Una verdadera tortura. Pobres escritores profesionales. Horas y horas y la página continúa en blanco. No existe peor maldición que esa: la página en blanco. Deben decir algo y no tienen la menor idea de lo que quieren decir y menos aún cómo decirlo. Espero que jamás experimenten esa sensación. Por favor. Es un martirio de naturaleza muy dolorosa que apenas ataca a los escritores. La página en blanco. Y que no queden dudas de que es culpa de la página, que insiste en quedar en blanco. No es culpa de lo que intenta teclear el gran escritor. Es la página, que se ha sublevado y resuelto quedar en blanco.
Acaso la página, dueña de buen olfato y un algo de vergüenza, se resiste a quedar poblada de palabras sin sentido, palabras que naufragan y no tienen otro destino que el ahogamiento.
Sin embargo se me hace que uno siempre tiene algo que escribir. A menos que nunca jamás haya pisado la vereda. Algo así como lo que escribió Thomas Wolfe en un pasaje de Al Lector, de su libro El ángel que nos mira, 1929.
“Nosotros somos la suma de todos los momentos de nuestras vidas; todo lo nuestro está en ellos: no podemos eludirlo ni ocultarlo. Si el escritor ha empleado la arcilla de la vida para crear su libro, no ha hecho más que emplear lo que todos los hombres deben usar, lo que nadie puede dejar de usar. Ficción no es realidad, pero la ficción es una realidad seleccionada y asimilada, la ficción es una realidad ordenada y provista de un designio”.
Ilustración: Marcelo Spotti