Redacción Canal Abierto | Bajar la brecha entre el dólar oficial y los paralelos es la obsesión que hoy le quita el sueño a Luis “Toto” Caputo y Javier Milei. De por sí, la tarea no es sencilla en una economía bimonetaria como la Argentina.
Sin embargo, el mayor problema que enfrenta el Gobierno es el Frankenstein con el que se auto encorsetó tras la mega devaluación apenas asumió, también recordada como “Caputazo”.
A saber: en diciembre el ministro de Economía anunció en conferencia de prensa un aumento del tipo de cambio oficial a $800 por dólar con el compromiso de un ajuste mensual del 2%. Con este mecanismo conocido como crawling peg, en los primeros seis meses el ajuste de la divisa debía rondar el 12%, lejos del 79,8% de inflación que acumuló en el periodo.
Hasta hace poco menos de un mes, el esquema no sufría grandes complicaciones. Sin embargo, en las últimas semanas la administración libertaria sufrió el zarandeo del frente aparentemente amigo y las cotizaciones paralelas se dispararon hasta los $1500, récord histórico en términos nominales.
Tras una serie de intentos infructuosos por apaciguar el pánico, el viernes pasado Caputo anticipó una estrategia desesperada. En concreto, la utilización de los dólares adquiridos en el Mercado Unico y Libre de Cambios -en gran medida, por la liquidación de exportadores- para intervenir en el segmento de los dólares financieros CCL y el MEP.
La respuesta inicial fue de aparente éxito, retrotrayendo los valores cambiarios a cifras similares a las de un mes atrás (en sólo tres días la brecha pasó de 60% a 42%).
Como sucede con toda política económica, la medida tuvo sus claroscuros: los acreedores, al ver que el Central quemaba sus reservas para evitar una nueva devaluación y disparada inflacionaria, corrieron a desprenderse de los bonos y las cotizaciones se hundieron.
Esto llevó el Riesgo País por encima de los 1.600 puntos, un nivel similar al registrado en la previa a la crisis de 2001. El índice resultaría complejo en cualquier escenario, pero es aún más desastroso para una fuerza política que se autopercibe experta en estas finanzas.
El otro daño colateral, y que retroalimenta esta crisis, es que esta ancla de los tipos de cambio paralelos vuelve menos atractiva la liquidación del complejo agroexportador.
Desde tiempos de Massa, el campo está obligado a facturar su producción al conocido como dólar blend (un valor compuesto por un 80% del precio oficial y 20% del CCL).
Si hasta ahora el campo especulaba con una devaluación para facturar, surge la pregunta: ¿Lo hará con una de sus variables –el CCL- devaluadas? Parece difícil, lo que tensaría aún más la capacidad del Gobierno para dar continuidad a la estrategia intervencionista sobre los paralelos. Una suerte de círculo vicioso tan peligroso como perjudicial para el erario.
Así, Caputo lanza una pulseada del tipo “Chicken game” (juego de la gallina) con la patria sojera: en otras palabras, acelerar a fondo y quemando las naves, para poner a prueba quién aguanta y quién no. La historia reciente demuestra que el campo suele tener resto y espalda, a diferencia de un Estado hoy debilitado por la caída en la recaudación producto del ajuste y recesión… impulsada por el propio Milei.
Una suerte de “si nos matamos, nos matamos”, pero con la de todos. Y cuyo resultado -más temprano que tarde- también será colectivo.