Redacción Canal Abierto | El genocidio a los pueblos originarios de la “frontera sur” en el marco de la denominada Campaña del Desierto (1879-1890) llegó a la Justicia argentina. El 16 de agosto, Ivana Huenelaf, mujer mapuche-tehuelche, presentó la denuncia ante los Tribunales Federales de Comodoro Py.
Durante más de un siglo la convivencia entre la población criolla y sus gobiernos y los pueblos originarios tuvo periodos de pacífico intercambio y de tensiones. Con el latifundio en el horizonte, la clase dirigente de la denominada generación del 80 –Mitre, Alsina, Avellaneda, Roca y otras calles olvidables– encaró una “solución final” para el entonces difundido “problema del indio”: el ejército argentino masacró y esclavizó a unos veinte mil indígenas. Las millones de hectáreas ocupadas fueron distribuidas entre un selecto club de beneficiarios.
Para desmitificar la versión construida por la historia oficial de la Conquista del Desierto en términos de guerra y la instalación del supuesto de la desaparición de los pueblos indígenas hablamos con el historiador y doctor en Antropología Walter Delrio, investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), docente de la Universidad Nacional de Río Negro e integrante de la Red de Investigadores sobre Genocidio y Política Indígena en Argentina, del que fue promotor junto a la antropóloga Diana Lenton.
¿De qué hablamos cuando hablamos de genocidio?
–Cuando hablamos de genocidio estamos hablando de un proceso. Partimos del presente para entender que en nuestro país existió un genocidio, por lo que hoy en día gran parte de la sociedad todavía considera que los pueblos originarios no tienen legitimidad e incluso, algunos de ellos como el pueblo mapuche, son señalados por provenir, supuestamente, de otro Estado Nación. Estos argumentos tienen que ver con minimizar la problemática y nos dan a entender que para gran parte de la población la existencia de los pueblos originarios es una incógnita, no se conoce prácticamente nada sobre su historia y cómo se vincula ésta con la sociedad nacional. Entonces, cuando uno analiza estas problemáticas sociales en el presente, tiene que entender cuál fue el proceso histórico.
Un genocidio es cuando desde una estructura estatal, en el proceso de conformación de un Estado y una sociedad nacionales, se concibe a grupos sociales, generalmente minoritarios, como elementos a extirpar del conjunto social, es decir eliminables. Esto fue lo que ocurrió, por ejemplo, en la construcción del Estado turco con las poblaciones cristianas, en particular con los armenios, que eran un grupo minoritario al cual se quería eliminar del conjunto social. También cuando pensamos en el Tercer Reich, en la Alemania nazi, se pensaba construir una sociedad sin la población judía a la que no se consideraba como deseable.
Este es un proceso llevado adelante por un Estado desde oficinas, ministerios, ejércitos, y desde la misma sociedad civil en la que se produce un consenso con respecto a la eliminación de ese otro interno.
En Argentina, esto ocurrió cuando se llevaron adelante las llamadas Campañas al Desierto entre 1878 y 1885 en los territorios del sur. Se planteó que esos pueblos indígenas se tenían que disolver y tendrían que integrarse a la comunidad nacional. Al punto tal que todo el proceso que sigue, por ejemplo, las campañas militares hacia los territorios chaqueños, hacia el “desierto verde”, donde también vivían pueblos originarios, son desconocidas por gran parte de la sociedad actual.
Cuando hablamos de genocidio estamos hablando de un proceso que, en la larga duración, construye a otros como grupos eliminables.
El nombre “Campaña del Desierto” exhibe una clara estrategia política, ¿no?
-Obviamente, en la Patagonia la población indígena se encontraba ocupando el territorio y se lanza una Campaña del Desierto, es decir, se construye un “desierto” que es el principal objetivo: la idea de un territorio pero sin indígenas. Eso es lo que está detrás de todas las medidas que se toman más allá de las campañas militares.
Es un proceso de concentración, deportaciones masivas a miles de kilómetros y división y distribución, no solamente de los grupos sino también de las mismas familias. Las niñas eran entregadas para el servicio doméstico en distintas ciudades del país. Los niños también, separados de sus madres, y eran borradas sus identidades al ser bautizados e incorporados a otras familias. Los varones eran incorporados al servicio en el ejército y la Marina; eran distribuidos para el trabajo en la zafra en las provincias del norte o en la vendimia para las provincias de Cuyo y para distintos empresarios del país que requirieran a esta población como fuerza de trabajo barata.
Ese proceso, como lo decían los propios parlamentarios argentinos en el Congreso implicaba, de ser necesario, separar a los niños de sus madres. Estamos hablando de una serie de medidas que van desde lo militar hasta los campos de exterminio. Hay testimonios que hablan de lugares de matanzas, de la existencia de masacres.
Pero lo que tenemos que ver, más que nada, es lo que ocurre no con los caciques, no en esos momentos de resistencia, sino lo que viene después, que es el fenómeno masivo. El fenómeno masivo fue la concentración, la deportación masiva y la distribución y división de las familias y esto es lo que afectó y produjo una huella que hasta hace poco logró hacernos pensar que no existían más como pueblos dentro del territorio de la Nación.
Hubo beneficiarios directos de esta acción estatal, ¿quiénes fueron esos beneficiarios, quiénes fueron esos actores que ganaron en esta Campaña de un supuesto desierto?
-Claro, hay una construcción de un bloque de poder hegemónico en este contexto que va de la mano de lo que será luego el Partido Autonomista Nacional con el liderazgo de Julio Argentino Roca que, hasta la segunda década del Siglo XX, va a mantener el control político. Es la construcción de un bloque de poder en el cual hay una alianza entre las oligarquías de distintas provincias. Obviamente, lo más claro es rastrear hacia dónde van como fuerza de trabajo los prisioneros, quiénes se quedan con las tierras. También tenemos que ver este fenómeno de distribución de menores y de niñas para el servicio doméstico.
Al mismo tiempo, este proyecto político piensa una nación sin otros, sin otros pueblos, sin otras grupalidades, sino otras identidades colectivas en su seno. No es la eliminación física y sistemática, sino que es la eliminación del pueblo y eso es lo que concibe el concepto de genocidio.
Cuando el concepto de genocidio fue creado, fue por la evidencia empírica de las décadas previas de este tipo de procesos en los cuales Estados eliminaban como grupos, como colectivos, a determinados grupos sociales y por lo tanto era necesario arbitrar un concepto jurídico para poder frenar este tipo de crímenes cometidos en esa asimetría entre una estructura estatal y una minoría. No solamente se estaba pensando en la Alemania nazi o en el Estado turco, también se pensaba en el proceso de colonización de las potencias europeas en África, en el reparto de África y también se pensaba en las políticas de Estados Unidos con los pueblos indígenas. Eso era lo que había ocurrido en las últimas 5 o 6 décadas antes de que se crearan las Naciones Unidas.
Hoy hablamos de femicidio y existe como figura legal. ¿Eso quiere decir que hace 50 años no había femicidios? No es una problemática que recién aparece en nuestros días sino que los términos jurídicos surgen como consecuencia de procesos históricos. Por lo tanto, el concepto de genocidio surge hacia la década de 1940 precisamente para poner nombre a un tipo de procesos que se venían dando en las décadas anteriores.
El concepto de genocidio se aplica absolutamente al caso argentino porque en su proceso de consolidación la sociedad argentina y este bloque de poder lleva adelante este proyecto político apoyado por sectores de la sociedad civil, múltiples y genera consensos, al punto tal que hasta el día de hoy, los argentinos se piensan como descendientes de europeos… Bueno, muchos lo hacen. Este tipo de proceso como el de negar que el pueblo mapuche y que otros pueblos tuviesen una entidad grupal y se los reconociera como tales.
¿Qué paralelismo hay entre la construcción del “desierto” en la década del 80 del siglo XIX y la figura del “desaparecido” en la última dictadura?
-En efecto, David Viñas pensando en la dictadura, hace la reflexión y dice: “yo me pregunto si los indígenas no habrán sido los primeros desaparecidos”.
Lo que hay de particular, que podemos comparar, es la construcción de un otro como eliminable, como una amenaza a eliminar.
Recuerdo cuando de niño en la escuela me hablaban de la eliminación del indio malonero, hablando de los malones prácticamente con los mismos discursos que se usaban en la década de 1870 para invisibilizar y borrar la historia previa, de siglos, de relaciones pacíficas comerciales y de todo tipo con los pueblos indígenas.
Entonces, en 1870, se construye una idea comparable con lo que vemos en la década de 1970 cuando se plantea la idea del subversivo como la manzana podrida, alguien que puede y debe ser eliminado porque sino va a terminar con nosotros y nuestro estilo de vida y, que además, tiene influencia extranjera, responde a oscuros intereses, etc.
La enseñanza escolar sobre la Campaña del Desierto en 1979, que es cuando yo la recibí en la primaria, era que se trataba de una amenaza externa que atentaba contra la propiedad, el orden de vida de los criollos y que no había otra cosa que hacer que eliminarlos.
Otro planteo era que se fueron todos para Chile que era de donde venían o murieron por las pestes porque hubo un brote de viruela en ese momento o que los que la entendieron como los Namuncurá se entregaron al cristianismo y entregaron a sus hijos como Ceferino y finalmente se fundieron entre los criollos.
Evidentemente, esta construcción del otro peligroso y eliminable es algo que está presente en nuestro orden social, es la excepción normalizante porque es al que se lo debe eliminar una vez que se lo detecta. El terrorista, por ejemplo. Hoy hablamos del terrorismo, y su persecución todo lo amerita, incluso Guantánamo, una prisión ilegal, o dispararle por la espalda.
Eso es peligrosamente lo que se conjuga con el caso de la excepción construida en los indígenas. Cuando matan a Rafael Nahuel por la espalda es el Ministerio de Seguridad de la Nación, fue Patricia Bullrich la que quiso justificar esto, que habían matado a un joven por la espalda, un joven desarmado, diciendo que eran una amenaza, diciendo que tiraban piedras, que eran un grupo de temer y generando en el público una complicidad y un cierto consenso en determinado público, que no juzgaba como tan terrible lo que había ocurrido.
Esta idea de qué es lo eliminable en nuestra sociedad no es algo nuevo y tiene que ver con esa construcción del otro interno que es fundamental también para el construir un nosotros.
Lo que queremos enfocar desde la investigación histórica es que ésto ocurrió en la Argentina en la década de 1870 y que en esa década había distintos proyectos con respecto a qué hacer respecto a la frontera sur, qué hacer respecto a la ocupación territorial y qué hacer en definitiva con la relación con los originarios. Realmente se construyó este relato de que ‘hemos acabado con los pueblos indígenas’ y fue tan exitoso ese genocidio que instaló esa idea de una comunidad sin indios.
Dentro de esta máquina de exterminio me llamó la atención la figura de los campos de concentración, entre otras estrategias genocidas que nombraste; leí que existieron varios campos de concentración que es algo que no se conoce mucho.
-Los campos son de concentración de prisioneros y tuvieron distinta duración. Cada vez que un grupo se presentaba o era sometido, se generaba una concentración en distintos lugares. Los más importantes fueron Fortín Castro, Chichinales, Chimpay, Junín de los Andes. También la isla Martín García que era el lugar donde llegaban gran parte de los deportados de distintos lugares del país.
A estos campos fueron los misioneros salesianos para llevar adelante los bautismos y la conversión. Tenemos otros lugares, como el de Valcheta (Río Negro) que son más críticos con respecto a la situación en la cual estaban los prisiones. No son lugares de exterminio, sino lugares de concentración y deportación; lo que sí existe es hambre, ejecuciones sumarias, quienes se quedaban en el camino –porque no podían seguir adelante los cientos y miles de kilómetros a pie– porque no podían seguir la marcha eran ejecutados o desgarronados para que murieran.
La idea de campo de concentración no se puede comparar con lo que pasó en Alemania, es algo totalmente distinto y particular. Como argentinos tenemos la obligación de conocer qué fue lo que ocurrió y que ese es el lugar a partir del cual se produjo la desarticulación colectiva, y el inicio de esa división que incluso fue familiar, debemos seguir en este proceso para poder tener esa memoria colectiva y necesaria.
La existencia del campo de Valcheta no solamente está dada por la memoria social, por el recuerdo transmitido de generación en generación, sino que también hay documentación de archivo, en el archivo histórico de la provincia de Río Negro, en el archivo de la Congregación Salesiana y también en testimonios de los colonos galeses del Chubut de de ese período y en el recuerdo de integrantes de la Sociedad Rural de Chubut que valoraban lo que había ocurrido en Valcheta y se jactaban de que era lo mejor que se había hecho y se podía seguir haciendo con los indígenas: recluirlos en un campo.
“En esa reducción creo que se encontraba la mayoría de los indios de la Patagonia. (…) Estaban cercados por alambre tejido de gran altura; en ese patio los indios deambulaban, trataban de reconocernos; ellos sabían que éramos galeses del Valle del Chubut. Algunos aferrados del alambre con sus grandes manos huesudas y resecas por el viento, intentaban hacerse entender hablando un poco de castellano y un poco de galés: ‘poco bara chiñor, poco bara chiñor’ (un poco de pan señor)”. Testimonio del colono Galés John Daniel Evans sobre el enorme campo de concentración en las cercanías de Valcheta, Río Negro.
Sobre este despojo se construyó la sociedad argentina, debemos reparar de alguna forma estas heridas.
-Sí y conocerlo es parte de esa tarea.
Por último, Walter, ¿qué continuidades ves con respecto a las políticas de genocidio indígena en la actualidad?
-Un genocidio implica pensar desde un presente, pensamos desde una sociedad argentina que no se identifica con los pueblos originarios, que los ha marginado, que los ha sacado de su historia. Recién en las últimas décadas, coincidiendo con la vuelta de la democracia, la militancia de los pueblos originarios ha logrado hacer evidente esta situación y esta discriminación.
Hay continuidad en la medida en que no hay una reparación de ese genocidio, que no tiene que ver solamente con dinero, con bienes materiales, sino con el reconocimiento de lo que se hizo en términos de hacer desaparecer a los pueblos indígenas como tales, negándoles su existencia, su historia y cualquier legitimidad en el presente. La continuidad está dada en la medida en que esa reparación no sea plena. Hay algunos sectores de la sociedad que lo reconocen, la misma Constitución los reconoce como pueblos preexistentes, pero sabemos que la sociedad en su conjunto no.
No hay medidas genocidas en el presente pero sí hay decisiones políticas, discursos políticos, discursos de odio que van manifestando todavía cómo gran parte de esta población sigue eligiendo construirse sobre la base del genocidio.
[mks_toggle title=»Publicaciones» state=»open»]Delrio es autor de Memorias de expropiación. Sometimiento e incorporación indígena en la Patagonia (1872-1943), publicado por Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes (2005) y de Sabían llorar cuando contaban. Campos de concentración, Deportaciones y Torturas en Patagonia, entre otros trabajos propios y en colaboración.[/mks_toggle]