Redacción Canal Abierto | Hasta que la marea verde existió, no hubo ola celeste. Nadie se preocupó por salvar las dos vidas hasta que el pedido por el aborto legal, seguro y gratuito ganó las calles, las mesas familiares, las colas de los bancos, los debates públicos y privados. Allí cobró relevancia el movimiento autodenominado “provida” que jamás presentó proyecto alguno que legitimara ese nombre, pero que se apresuró a hacerse notar a fuerza de acciones en espejo (pero antagónicas) a las impulsadas por las militantes de una causa que ya lleva, organizada, trece años de insubordinado crecimiento. Cada acción del colectivo que rechazó la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo fue, en realidad, un movimiento reactivo, una voluntad contrarrevolucionaria sin más iniciativa que truncar la avanzada del oponente verde, tan diverso como inabarcable. Hasta ahora.
El Partido Celeste se presentó en sociedad en el auditorio del porteño Hotel Savoy como el primer bloque político solidificado tras una cruzada: oponerse al aborto legal. El debate que no dejó bloque legislativo sin fisuras internas –a excepción del Frente de Izquierda y de los Trabajadores- consolidó uno nuevo, cuyo motor exclusivo es “darle promoción y defensa a la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural”.
Su fundador es una persona sin útero: Raúl Magnasco, presidente de la Fundación +Vida de fuertes vínculos con la Iglesia Católica y las evangélicas. Durante la presentación del nuevo partido –que tramita su personería en seis distritos electorales (Ciudad y provincia de Buenos Aires, Catamarca, Salta, Chubut y Mendoza)- afirmó aspirar a tener mayor representatividad parlamentaria.
Las fotos del flamante Partido Celeste muestran a sus integrantes posando junto a crucifijos y cuadros de la Virgen María. Y junto a un estandarte de armas de los Reyes Católicos, Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla, quienes consolidaron la actual España a fines del siglo XV, e impulsaron la conquista de América a sangre, fuego y biblias.
Pero la tentación de tomarlos sólo como un rebrote anacrónico de pensamiento medieval se diluye cuando se analiza la cantidad de argentinos a los que, eventualmente, podrían representar. Según la “Encuesta sobre creencias y actitudes religiosas” del Conicet, en el centro del país (provincias de Santa Fe y Buenos Aires) el 11% de la población adhiere a la religión evangelista. La cantidad de templos, además, se quintuplicó en los últimos quince años: el registro nacional de cultos tiene incorporadas a 16 mil iglesias. Por su parte, la población católica asciende al 76,5% de los argentinos, aunque la reciente apostasía colectiva impulsa disminuir ese número hacia un porcentaje más representativo de quiénes realmente profesan el culto.
La ley que estuvo a siete votos de legalizar un nuevo derecho para las mujeres cuenta ahora con un nuevo enemigo, un partido organizado detrás del color que tiñó los pañuelos que asomaron a la escena pública como antítesis de los verdes. Sus símbolos y consignas rememoran los tiempos en que el inquisidor Tomás de Torquemada perseguía judeoconversos, y su líder es un hombre que -vaya paradoja- se llama Raúl, el nombre con el cual las feministas identifican al típico heterosexual, heteronormativo, blanco, de clase privilegiada, que gusta de hablar en nombre de las mujeres. Un machista clásico, como Dios manda.
Foto de portada: M.A.F.I.A.