Ya nadie sabe. A cada instante son menos los que se ponen a gastar un par de minutos en razonar, o, al menos, en informarse, leer, cotejar, sorprenderse. Meditar acerca de. Estamos ante un hecho de naturaleza pornográfica: el cerebro anda por todas partes desnudo, exhibiendo sus huecos, sus exacerbaciones, sus prejuicios, su haraganería. Un cerebro descerebrado. Me refiero, como es habitual, a la kermés, de modo alguno benéfica, de periodistas, gobernantes, dirigentes políticos de toda especie y militantes de uno y otro lado absorbidos por ese conmovedor espectáculo continuo de desnudez y entorpecimiento de la razón. Han sustituido por completo el favor de la razón por una presunta habilidad para conocer, comprender o percibir las cosas, de manera clara e inmediata, sin la intervención de la razón o el conocimiento. No saben. Intuyen. Y en más de una ocasión vociferan esa intuición como si fuera una verdad irrefutable. Acerca de todo. Corrientes, Ucrania, Putin, el Poder Judicial, el coronavirus, los mapuches, China, la dictadura y los desaparecidos, los búnker de narcotraficantes, el efeemeí y la receta del gulash. Les resulta imposible comprender un hecho, porque los hechos han dejado de ser hechos y ahora son decenas de interpretaciones del mismo hecho, del mismo acontecimiento. Intuyo que todos moriremos sin saber, que todos nos marcharemos a bordo de la intuición.