Redacción Canal Abierto | El martes 7 de septiembre se conmemoró el 199° aniversario de la independencia brasilera en un escenario de movilizaciones y división. Esa fecha fue la elegida por el presidente Jair Bolsonaro para exhibir su fuerza con enormes concentraciones en Brasilia y San Pablo. Allí, disparó: “O el jefe de ese poder (el Judicial) pone en caja a uno de los jueces de la corte, o ese poder puede sufrir aquello que no queremos”.
La amenaza nada velada fue para el Supremo Tribunal Federal (STF, equivalente a la Corte Suprema argentina), y en particular para el magistrado Alexandre de Moraes, quien abrió una causa contra bolsonaristas y el propio presidente por difundir noticias falsas.
“No es sencillo lo que está pasando. Desde 2008 la derecha quiere otro régimen y la izquierda quiere mantener esta república burguesa que está podrida. Bolsonaro está logrando algo muy importante: está formando una fuerza militante propia. Convocó 125.000 personas en San Pablo”, explica Nildo Ouriques, miembro de la dirección nacional del Partido Socialismo e Liberdade (PSOL), profesor del Departamento de Economía y Relaciones Internacionales en la Universidad Federal de Santa Catarina y presidente del Instituto de Estudios Latinoamericanos en diálogo con Canal Abierto.
Su mirada tiene asidero. Las marchas de este martes, además de multitudinarias, mostraron un convencimiento militante que descree de la democracia, con carteles que reclamaban “intervención militar ya” y criticaban la “dictadura de la toga” en referencia al Poder Judicial. Fronteras al sur, los rumores de golpe de Estado a la antigua crecieron y parecen un cuadro de realidad aumentada que, según Ouriques, no lo son tanto.
“No hay un golpe de Estado porque no es necesario. No hay necesidad de una dictadura como en los 60 o 70 porque los banqueros y la facción industrial, que agoniza, hacen todas las reformas que quieren en el STF –detalla-. Y, si quieren, lo hacen sin que haya capacidad de resistencia. Dentro de la Constitución hay herramientas como el Estado de emergencia, el Estado de sitio, y la Ley Antiterrorista, aprobada por Dilma (Rousseff). Hay 11.000 militares en el gobierno, no necesita milicias. En Brasil las Fuerzas Armadas no fueron desmoralizadas ni pasaron por el banquillo de la Justicia, como en Argentina”.
En política no hay inocentes
Para Ouriques el crecimiento de esta “fuerza con militancia propia” en la derecha brasilera se fue dando con el tiempo y gracias a los errores cometidos por el Partido de los Trabajadores (PT) en el poder.
“Los sectores populares perdieron consistencia ideológica y poder después del fracaso del gobierno del PT, que fue corrupto hasta la médula. Y Bolsonaro dice que está en contra del sistema. Millones de trabajadores votaron por este protofascista no porque sean fascistas sino porque están en contra de un sistema en el que ya no creen”, afirma.
Aunque el ex presidente y líder del PT, Luiz Inácio Lula da Silva, es el principal candidato para enfrentar a Bolsonaro en las elecciones presidenciales del año que viene y todas las encuestas lo dan ganador, el dirigente del PSOL pone el acento en el poder que se consolida por fuera de lo electoral: en las calles y discursos, crece aún más el poderío del sector religioso y el financiero, la miseria, y el pensamiento que ve al “sistema” como el responsable de sus desgracias y a Bolsonaro como el único con valentía para enfrentarlo, más allá del modelo económico que defienda.
“El de Brasil no es el cuadro argentino. (Mauricio) Macri salió del poder desmoralizado por la inflación y el endeudamiento del Estado. En Brasil la demoralizada es la izquierda. El PT impuso un programa ultraliberal. En política no hay inocentes –relata Ouriques-. Gracias a esto, la derecha ha avanzado en el terreno de la cultura. Hoy Bolsonaro es el único político con capacidad de convocatoria, Lula no convoca al pueblo y tampoco va a las marchas. La izquierda liberal puede meter diputados pero pierde la batalla, hay una derrota política. La derecha vino para quedarse con una fuerza política impresionante”.
Los “enemigos” de Bolsonaro
En esta guerra declarada contra el STF, la Justicia se erige a la distancia como otro de los rivales que el presidente deberá enfrentar en su camino a una reelección.
Con el manejo de la pandemia como otro factor de conflicto –en el que Bolsonaro atacó las cuarentenas y se enfrentó a gobernadores e intendentes cuya autonomía el Supremo Tribunal defendió-, junto a la ratificación por parte de la Corte del voto electrónico como sistema electoral – del que el presidente desconfía-, la tensión institucional con este poder fue el foco de los discursos bolsonaristas de los últimos días. “Nadie cerrará esta Corte. Nos mantendremos de pie, con sudor y perseverancia”, respondió Luiz Fux, presidente del STF, a las provocaciones del primer mandatario.
Pero Ouriques compara su reacción con “una pareja que ve llegar al otro a la madrugada, borracho y con marcas de besos y le dice: ‘no hagas esto otra vez’”. “Es impotencia, y la gente no cree en la Justicia tampoco”, sostiene.
Los medios, por su parte, critican… pero no. “O Globo está en contra del gobierno en la agenda de las costumbres: en su posición sobre el feminismo, el respeto al ambiente, a la comunidad LGTB. Pero defiende el programa económico. Porque Bolsonaro nos pone una agenda que nos mata. Critica a los homosexuales y, mientras discutimos sus declaraciones, profundiza el modelo económico, rebaja salarios. Todos los sectores del capital están teniendo súper ganancias: el comercial, el agrario, el industrial y el financiero. Hay crisis y súper ganancias. El país está más dependiente y subdesarrollado y la miseria es inmensa. En esta situación, van a poner a Lula como el representante de la vieja política”, arriesga.
En cuanto al manejo de la pandemia de COVID-19, producto de la cual Brasil contaba 584 mil muertos al cierre de esta nota, el académico sostiene que el cálculo bolsonarista fue privilegiar la economía, en su discurso, y no le fue tan mal. “¿Qué son 500 mil vidas en 200 millones de habitantes? El sistema no tiene respeto por la vida. Hay 54 millones de brasileños que ganan hasta 600 reales al mes. Esa gente siente que el presidente lucha por sus derechos. Los cálculos de la derecha no están orientados por la moral”, asegura.
Ilustración: Marcelo Spotti