Redacción Canal Abierto | Nora Mazziotti mira telenovelas desde que tiene memoria, porque le gustan “las historias de mujeres comunes”, dice.
Estudió Letras en la UBA y se dedicó a investigar y enseñar sobre géneros populares. Dio cursos y seminarios de grado y de posgrado en varias universidades argentinas, de Brasil y de México, y es autora de diversos libros, entre ellos las novelas La cordillera, Milonga perdida; Amores calabreses y Las cocoliches. Las demás cuñadas (Paradiso) es la quinta.
“Imagino una protagonista que tiene muchas cuñadas y que está casada con un hombre que tiene cinco hermanas mayores. La protagonista se piensa, se imagina, sospecha que el marido podría ser hijo de alguna hermana porque se llevan 20 años. Con esa sospecha, se arma la novela”, arranca.
¿Para escribir Las demás cuñadas te basaste en un diario íntimo?
—Sí, en el diario de una de las hermanas, que muere en la década del 30 de tuberculosis, una enfermedad endémica. En ese momento no había vacunas, no había penicilina y ella escribe un diario que es realmente conmovedor porque es una chica de 18 años que va al médico y se entera que tiene esa enfermedad, incurable en ese entonces. Es el diario de Amalia, es real, estaba en mi familia y fue muy difícil leerlo porque estaba escrito con lápiz en hojas de papel satinado.
¿Qué significación tienen los diarios íntimos?
—Son lugares en los que se escriben sueños, fantasías, hechos cotidianos, deseos, miedos, secretos. A mí me gustan esos entramados femeninos que tienen que ver con la familia, con los quehaceres domésticos. Mi propia vida ha sido así, con muchas mujeres fuertes en las familias. Paralelamente a mi vida de escritora de ficción, yo trabajaba en la universidad y daba clases sobre géneros televisivos, sobre géneros teatrales, sobre telenovela. Soy una gran espectadora de esos mundos femeninos que cuentan las novelas.
Tus novelas recuerdan mucho a las de Manuel Puig…
—Contar el mundo de lo público y de lo privado y de las relaciones familiares es lo que a mí me gusta. Cuando lo leí a Puig, me pasó que dije “ah, qué maravilla”. Pero a la vez pensé “este hombre ya escribió todo lo que a mí me interesaba contar: las pasiones, las envidias, las vidas comunes”. Después pude superar esa frustración y escribí mis novelas.
¿Cuál es tu relación con tus lectoras y lectores?
—Tengo lectores y lectoras fieles y me dicen: “Me conmoví, me identifiqué con tal personaje, o es la historia de mi familia”. Las historias se cruzan con sus propias historias y es que las historias de la familia son para novelas. Yo también me crié en una familia ampliada: vivíamos con mi tía y mis abuelos paternos en la misma casa, una familia italiana. Yo estaba todo el día atrás de mi abuela y ella me contaba historias de todos sus parientes, los de Italia y los que habían venido. Incluso yo me doy cuenta de que me pongo a escribir y me surgen cosas que yo no había pensado que me iban a surgir y son esas historias que escuché.
¿Te gustaba que te contaran historias?
—Me encantaba y me sigue encantando. Es como lo mejor de la vida que te cuenten historias.
Sos una especialista en el género telenovela, ¿qué te gusta de ese género?
—Empecé investigando teatro en la facultad, teatro de principios de siglo XX, sainete, grotesco. Me gusta lo que es popular, incluso lo que es comercial, lo que llega a los grandes públicos.
Yo tengo cuatro hijos y no podía salir mucho de mi casa para ir al teatro a la noche, un viernes o un sábado. Entonces me quedaba en mi casa y veía novelas mientras que planchaba o cocinaba. Trabajé mucho sobre la obra de Migré, hice un libro que se llama Soy como de la familia, conversaciones con Alberto Migré. Fue un gran autor de telenovelas que tenía unos ratings impresionantes. Hacía una atrás de otra, entre ellas “Rolando Rivas, taxista”. Con Marcelo Camaño, que es guionista, y con Gustavo Moscona, que es historiador, hicimos otro libro que se llama Se paraba el país, porque sinceramente ocurría eso con esa novela. En América Latina también se empezó a investigar la telenovela y dejó de ser la bestia negra, digamos, la cosa vergonzante.
¿Se la trataba como un género menor?
—Eran para la siesta, para cuando la mujer hacía tareas domésticas y eran promovidas incluso inicialmente por marcas de jabón, de detergente. Eran consideradas un género menor para un público también desacreditado.
Como si no pudiéramos pensar o como si el trabajo de los hogares no fuera un trabajo cuando en realidad es el que sostiene al mundo.
—Sí, por supuesto. A mí me gustan esas historias de mujeres comunes, mujeres que laburan, que se la rebuscan y que aman, sufren, pero tienen sus proyectos, sus sueños. Me gusta contar esas historias.
Foto: Magda Viggiani

