Redacción Canal Abierto | El triunfo de Javier Milei significó también una apertura, legitimada por la sociedad, de la puertita de los odios. Esos que se mastican en la oscuridad hasta que algo —como el triunfo electoral de una propuesta con muchas máximas violentas— les permite salir del clóset. Así, comenzaron a multiplicarse los ataques públicos a la comunidad LGTBIQ+, a los movimientos de derechos humanos, a las agrupaciones de izquierda y a las feministas, como encarnación de todos los males.
Pero, haciendo justicia, ese corrimiento de lo que está bien decir en público no comenzó con la victoria de Milei. Desde los sectores más progresistas de la sociedad, en el marco electoral, fue creciendo la idea de que el feminismo es “piantavotos”. Que ese sujeto político dinámico y provocador, que incomoda e invita a pensar las contradicciones, es en gran parte responsable de la derrota. Así, se metieron bajo la alfombra planteos que feminismo estaba haciendo de manera muy directa: la pobreza, la precarización del trabajo, las violencias, el deterioro de los lazos sociales, la deuda.
Pero, ¿es realmente así? ¿Por qué no se pudo interpelar a las y los precarizados? ¿Qué pasó con el acumulado de fuerza social durante los cuatro años del macrismo donde el feminismo fue fundamental para derrotarlo pero no formó parte de las decisiones políticas del gobierno del Frente de Todos?
Y si es así, ¿hay que esconder sus reivindicaciones y planteos? ¿Hay que revisarlos? ¿Hay que redoblar la apuesta? ¿Es tiempo de reflexionar y generar nuevas preguntas que vehiculicen nuevas demandas? ¿En los sectores de militancia o en la calle? ¿Qué tiempo es este tiempo?
En este Hipótesis, puede (no) ser cierta, las miradas de la doctora en Ciencias Sociales e integrante del colectivo Ni Una Menos, Verónica Gago, y la trabajadora del área de niñez, sindicalista y secretaria de Género y Diversidad de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), Clarisa Gambera.