La cuestión es sencilla. En la vida es natural que alguna parte de nuestro cuerpo, por más oculta o imperceptible que sea, entre en movimiento a cada instante. Ojos, músculos, sangre, cartílagos, piel, órganos y más y más. Pero hace años que algo escabroso está ocurriendo en el cerebro, que, lo sabemos, es una suerte de gerente controlador de cada uno de nuestros movimientos. Por ahí, a diario, cuando no ha recibido ningún daño de naturaleza dialéctica o neural, es rector también de la palabra y de la memoria; de la inteligencia y la creatividad.
Cerebro, en esta época de opacidad de la razón, y, desde hace tiempo, falto de sesos. Ha dejado de procesar las emociones y la información que lo asfixian. Está desmembrándose. Entonces los movimientos de todas las partes del cuerpo por momentos deambulan y no logran atrapar nada de lo que tienen en sus narices. Por decir: el cerebro, a punto de tropezar con alguna certeza, dice que en ese terreno baldío, lleno de basura y cientos de moscas sobrevolando los despojos de un gato muerto, hay, en realidad, un jardín lleno de rosas y caléndulas y begonias. O, quizá, que aquí, allá y en todas partes, donde no hay más que desahucio, tribulaciones y pesar, hay, en realidad, pertenencia, bienestar y sosiego. Océano de alucinaciones.
Ilustración: Marcelo Spotti