Por Gladys Stagno | “No era depresión, era capitalismo”. Las palabras que inundaron las paredes, carteles y redes sociales de Santiago de Chile entre octubre de 2019 y marzo de 2020, cuando el estallido social, sintetizaron un malestar de época en una frase que golpea como un cross a la mandíbula.
Pero ese malestar no terminó con las revueltas ni se circunscribió a la capital chilena (al igual que el capitalismo). De hecho, va en aumento: según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la depresión será la principal causa de discapacidad social en 2030, y ya afecta a más de 300 millones de personas.
Este trastorno del ánimo –que se manifiesta con tristeza, pérdida de interés, de placer, sentimientos de culpa o falta de autoestima, trastornos del sueño o del apetito, sensación de cansancio y falta de concentración y que, en el peor de los casos, puede llevar al suicidio– se acrecentó con la pandemia. El encierro, la incertidumbre, el miedo y el aislamiento, sumados a la destrucción de puestos de trabajo, agravaron cuadros preexistentes y multiplicaron la angustia. No obstante, era un problema masivo y creciente desde mucho antes.
En números, el suicidio ha aumentado un 60% a nivel mundial en los últimos 45 años y en la Argentina provoca unas 3.000 muertes al año. En ese tiempo, también subieron los casos de trastornos alimentarios, consumos problemáticos, crisis de ansiedad, ataques de pánico.
¿Tienen, como sostuvieron en Chile, todo que ver el sistema capitalista y la depresión?
Un enfermo que enferma
“No se puede pensar la época, la política o la cultura sin el sujeto del inconsciente, el sujeto que aportó el psicoanálisis. Como tampoco se puede pensar al sujeto sin la dimensión colectiva”, detalla Nora Merlin, psicoanalista, politóloga y autora de La reinvención democrática.
Y en una época neoliberal, entendida como la etapa extrema del capitalismo, la dimensión colectiva influye sobre los sujetos con la carga particular de un sistema que Sigmund Freud calificó de “enfermo”.
“Uno de los idearios del sistema neoliberal es que es una fábrica de individuos emprendedores (sos el empresario de vos mismo, sos tu propia construcción), una fábrica de deudores a los que se les llama ‘capital humano’. En él, la subjetividad es mercancía, cada individuo debe valerse por sí mismo en una concepción meritocrática, es un sálvese quien pueda”, arranca Merlin.
Y prosigue: “El neoliberalismo se ha anudado a la pandemia, a la revolución tecnológica que virtualizó la vida, a la guerra. Es un dispositivo de poder que está organizado por la pulsión de muerte, orientada a la desintegración de todo: de los lazos amorosos, amistosos, de la cultura, de la democracia, de los Estados, de las regulaciones, de la autoridad, de la política. Este sistema no sólo está enfermo, como decía Freud, sino que va a explotar. Es un sistema enfermo que enferma, por eso la depresión se tornó en una epidemia global”.
Perseguir la zanahoria
De acuerdo con los postulados del psicoanálisis, hay una instancia del sujeto, el superyó, que representa la conciencia moral, los imperativos. Para Merlin, el triunfo del neoliberalismo en la cultura global se explica, justamente, “porque supo capturar la materialidad con la que está hecho el sujeto” y se identificó con ese superyó.
“Todos los imperativos de época, como el imperativo de exigencia, de rendimiento, de felicidad, de goce, coinciden con los del sujeto. A tal punto que esas exigencias ya no son sólo exteriores, como ocurría en el capitalismo industrial cuando venían del patrón, sino que vienen desde el interior mismo del sujeto. Ahí el crimen es casi perfecto: queda un yo avasallado desde afuera y desde adentro –relata la especialista–. Como se trata de imperativos de un rendimiento ilimitado, la subjetividad siempre se encuentra en falta, siempre es deudora, siempre siente culpa. El dispositivo de poder hizo un gran trabajo con los afectos, con las pulsiones, con las identificaciones, los ideales, los goces. Ha ganado la batalla cultural, ha colonizado la subjetividad”.
Luego agrega: “Hay, entonces, una subjetividad neoliberal; el capitalismo nos moldea la psiquis y nos hace perseguir siempre alguna zanahoria nueva. Como es una carrera imposible, siempre estamos insatisfechos. Con lo que pudimos, lo que logramos, lo que somos, lo que tenemos… Y la angustia que provoca es uno de los pocos sentimientos que tiene manifestaciones físicas, respiratorias, cardíacas, es un sentimiento que enferma el cuerpo”.
Receta para vivir
Siguiendo a Freud, la angustia es un afecto, con una característica especial que la distingue de los otros: es el único afecto que no engaña, ya que genera síntomas. Cansancio, estrés, insomnio, son sólo algunas de las manifestaciones físicas que puede producir la angustia. Los datos le dan la razón al padre del psicoanálisis: la OMS estimó que los desórdenes mentales representan el 12% de las causas de enfermedades en el mundo.
Ante estas manifestaciones físicas, la práctica naturalizada de la medicina suele ser medicar.
“Hay una angustia generalizada, global, medicalizada. Porque el dispositivo médico, en general, no está preparado para alojar la angustia –ahonda Merlin–. A veces sí se necesita, pero muchas otras los profesionales se asustan, se confunden y taponan la angustia con medicación, que es lo que no hay que hacer. Entonces se generan más problemas: no sólo sujetos angustiados, sino una subjetividad medicalizada. Una parte de la sociedad incluso se automedica y consigue la receta del Rivotril, del Alplax, del Trapax”.
Pero si es el contexto el que nos enferma cuando nos enseña a autoexigirnos y luego nos sube la vara, ¿existe el ansiolítico o antidepresivo que nos saque de la rueda del hámster? ¿Hay vacuna contra los síntomas de no poder adaptarse a un sistema injusto y cada vez más invivible?
[mks_toggle title=»La derecha, otra forma de insatisfacción» state=»open»]
Como dispositivo de poder ilimitado, el neoliberalismo fue borrando los límites de la democracia y la política y fue tomando las instituciones y los gobiernos.
En ese contexto, la depresión asociada a malestares emocionales es la respuesta física de cada vez más personas a las emergencias económica, ambiental, habitacional, social. Con una matriz estructural individualista y desigual, el sistema se hace síntoma.
Desde esa óptica, la epidemia de depresión es, en realidad, la expresión de una profunda crisis: la insatisfacción general con el estado de cosas.
“Creo que hay una insatisfacción generalizada que se acentuó en los últimos años, en la pospandemia. Si bien es un fenómeno global, en la Argentina hay una insatisfacción respecto de la democracia y de la política porque éstas no han podido resolver los problemas que prometían resolver. Tenemos 40 años de democracia y 40% de pobres, así que aquello de que ‘con la democracia se come, se cura y se educa’ no se cumplió”, analiza Merlin.
Así, el crecimiento de las opciones políticas de derecha “sin límites, sin el velo democrático” –como los casos de Donald Trump, Jair Bolsonaro o Javier Milei– son para la experta otra variante de la angustia sistémica, una captación de la inconformidad despolitizada. “Pero este camino es iatrogénico: un remedio que producirá mayores problemas”, advierte.
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Foto de portada: Sasha Freemind – Unsplash