Por Gladys Stagno | Según el manual de psiquiatría de Estados Unidos (DMS 5), el TDAH es el Trastorno de Déficit Atencional con o sin Hiperactividad. Es una falla en la neurotransmisión que afecta la corteza prefrontal del cerebro, aunque no se puede detectar con un electroencefalograma ni con un estudio por imágenes. Es de origen genético, pero no sale en ningún análisis. No se sabe qué lo activa, pero es medicable. De acuerdo con muchos especialistas, todo lo que antecede es razón suficiente para considerarlo un invento que esconde detrás un negocio multimillonario. Sin embargo, en la Argentina se estima que hay cerca de un 5% de niños y niñas diagnosticado con TDAH. Y medicado por eso.
“En Estados Unidos, donde nació este ‘trastorno’ se conoce como ADD, pero en la Argentina tomó el nombre de TDA o TDAH, por sus siglas en español. Este ‘trastorno mental’ en verdad no se trata de un trastorno desde el punto de vista de la salud mental. Es, a criterio de muchos colegas, un invento al servicio de avanzar con un fenómeno llamado medicalización en el campo de las infancias y adolescencias”, asegura Gabriela Dueñas: doctora en Psicología, licenciada en Educación y Psicopedagogía, y docente de grado y posgrado en varias universidades del país.
De acuerdo a las especificaciones del manual estadounidense, los primeros síntomas del TDAH se manifiestan a una edad temprana, de los cuales los más destacables son la dificultad para concentrarse y controlar los impulsos. Como es “de origen genético”, se trata de una condición crónica. Y aunque en la Argentina aún no existe una ley nacional sobre TDAH, el diagnóstico permite tramitar para los niños, niñas o adolescentes un certificado único de discapacidad que sirve para que las obras sociales y prepagas cubran los tratamientos, nada baratos. Sobre el tema, Dueñas es categórica:
¿Qué es el TDA o TDAH?
—El TDA es un trastorno inventado. Nosotros decimos que están patologizando a la infancia porque están inventando enfermedades. A partir de un problema que efectivamente existe, se construye la idea de un trastorno mental, sinónimo de enfermedad, a la que además le atribuyen un problema genético sin tener hasta el día de hoy ningún indicador de que lo haya. Esto no es inocente, porque atribuyéndole una supuesta etiología genética tienen pacientes cautivos de por vida.
¿Entonces no existe?
—No existe como tal, lo que no quiere decir que no haya chicos, chicas o adultos particularmente desatentos y/o inquietos. Pero eso que estamos describiendo hace referencia a algo que está a la vista y que es un síntoma, el emergente de una problemática. Es como la fiebre en otras áreas de la salud: nadie niega que la fiebre existe, que es molesta, pero no podemos perder de vista que es un síntoma. Y, como tal, tenemos que indagar en cuál es la problemática que subyace a ese síntoma. Si el médico se ocupa exclusivamente de darme medicamentos para bajar la fiebre, yo corro el riesgo de creer que al bajarme la fiebre no tengo más problemas.
¿Cómo diagnostican el TDA o TDAH?
—Al día de hoy, el TDA y TDAH, de la misma manera que el Trastorno Generalizado del Desarrollo (TGD), el Trastorno del Espectro Autista (TEA), o el Trastorno Oposicional Desafiante (TOD)— se diagnostican según el DSM 5, que es un manual estadístico clasificatorio inventado por la Asociación de Psiquiatras de Estados Unidos, socia de la industria farmacéutica. No hay ningún tipo de indicador ni por laboratorio, ni por imágenes, ni por electroencefalograma que pueda corroborar o identificar algún compromiso neurológico. Y el mismo manual dice que para hacer este diagnóstico los exámenes neurológicos tienen que dar normales, y aclara que hasta el día de hoy no se ha desarrollado la tecnología para encontrar el problema.
¿Entonces un estudio normal, que suele indicar la ausencia de una patología, para el manual indica que la hay?
—Así como suena. Para hacer el diagnóstico lo primero que tiene que tener el neurólogo es un examen normal. Después hacen un diagnóstico en base al Cuestionario de Conners que consiste en una serie de preguntas en dos formatos, uno para padres y otro para docentes, que tienen que contestar de 0 a 5 o de “nunca” a “frecuentemente”. Las preguntas son cuestiones como: “¿Por momentos el chico parece estar como en la luna?”. O: “¿Se muestra inquieto?”. Ahí hay dos variables que nadie tiene en cuenta: que alguien puede estar particularmente ansioso un día pero no al día siguiente, porque la inquietud suele ser el síntoma característico con el que se manifiestan la angustia y la ansiedad.
La otra variable es la subjetividad del que responde, donde interviene su propio estado de ánimo y su percepción. Pero a partir de ese cuestionario de lo que observan los adultos a cargo se hace el diagnóstico del niño, sin generar ningún tipo de dispositivo o espacio donde se lo pueda escuchar y hablar sobre qué le pasa. Y, pese a que el examen neurológico es normal, el equipo que los atiende —donde hay psicólogos, psicopedagogos, fonoaudiólogos, psicomotricistas, terapistas ocupacionales— sigue a cargo de un neurólogo.
¿Y qué hace ese equipo de especialistas?
—Este equipo le propone otros tratamientos alternativos o complementarios a la medicación que definen como terapias cognitivo-conductuales. El neurocognitivismo, como le llaman ahora, es un neoconductismo. Lo que proponen en esas terapias son repeticiones de conductas asertivas que reciben una recompensa a cambio de que se reproduzcan, y de no hacerlo una carita triste o algo así, tal como lo proponía el conductismo y al que criticamos tanto porque no le importaba el sujeto sino que sus conductas se adecuaran a lo que el entorno exigía. Va a contramano de todo lo que hoy sabemos, de todo lo que se sigue investigando e incluso de los avances en las neurociencias, aunque se supone que estas propuestas surgen de estudios neurocientíficos. Muchos chicos tienen hasta quince sesiones semanales. Yo los llamo “pymes”.
¿Con qué están medicando a los chicos y qué consecuencias trae?
—La droga que se usa es el metilfenidato, que es una prima hermana de las anfetaminas, que ya se venía usando en la década del 60. La usaban los adultos, estudiantes universitarios, para pasarse toda la noche sin dormir antes de un examen final. Por un efecto paradojal, esta droga genera una hiperconcentración y una hiperexitabilidad en la región frontal que hace que uno se quede como despierto. Por un efecto secundario que tiene, también se empezó a usar para adelgazar. Hasta que fueron tantos los problemas cardiológicos que ponían de manifiesto los adultos que usaban este tipo de medicación que en la Argentina se prohibió a pedido de la Asociación de Cardiología.
¿Y cómo es que ahora se medica a los niños y adolescentes con ella?
—El TDAH fue la punta de lanza con la que aterrizaron en la región los neurólogos venidos de Estados Unidos a finales de los noventa. Primero, dijeron que se había descubierto que el problema de no prestar atención era una enfermedad neurológica de origen genético, con lo cual tanto las familias como los docentes se quedaron muy tranquilos: el problema no era que no enseñaban bien o no estaban respondiendo a las necesidades de los chicos de hoy en día, o que tuvieran un problema con sus hijos o en su casa: el problema era el nene que había nacido así. Segundo, dijeron que la solución la tenía este remedio.
Inmediatamente se organizaron los padres en asociaciones a las que se les informó que existe una pastilla para resolver esto. Las primeras aparecieron en San Isidro, y mandaban a traer el metilfenidato de Uruguay hasta que lograron, haciendo presión sobre el Ministerio de Salud, que se volviera a importar en la Argentina. Cuando entró, la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT) lo catalogó en el listado 2 de drogas peligrosas, al lado de la morfina. Por eso, es una droga que requiere receta triplicada, por los riesgos y los efectos secundarios que tiene. La marca comercial más conocida es Ritalina, pero también están Rubifen, Consiv…
¿Las prepagas y obras sociales cubren estos tratamientos? Porque estamos hablando, además de los especialistas, de un test estandarizado que cuesta unos $55.000…
—Sí, y desde que salió la posibilidad de sacar un certificado de discapacidad por TDA o TDAH ni siquiera lo pagan las obras sociales o las prepagas, sino que lo paga el Estado.
¿Cuáles son las consecuencias a largo plazo de recibir esta medicación en la niñez?
—Depende, porque no sabemos qué problemática había de base en cada chico. Si era muy seria o grave, con frecuencia hacia el final de la adolescencia o juventud estalla en cuadros de psicosis, que aparecen de la noche a la mañana porque los síntomas se fueron tapando.
En chicos que no tenían problemáticas tan serias, unos pocos empiezan a capitalizar los beneficios secundarios de portar un certificado de discapacidad. Pero la mayoría tiene una falla muy seria en lo que vulgarmente se llama la autoestima: el sujeto no confía en sus propias posibilidades porque nadie de su entorno confía en sus posibilidades. No logran aprender algunas cosas porque dicen que no pueden. Sucede que si a una persona desde muy chica, cuando está en plena construcción de su psiquismo, de su subjetividad, de su inteligencia, le estás enseñando que es discapacitado, que tiene un trastorno, que tiene un déficit mental, en un 99% de los casos el sujeto se apropia de eso, porque uno va construyendo su identidad a partir de la mirada en espejo que te devuelve el entorno. Y si tu entorno (tus padres, tus familiares, tus maestros y hasta tus compañeros) te trata distinto, se construye un psiquismo y una inteligencia de manera muy lábil, muy frágil.
Si el TDA no existe pero los chicos manifiestan problemas para concentrarse en clase y/o son hiperactivos, ¿qué es lo que tienen?
—Hay muchos factores para que el chico esté desatento. Puede estar con la cabeza en otro lado porque tiene algún problema que demanda su atención. Pero a veces no tiene que ver con una problemática individual, sino que inciden los cambios culturales que se han ido produciendo en los últimos tiempos, como la llegada de las llamadas TICs (Tecnologías de la Información y la Comunicación), que han hecho un impacto en las sociedades, en la cultura, del que todavía no tenemos la verdadera dimensión. Y estos niños, niñas y adolescentes que hoy transitan las escuelas, a los que llamamos nativos digitales porque desde que nacen están en contacto con estas nuevas tecnologías, comienzan a desarrollar la inteligencia y las funciones cognitivas de manera diferente a las que desarrollábamos nosotros. Tienen novedosas formas de prestar atención, novedosas formas de buscar información, de acuerdo con las nuevas experiencias de vida.
Mientras tanto, las escuelas, que son las instituciones sociales preparadas fundamentalmente para albergar a las infancias y adolescencias, si bien no dejan de ser los mejores espacios sociales para que se encuentren, no se han ajustado a los cambios epocales y muchas siguen proponiendo modalidades de abordaje pedagógico que son propios del siglo pasado. El sistema educativo es por lo general conservador.
De la mano de todos estos cambios tecnológicos otro fenómeno al que asistimos, que nos alerta y preocupa mucho, tiene que ver con la simetrización en los vínculos entre los adultos y los niños, niñas y adolescentes, porque la autoridad no se asienta en el supuesto saber —porque suponen que la información está en Google—, o en la experiencia, sino en cuánto dinero tenés en el bolsillo. Es decir que tiene más autoridad quien más plata tiene. Cuando se instala una lógica clientelar de este tipo es muy difícil que ese niño, niña o adolescente haga caso, se deje enseñar.
¿Qué recomendación les darías a los adultos que se encuentran a cargo de chicos que presentan algún tipo de problema atencional?
—Primero, garantizar dispositivos de escucha. Lo pueden hacer los propios docentes —si tienen tiempo, porque más no se les puede pedir—, hasta los equipos de orientación escolar, los pediatras, los familiares. Se trata de tratar de escuchar, entender qué le está pasando a ese niño o niña o adolescente. Prestar atención a su historia y condiciones de vida porque a veces los chicos no lo pueden poner en palabras, y si uno no habla con sus padres o quienes estén a cargo es difícil enterarse. Hay que tratar de entender qué se está jugando detrás de ese síntoma.
Lo segundo es que, si el chico no tiene un problema neurológico, que generalmente lo descarta el mismo pediatra, no vayan a un neurólogo. Si es un neurólogo correcto y lo neurológico está descartado lo tiene que derivar, no quedárselo como paciente con su equipo multidisciplinario.
Después hacer una consulta psicológica, psicopedagógica, y estar atento a ver si hacen un proceso de diagnóstico a partir del cuál no describan el síntoma, sino que expliquen por qué lo tiene. Si no lo hace, salgan corriendo.
Foto: S.F. para ABC.es