Hay palabras concebidas con sutiles eslabones de certidumbre que, en realidad, asfixian. Cercan. Así, sombrosas. Encapsulan. El cielo de una nube. La boca del ahogo. Palabras que molduran la exhalación. Enmarcan tiempo y espacio. Estorban la divagación. Prohíben el entendimiento. Desalojan la voz. Erigen torres de niebla. Elogian la fabulación. Someten el entendimiento. Enturbian la mirada. Conducen hacia la perturbación. Las escuchamos cada día, a cada hora, a cada instante. Voces que salen de una radio o de un televisor, de un vecino o de la boca de cualquiera que se ha puesto a abrir la boca en ese instante y uno justo tiene su oreja al alcance de las palabras que salen de esa boca. Es la era, la época, una época que comenzó muchos años atrás. El imperio de la sustantivación del adjetivo y la adjetivación del sustantivo.
Quizá la palabra no sea más que una invención, un hallazgo, un logro, que nos obsequiaron para que podamos encubrir nuestros pensamientos. Si uno pudiera…
¿Si uno pudiera qué, gil? ¡Andá! ¡Qué le vachaché!
Ilustración: Marcelo Spotti