitter, y recordó precisamente aquella imagen de Messi: “Hace unos días celebrábamos esta foto de Messi con Neymar y hoy nuestra doble vara nos lleva a agredir a un chico de 16 años por esta otra. Lanús es familia, es sentido de pertenencia, es amor por los colores, educación, respeto y todo eso Abraham lo sabe más que nadie”.
En la locura argenta que rodea a la pasión del fútbol, uno se anima a sospechar que Abraham tendrá problemas en su club. Es probable que Lanús no lo castigue, porque se trata de, tal vez, la institución más seria del país, en especial en eso de promover pibes y desde ellos sostener la propia estructura.
Pero por sus hinchas, no ponemos las manos en el fuego. En esos mundos, la cosa queda adentro, se guarda y hace presión en las tripas, hasta que sale a manera de insulto dañino. O de condena eterna. Es así. Una estupidez, pero es así en nuestro fobal apasionado. Ojala que nos equivoquemos y algún día Veliz juegue con la camiseta morada en el pecho. Pero mmmmm…
Ya se ha dicho en esta columna que su autor es platense y ha laburado mucho alrededor de aquellos clubes. Dos historias que pueden servir de mal augurio para Abraham.
En ese vértigo para cambiar técnicos que en la última década existe en Estudiantes –que fue el club que en los ’60 le enseñó a todo el resto que con poca plata, pero mucha paciencia formativa y sabiduría se pueden hacer cosas grandes como salir campeón del Mundo-, allá por el 2017 se había anunciado la llegada de un desconocido entrenador, Lucas Nardi. El joven, con pasado en las inferiores del Pincha, y hoy ayudante técnico de Santiago Solari en el América de Méjico, contaba con el amparador aval de la Brujita Verón, hoy convertido en algo así como un dios sin pelo que bajó a la Tierra y se fue a vivir a 1 y 57.
Antes incluso de que asumiera funciones, un hincha descontento que prefería un apellido de mas lustre para el equipo, rascó en las redes y encontró una charla entre amigos del tal Nardi, de mayo de 2013. La conversa, al parecer, era de tono admirativo a lo que fue el Barza de Guardiola, y allí el flamante entrenador mandó un: “No hay que perder más el tiempo con la mentira de Bilardo. El que no disfrute del buen fútbol, no entiende nada”. ¿Se imaginan? Media ciudad puso manos a la obra para conseguir fósforos y maderitas para hacer una gran hoguera pública y asar despacito al pobre Nardi, que a esa altura ya se había aprendido veinte frases bilardeanas para, cuando asumiera, caer bien entre la hinchada.
En 2007, en la otra mitad de las diagonales platenses se recuerda con sentimiento asesino parecido al atacante Luciano Leguizamón, aquel entrerriano que había pasado por River y que luego se destacaría en Arsenal e Independiente, entre otros.
Pues bien, al pobre Luciano se le ocurrió en el entretiempo de un clásico proponerle justamente a la Brujita cambiar la camiseta al final del partido, que para colmo terminaría ganando el Pincha por 1 a 0.
El rumoreo enojado de la gente hizo ruido alto en las tribunas del estadio Ciudad de La Plata y el futbolista ni siquiera salió a jugar el segundo tiempo y tampoco jugó el partido siguiente, por una decisión dirigencial. Al final del torneo se fue del club, y resultó rápidamente olvidado por una hinchada que no le perdonó ‘semejante arrastrada’.
Lo más grave de estas tres historias es que estamos seguros que cada lector que las leyó, está pensando: “¡Que dice el salame que escribe! Obvio que hay que prohibirles la entrada a esos tres traidores”.
¡Y dale con el VAR!
Una y otra vez volvemos con el mismo tema. Y volvemos porque sigue sin resolverse, y reaparece a cada rato: acá pareciera que el debate alrededor del VAR es tecnología si, o tecnología no. Y, entendemos, es ahí donde está el error.
Ya que estábamos en el estadio granate, nos quedamos ahí. El sábado se enfrentaron Lanús y Unión y el local consiguió sobre el final desnivelar el 1 a 1, con una aparición de Malcorra y una definición exquisita. La conquista fue anulada, por una aparente posición adelantada del atacante, y al ratito, cuando la jugada fue repetida por la tele, estallaron los gritos desde la platea y los insultos para el línea que había levantado su bandera.
¿Qué había pasado? Simple. Los de afuera habían visto esa repetición por las vías tecnológicas que hoy sobran en celulares, tablets y demás. Los de adentro, en especial los jueces, ni idea tenían del motivo de la gritería, y hasta cara de asombro pusieron cuando arrancó la lluvia de maldiciones.
Queda claro, entonces, que el eje no es tecnología sí o no. Es tecnología también para los de adentro. O que ese servicio, que ya existe, siga siendo usado solamente por los de afuera.
¿Qué continuarán existiendo fallos equívocos? Seguro.
Igual proponemos que agarremos viaje, aunque sea para que los jueces sean menos chambones.
Vamo’ los pibes.
Ahora que se terminó la onda de banquemos a los jóvenes boquenses, y el equipo titular ya volvió a jugar tan mal como siempre, vayamos a una sabrosa historia que nos pasó un lector y que deja como un poroto a la encrucijada de poner o no poner en dos partidos seguidos a los pibes de Boca.
El jueves 11 de marzo de 1971 se jugaba la segunda fecha del torneo de Primera de ese año y las reservas de Platense e Independiente comenzaron a disputar el preliminar en la cancha de Chacarita, porque estaba clausurado el estadio marrón.
Cuando promediaba el segundo tiempo la dirigencia calamar pidió al juez la interrupción del partido y exigió que los jugadores bajaran al vestuario. Allí se les explicó a los juveniles que el plantel profesional había decidido no presentarse a jugar por la falta de pago de sueldos atrasados y los chicos tenían que olvidarse del preliminar y cambiarse de nuevo para jugar contra la Primera del rojo. Sorpresa, cansancio en muchos, pero allí fueron otra vez al campo de juego.
Según cuentan algunas historias, el capitán visitante que era José Omar Pastoriza ya tenía en su gen algo que luego iba a desarrollar en Agremiados y les mandó sin anestesia: “Como sus propios dirigentes patean en contra del club y no cumplen ni pagan los sueldos, nosotros decidimos que les vamos a hacer la mayor cantidad de goles posible para que entiendan que esto es una vergüenza…”.
Y así fue nomás. Los chicos calamares no fueron medida y ya a los 22 minutos el rojo ganaba 3-0, gracias a dos goles del propio Pato Pastoriza y otro de Balbuena. Hubo un descuento marrón, pero enseguida Giachello y Raimondo pusieron el 5-1 que selló el final del primer tiempo. En la segunda parte hubo media docena de goles más de Independiente, a través de Gennoni (2), otro doblete de Giachello y dos más de Maglioni. El final fue 11-1.
Fue el máximo resultado que consiguió Independiente en toda su historia y la peor derrota de de Platense desde 1910.
Los pibes calamares habían jugado 65 minutos del preliminar y sin descanso, los 90 minutos ante la primera de Independiente.
A pesar de la goleada, los dirigentes de Platense siguieron sin pagar y su equipo se fue al descenso irremediablemente, con un agravante aún peor: a fin de temporada el club perdió su mítico estadio de Manuela Pedraza y Crámer ante la falta de pago del alquiler del terreno que ocupaba desde 1917.
El rojo, que en cambio hacía todo bien en aquellos tiempos, fue el campeón de ese torneo para iniciar desde el año siguiente su recorrido más glorioso ganando en cuatro años consecutivos la Copa Libertadores de América, y una vez –en el ’73- también quedarse con la del Mundo.