Redacción Canal Abierto | “No te pongas a llorar ahora. Que no te vean ni una lágrima estos tipos”, le dice al oído Laura Bonaparte a Graciela Lois. Era el 11 de febrero de 1998. Rodeadas de milicos y agentes de la Policía Federal, las dos mujeres recorren la Escuela de Mecánica de la Armada en estado de abandono.
Las acompañan las camaristas María Inés Garzón de Conte Grand y Marta Herrera; sus abogados, Mario Ganora y Liliana Magrini; el defensor del Pueblo, Antonio Cartañá; y los legisladores porteños socialistas Alfredo Bravo y Jorge Rivas.
Días antes, el 7 de enero, el presidente Carlos Saúl Menem había anunciado en conferencia de prensa la firma del decreto 8/98, que determinaba la demolición del predio de la ESMA y el traslado de sus instalaciones a la Base Naval de Puerto Belgrano.
El riojano explicó que en el lugar se levantaría un monumento y se construiría un parque para recibir a jefes de Estado que visitaran el país. Luego de la instalación de la “teoría de los dos demonios”, por vía del alfonsinismo y la intelligentsia socialdemócrata, el menemismo machacaba con la “reconciliación nacional”.
“Allí, decían, iban a levantar un monumento para simbolizar la reconciliación del país. Obviamente la estatua no se haría nunca y en el lugar se concretaría un gran negociado: el desarrollo de un barrio de lujo con vistas al río en una zona de mucho valor inmobiliario. El menemismo lo que tenía en mente era el negocio que se podía hacer ahí”, explica a Canal Abierto el periodista Luis Bruchstein, hijo de Bonaparte. En la misma operación, sobre los escombros del más temible campo de concentración de la dictadura cívico-militar, borrando de un plumazo la memoria del horror, pensaban reescribir una historia regada de pizza y champán al calor del 1 a 1. Pero estas dos mujeres se interpondrían en su camino.
Laura y Graciela
Bonaparte era psicóloga, Madre de Plaza de Mayo, militante del movimiento de derechos humanos y feminista de los tiempos en que la ‘ola verde’ no llegaba ni a charquito. También fue madre de cuatro hijos e hijas. La dictadura diezmó a su familia. Secuestraron a su marido Santiago Isaac Bruschtein (1916 – desaparecido el 11 de junio de 1976); a sus hijas Aida Leonora “Noni” (detenida y asesinada el 24 de diciembre de 1975) e Irene Mónica “Lilia» (detenida desaparecida el 11 de mayo de 1977); a su hijo Víctor Rafael (desaparecido el 19 de mayo de 1977) y a sus yernos Mario Ginzberg (detenido desaparecido al mismo momento que su pareja Irene) y Adrián Saidón, pareja de Noni, asesinado el 24 de marzo de 1976 cuando se acercaba a su domicilio.
Graciela lleva 46 años en el movimiento de derechos humanos. Se incorporó a esa militancia cuando desapareció su compañero Ricardo Lois. Integra la organización Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas casi desde su fundación. Este organismo definió desde un primer momento el objetivo de trabajar por los presos políticos y en sus filas revistaban, sobre todo, militantes.
En la ESMA
Cerca de 15 años después de finalizada la dictadura, Laura y Graciela interpusieron el recurso de amparo. “La ESMA estaba abandonada -cuenta el periodista- pero aún la administraba la Marina que quería sacársela de encima y que el predio fuera demolido. Como estaba el proceso judicial habían detenido, por el momento, la destrucción del lugar. En esa situación de mucha hostilidad, ellas y los abogados ingresaron a la ESMA. Esos edificios estaban abandonados desde hacía tiempo, era todo una gran mazmorra lóbrega en la que se sentía la presencia del sufrimiento y el dolor que había pasado por el lugar”.
Ricardo Lois, estudiaba arquitectura en la UBA, donde militaba en la Juventud Universitaria Peronista (JUP). Nació en Lanús y vivió muchos años en Burzaco donde jugaba al rugby en el club Pucará. En 1975 se casó con Graciela Palacios y tuvieron una hija, María Victoria. El 7 de noviembre de 1976 fue desaparecido. Estuvo secuestrado en la ESMA y, según testimonios, allí fue asesinado.
En ese febrero del 98, su mujer y Laura recorrían las instalaciones donde Ricardo pasó sus últimas horas. Como tantos. Como miles. “Esas mujeres y ese amparo eran un grano en la nariz para esos tipos, les rompía todo el plan que habían armado y, obviamente, eran muy hostiles con ellas y con los abogados que las acompañaban. Fue una situación dificilísima. Había que tener fuerza de espíritu y entereza para estar en ese momento”, narra Luis.
En el amparo presentado a la Justicia sostenían que la destrucción de la ESMA “puede borrar pruebas que permitan esclarecer cuál fue el destino final de nuestros parientes”. “Si se destruye la ESMA con ella se termina la esperanza de investigación, de conocer científicamente los porqué de ese método de exterminio de miles de vidas que condenó a los familiares a esperar en vano el regreso con la consiguiente tortura moral”, señalaron.
Tras la intervención judicial, la ESMA que había sido desalojada en 1983, queda en una especie de limbo hasta que el gobierno de Néstor Kirchner decide convertirla en un sitio de memoria.
En ese febrero del 98, su mujer y Laura recorrían las instalaciones donde Ricardo pasó sus últimas horas. Como tantos. Como miles. “Esas mujeres y ese amparo eran un grano en la nariz para esos tipos, les rompía todo el plan que habían armado y, obviamente, eran muy hostiles con ellas y con los abogados que las acompañaban. Fue una situación dificilísima. Había que tener fuerza de espíritu y entereza para estar en ese momento”, narra Luis.
Laura, la militante todo terreno
“Ella siempre decía que lo que menos hubiera querido en la vida era ser Madre de Plaza de Mayo”, subraya Luis. Laura era psicóloga y amaba su profesión. Trabajaba en el Policlínico de Lanús (luego convertido en el Hospital Evita) en la Dirección de Salud Mental que dirigía Mauricio Goldenberg. Era una experiencia novedosa, con propuestas de vanguardia, de puertas abiertas. Trabajaba haciendo prevención, con activistas de salud en los barrios populares. “Se reunía con los curas que trabajaban en los barrios -del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo- y en la casita que tenían los curas en la calle Bolivia, a donde también se arrimaban militantes de la resistencia en aquella época de los años 60”.
“Ella tenía un origen socialista. Su padre fue juez y era un dirigente del Partido Socialista de Entre Ríos. Ella tenía estas ideas, pero al trabajar en la villa, en esa época y conocer a esos militantes de la resistencia valoró mucho el trabajo y la identidad política que significaba el peronismo en ese momento. Eso la marcó. Ella siempre tuvo su corazón socialista y, al mismo tiempo, su respeto por lo que implicaba el peronismo”.
Represión y exilio
“A una de mis hermanas la capturan al día siguiente de Monte Chingolo (el intento de copamiento del Batallón de Arsenales 601 llevado adelante por el ERP el 23 de diciembre de 1975), en la zona, la llevan al regimiento y la fusilan junto a otros prisioneros. Ultiman como a 70 prisioneros pero las Fuerzas Armadas se niegan a dar información. Mi madre dio una lucha muy fuerte, hasta que salió la lista de fallecidos y mi hermana estaba entre los caídos. Pero no le dijeron dónde estaba el cuerpo, ni la identificaron, solamente le informaron que estaba enterrada en una fosa común en el cementerio de Avellaneda”.
Laura, entonces, le inicia juicio a Albano Eduardo Harguindeguy, jefe de la Policía Federal Argentina designado por María Estela Martínez de Perón y luego ministro del Interior de la dictadura genocida. Las represalias no tardan en llegar. “La fueron a buscar a la casa, le pusieron bombas y destruyeron todo. Ella se quedó un tiempo más y cuando vio que venía el golpe salió para México”.
En México trabajó con Amnistía Internacional y colaboró en la campaña por la declaración de las violaciones a los derechos humanos y la desaparición como delitos de lesa humanidad. Participó como veedora para Amnesty en los campamentos de refugiados de El Salvador y Guatemala que vivían un proceso de guerra civil.
“Ella tenía una relación muy fuerte con las Madres, que ya habían empezado a organizarse en Buenos Aires. Cuando el Papa Juan Pablo II fue a México -a fines de enero de 1979- una delegación de Madres viajó a México para tratar de entrevistarlo, sin éxito. Allí se fortaleció esa relación”, narra Luis.
Las tumbas, los restos, el duelo
“Cuando a partir de 1982 empiezan a aparecer tumbas NN y ve que eran revueltas con tractores y topadoras, ella se da cuenta que así iba a ser muy difícil identificar los cuerpos y recoger pruebas que pudieran servir para un potencial juicio. Como ella sabía donde había una tumba colectiva en el Cementerio de Avellaneda vuelve al país y estuvo presente cuando empezaron a abrirlas en ese lugar”, rememora Bruchstein hijo.
“En la ocasión -continúa- estaban presentes periodistas de la revista Life. Hay una foto bastante famosa donde ella está mirando los restos óseos que han sacado de las tumbas. Es una foto bastante fuerte y los reporteros de esta muy importante revista internacional, en aquella época, le preguntan cómo pueden ayudar ellos frente a esa situación y ella les dice: ‘Ayúdennos para poder castigar a los culpables’”.
Dos o tres años después, cuando empiezan los juicios en 1984, Life paga el pasaje del antropólogo forense Edward Snowden, que, en ese momento, era prácticamente el único especialista en esa materia en el mundo. Del grupo de jóvenes graduados de antropología que trabaja con él en esos años, entre ellos Luis Fondebrider, surge el mundialmente reconocido Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF).
“En ese momento hubo una discusión bastante fuerte en los organismos sobre si había que identificar o no identificar los restos. Mi madre siempre defendió el derecho de las madres a hacer el duelo, por lo que era importante identificar a los NN y que ello no implicaba bajar las banderas de las luchas por la justicia y contra las violaciones a los derechos humanos”.
En ese momento hubo una discusión bastante fuerte en los organismos sobre si había que identificar o no identificar los restos. Mi madre siempre defendió el derecho de las madres a hacer el duelo, por lo que era importante identificar a los NN y que ello no implicaba bajar las banderas de las luchas por la justicia y contra las violaciones a los derechos humanos”.
Encima feminista
“Antes de ser Madre de Plaza de Mayo ella era feminista. Siempre había luchado por las banderas del feminismo. Cuando empiezan a discutirse los temas de género como parte de los derechos humanos, ella es de las primeras que lo plantea. Esto también genera un debate interno dentro de los organismos: algunos no querían abrir, querían mantener el foco en el tema de las violaciones a los DDHH durante la dictadura como el tema específico de los organismos”.
Laura bregó por incluir los debates en torno a los derechos de género, de las mujeres, de las minorías sexuales. Participó de los primeros Encuentros Nacionales de Mujeres en los años 80 y fue parte de la incipiente Comisión por el Derecho al Aborto que retomó a comienzos de los 90 la lucha por la interrupción voluntaria del embarazo y dejó un camino abierto para una conquista que se logró tres décadas más tarde. Allí compartió militancia con Dora Coledesky, Alicia Schejter, María José Rouco Pérez y Safina Newbery, entre otras figuras de un incipiente feminismo. Dentro de este movimiento, su participación fue definitoria para enlazar la lucha por el aborto con las de los organismos.
“En un momento se cometían muchos crímenes de travestis y nadie se hacía cargo de la problemática. Ella se mete a discutirlo con las Madres, en los organismos y cuesta bastante la aceptación. En una oportunidad fue con Lohana (Berkins) y se encadenaron en Tribunales para protestar por esta situación. Fue un tema que de a poco la sociedad fue incorporando, pero ella fue muy vanguardista”, explica Luis.
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Laura murió en Buenos Aires, el 23 de junio de 2013, a los 88 años. Graciela continúa militando en Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas y trabaja en la Defensoría del Pueblo de la Ciudad, a cargo de la coordinación operativa de Derechos Humanos.
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El 19 de septiembre de 2023, el Museo Sitio de Memoria ESMA – Ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio fue reconocido por la UNESCO como Patrimonio Mundial e incluido en la Lista de sitios sujetos a la Protección del Patrimonio Cultural y Natural Mundial del organismo dependiente de las Naciones Unidas. El sitio “está asociado y es representativo de la represión ilegal llevada a cabo y coordinada por las dictaduras de América Latina en los años 1970 y 1980 sobre la base de la desaparición forzada de personas. La protección alcanza al resto del predio de 17 hectáreas del hoy Espacio Memoria y Derechos Humanos como ‘área de amortiguación’”, sostuvo el comité que decidió su inclusión.
Notas:
*1 Fuente de la imagen: Fondo Marcelo Ernesto Ferreyra. Programa de Memorias Políticas Feministas y Sexogenéricas del CeDInCI, publicado por www.moleculasmalucas.com