Por Sergio Rodríguez Gelfenstein | Todo hecho político puede ser analizado en su doble dimensión como noticia, es decir como coyuntura que ocurre y tiene repercusiones en la superficie, pero también por el influjo estructural que produce y, en esa medida, es importante saber cómo tal evento impacta en el análisis más profundo de los acontecimientos.
En la primera dimensión, el alzamiento durante 36 horas del grupo mercenario ruso Wagner el fin de semana pasado, hizo verter “ríos de tinta” y miles de horas de transmisión en las que se informaba desde lo más trivial hasta lo más espeluznante. La prensa occidental llegó a afirmar que “Rusia se había quebrado” y que era “el principio del fin de Putin”.
En fin, los hechos están a la vista: Prigozhin se rindió y negoció por su vida, hoy está exiliado en Bielorrusia, el grupo Wagner será desmantelado en Rusia, su armamento y equipos están pasando a las Fuerzas Armadas, la operación militar especial rusa en Ucrania no tuvo interrupciones, pero hay que lamentar la irreparable pérdida de 13 aviadores militares rusos, además de la destrucción de un avión y dos helicópteros. En condiciones normales, Prigozhin debió haber sido enjuiciado y sometido a severas penas por haber producido un levantamiento armado contra el poder establecido en el momento en que el país desarrolla una operación militar en defensa de su soberanía, su integridad y su sobrevivencia futura. Una vez más se demuestra que en política no necesariamente dos más dos son cuatro.
Rusia, su gobierno, su pueblo y sus fuerzas armadas, como expresión de su alto sentimiento patriótico, elevada capacidad de respuesta militar y política y alta profesionalidad de sus militares y fuerzas de seguridad, respondieron unidas a la intentona, evitando lo que podría haber sido un desastre de proporciones incalculables. Todo ello se realizó bajo el liderazgo indiscutido del presidente Vladimir Putin.
Hasta ahí el hecho en sí mismo. Sin embargo, se hace necesario un análisis más profundo a fin de intentar explicar cómo se llegó a esta situación. Y en este punto hay que decir sin ambages lo que a veces se trata de ocultar: el grupo Wagner es una organización empresarial capitalista que recluta hombres para la guerra. Como toda empresa capitalista, su objetivo es generar lucro y ganancia. El detalle es que en este caso, la mercancía a negociar es la vida humana porque el propio negocio es la guerra y su éxito depende de la cantidad de muertos que puedan producir.
Así como Rusia tenía a Wagner, Estados Unidos creó Blackwater (ahora llamada Academi), Global Security and Communication, Triple Canopy y el grupo Mozart. El Reino Unido por su parte dio origen a Trident Initiative Defense y G4S Secure Solutions. Así mismo, en Perú se estableció Defion Internacional que también tiene oficinas en Dubái, Filipinas, Sri Lanka e Irak. De la misma manera, en Nigeria surgió Garda World.
A este respecto, un grupo de trabajo de Naciones Unidas creado para estudiar la utilización de mercenarios, en un informe presentado a la Asamblea General de ese organismo en noviembre de 2007 concluyó que “las empresas de seguridad privadas que reclutan, entrenan, utilizan o financian antiguos militares y expolicías para que operen en zonas de conflicto armado constituyen nuevas modalidades de actividad relacionada con mercenarios”. Así mismo, en el informe se aseveraba que aquellos Estados “que emplean empresas de este tipo pueden incurrir en responsabilidad por las infracciones de los derechos humanos cometidas por el personal de esas empresas, en particular si están facultadas para ejercer algún tipo de autoridad gubernamental o actúan bajo la dirección o el control de su gobierno”.
En estos días, algunas personas han argumentado a favor de establecer diferencias en torno a unas y otras empresas de este tipo bajo la idea de que defienden causas distintas. Desde mi punto de vista eso es falso: todos son mercenarios, su móvil es el dinero y van donde se les ofrezca en mayor cantidad.
Cuando se participa en una guerra a partir de intereses comerciales, la subordinación es al mejor postor. Es la norma del capitalismo y del capital y como todo capital, aspira a la ganancia y al poder. Si lo analizamos desde esta perspectiva, es natural que en Rusia hayan ocurrido los hechos del pasado fin de semana.
Eso es diferente a actuar bajo la idea de sujeción a intereses patrióticos o a inclinaciones válidas para la realización humana cuando se han cerrado los caminos pacíficos para la defensa de la organización a la que se pertenece o incluso, cuando la vida propia es amenazada. En ese caso, tomar las armas no es sólo un derecho, es, sobre todo, un deber.
Prigozhin, dueño de la empresa Wagner, supuso que el debilitamiento por vía del desprestigio retórico y sin fundamentos del alto mando militar ruso lo iba a encumbrar a una superior jerarquía castrense y lo transformaría en un virtual “salvador de Rusia” en la terrible situación que su afiebrada mente había fabricado. Pensó también que por esa ruta, estaba a un paso del poder.
Pero un vulgar mercenario, incluso siendo valiente, heroico y exitoso no es más que eso: un valiente y heroico soldado que pasa por caja a fin de mes a retirar su cheque. Tal vez, hasta podría reconocérsele cierta capacidad de mando de una pequeña o mediana unidad. Pero la conducción estratégica de la guerra requiere de mucho más que eso. No basta con dirigir las grandes unidades terrestres, aéreas, navales y misilísticas. Además hay que tener capacidad de manejo exitoso de la economía y las finanzas, la ciencia y la tecnología, la industria militar, la diplomacia y la política. Solo los estadistas tienen suficiente liderazgo para ello. Vladimir Putin ha demostrado tenerlo, Prigozhin no, y el pueblo ruso lo sabe.
No se puede entender cómo la dirección política de Rusia y el presidente Putin le dieron tanta capacidad de combate y tanto poder de fuego a una empresa de mercenarios que actuando bajo lógicas de mercado, aspiraba a una mayor ganancia y al poder.
Dicen que son traidores. ¿A quién? ¿A la Patria? ¿Al pueblo ruso? No, ellos no juraron defender la Patria ni al pueblo ruso. Ellos firmaron un contrato para ganar dinero de una manera despreciable.
Para los que afirman que Wagner era necesaria porque pudieron ir a países que habían solicitado ayuda de Rusia y esta no la podía dar oficialmente, me gustaría decirles que Rusia envió a Siria a lo mejor de sus fuerzas armadas donde le propinó contundentes golpes al terrorismo que cambiaron la correlación de fuerzas en el campo de batalla y en la situación política del país. La actuación de Wagner ahí fue absolutamente marginal.
Así mismo, vale decir la respuesta inmediata del gobierno de Mali ante la situación creada en Rusia: “Estamos listos para aceptar cualquier grupo del liderazgo ruso si se toma la decisión de retirar las unidades de PMC Wagner del país. Nuestra relación y cooperación de seguridad es con el gobierno ruso, con nadie más”.
Pasó lo que tenía que pasar. En Occidente estas situaciones no ocurren porque capital, gobierno, empresas de mercenarios y complejo militar industrial configuran diferentes partes de un mismo bloque de poder que existe y funciona para garantizar sus intereses corporativos y sus ambiciones imperialistas de dominación y control.
Ojalá que lo ocurrido sirva para desterrar todo tipo de empresas que tengan como objetivo el reclutamiento de mercenarios para la guerra y que los acontecimientos ocurridos también conduzcan a repudiar sus prácticas deleznables contrarias a cualquier comportamiento civilizado y humano.
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Twitter: @sergioro0701
Foto: Yevgeny Prigozhin, en el centro, con dos empleados de Wagner durante una declaración sobre el inicio de la retirada de sus fuerzas de Bakhmut // Crédito: REUTERS