No te conozco personalmente, así que no tengo la más puta idea de lo que hablás. ¿No me entendiste? ¿Y qué mierda debo entender? Que está todo podrido, que ya no se banca más. Y sí, lo tengo reclaro. Habría que matarlos a todos. Más vale, bro, me tienen las bolas llenas. Y a mí también, por eso te mando este mensaje. Ah, sos vos el que puso que había que hacer mierda todo ya. Sí, bro, el mismo. Seguro, seguro, hay que dársela a Fulana. ¿A Fulana?, pará, pará, yo hablaba de bajar a Mengano, ¿qué, en qué mierda de lado estás? Calmate, calmate, ¿y vos?
Silencio, silencio.
Y entonces, a partir de un sesudo y exhaustivo estudio de los mensajes que el ochenta y cuatro por ciento de la sociedad tenía el hábito de intercambiar cada día a través de sus modernos teléfonos del tamaño de un puño, las cárceles no dieron abasto. Los incitadores al mal, al odio, al desprecio, a la toma de calles, incluso a la falta de respeto, resultaron ser millones.
La población comenzó a celebrar las fogatas de San Juan y San Pedro arrojando sus celulares en la pira de maderas, muebles viejos y ramas de árboles marchitos.