Por Leo Vázquez | “Negrito querido, hoy vengo al Campito a homenajearte, y en tu nombre a los seis o siete mil compañeros desaparecidos en este lugar tan tétrico, donde fuiste torturado hasta que terminaron con tu vida”, le dice Iris Pereyra -nada menos que en el centro clandestino más sanguinario de la dictadura genocida- a su hijo Floreal Avellaneda, secuestrado en Campo de Mayo en abril del 76 cuando tenía 15 años, asesinado salvajemente y arrojado en un “vuelo de la muerte” al Río de la Plata. Es un instante eterno que paraliza a todos los presentes, congela los huesos pero hierve la sangre, y explota en lágrimas inocultables y en un atragantado “¡Presente!” que se grita mordido por el dolor y la bronca.
En ese lugar, con no más de cien sobrevivientes, donde desaparecieron cinco, seis o siete mil personas -“la imprecisión no es de los organismos, sino de la impunidad”, aclara José Schulman-, Mauricio Macri pretende construir un paseo ecológico en el que “las familias podrán tomar mate y hacer deporte».
“Prometo seguir luchando por los 30 mil ahora y siempre, por el juicio y castigo a los genocidas y para que este lugar sea respetado como sitio de memoria”, concluye Iris la lectura de la breve carta a su pequeño hijo, militante de la Fede comunista, que pocos meses después de ser chupado de la casa familiar apareció flotando en la costa de Montevideo. Entonces, fue nuevamente y de manera definitiva desaparecido por los chacales de Jorge Rafael Videla y Santiago Omar Riveros, en complicidad con la dictadura uruguaya. Iris también pasó como desaparecida por esa fábrica del terror.
Fue la cuarta vez que, por su condición de querellante, la Liga Argentina por los Derechos del Hombre (LADH) consiguió el permiso de la jueza de San Martín, Alicia Vence, para poder entrar y hacer sentir el repudio al decreto que pretende instalar una reserva natural del espanto.
“Tenemos que seguir viniendo cada vez que sea posible y hacerle ver al Gobierno que vamos a defender este lugar para que no haya un Parque Nacional como ellos quieren. Nosotros queremos que sea un sitio de memoria para que no tengamos que andar rogando a la jueza que nos dejen entrar”, sostiene.
Visitar el horror
Para comenzar, hay que esperar que lleguen todos los autos de los participantes, previamente acreditados para acceder.
El mail de la Liga decía: “No olvides llevar tu DNI ya que sin inscripción previa a veces hay contratiempos en el acceso. El punto de encuentro es a las 12 horas, en Avenida Camilo Ideoate, cruce c/calle al Polígono de Campo de Mayo (Monolito a un lado de la ruta y tranquera abierta del otro). Entrando por la Ruta 8-Av. Ideoate, 500 metros luego del Instituto Judicial”. Ideoate atraviesa en diagonal el gigantesco predio de casi 5.000 hectáreas, desde la frontera con William Morris hasta la punta de Don Torcuato. Se trata de la guarnición militar más grande de Argentina que alberga hoy escuelas del Ejército, una pista de aterrizaje, un hospital y hasta una prisión militar VIP para genocidas condenados, cerrada en 2014 porque no se podían controlar los privilegios que los represores tenían allí, y reabierta por el actual gobierno. Durante el terrorismo de Estado funcionaron allí cuatro centros de exterminio y una maternidad clandestina.
En la puerta espera un camión lleno de soldados. Se muestran amables, pero sólo abren el retén cuando los coordinadores de la actividad confirman que “ya estamos todos”.
Es apenas una pequeña barrerita tras la cual nace un olvidado camino de tierra que se interna en la maleza rápidamente. El contraste con los fastuosos edificios de las instalaciones del Ejército Argentino es chocante. Luego de unos minutos, aparece otro parapeto oxidado y recién ahí, en el fondo del bosque, comienza a advertirse algo.
Una primera impresión hace pensar que, a diferencia de los centros de tortura de las ciudades, en ese aljibe que se hunde en la garganta del monte no haría falta poner música alta para tapar los alaridos del sufrimiento; que los intentos de fuga de los prisioneros habrán sido mucho menos ya que para llegar a la civilización hay que atravesar kilómetros de nada; que la crueldad de los torturadores le ganó a su propia vergüenza, ya que no hay posibilidad de que en ese agujero haya reinado durante la noche larga otra ley que la de la selva y sus hienas; y que, por todo eso, Campo de Mayo fue el más letal y efectivo de los campos de concentración de nuestra historia.
«El Campito», o la persistencia de la memoria
Ahora estamos allí. A la izquierda sale un sendero hacia una explanada abierta sobre el cual hay una pequeña y moderna casa de guardia, custodiada por un milico joven que no mira a los ojos a nadie y que no suelta la ametralladora en ningún momento. Hay otro, con similar gesto de incomodidad, que pretende que los visitantes tiren sus autos en lo que él llama “la playa”, que no es más que un desparejo lodazal secado al sol. Imposible no intentar dilucidar qué extraño motivo los llevó a estar ahí. Si fue la necesidad, la tradición familiar, o una confusa vocación que se expresa, en ese momento, negándoles el permiso al baño a señoras de 80 años que tienen familiares enterrados en ese lugar.
Y finalmente a la derecha, lo que queda de «El Campito». Son dos casillas de material en su perímetro, pero de unas antiguas placas prefabricadas en sus divisiones interiores. La primera es más grande, con ambientes parecidos a los de una casa, con varias habitaciones de placard, un living con una chimenea de roca, una cocina y una mesada afuera, en el contra-fondo, que podría haber sido un lavadero, o baño de servicio. Allí deben haber vivido los represores. Probablemente, alguno de los cuartos haya sido utilizado como sala de torturas para interrogatorios y violaciones a las mujeres presas.
Más allá, otra casita mucho más pequeña que -contaron durante la visita- funcionó como oficina. Todo está devastado por el paso del tiempo. Las paredes y los techos se desprenden, los pisos se levantan de podredumbre, los murciélagos chillan amenazas que hacen temblar. Todo vuelve muy difícil imaginar una noche ahí, donde la muerte vive y el contexto histórico perturba la razón.
De los galpones concebidos como caballerizas en los que se amontonaban los desaparecidos y desaparecidas, no quedan rastros. Fueron destruidos en 1982 para garantizar la impunidad, y al espacio lo ganó la vegetación. El sitio tuvo capacidad para más de 200 detenidos a la vez.
“Queremos que aquí haya un espacio como en la ESMA”, dice Schulman, de la LADH. Cada visita -todas durante este año y luego del anuncio de Macri- ha tenido un motivo simbólico: se realizaron actos con los sobrevivientes, homenajes a las corrientes políticas e ideológicas y, en esta oportunidad, una conmovedora celebración religiosa con un cura de la Opción Por los Pobres y un sacerdote del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos. Sobre el final, la ceremonia incluyó las menciones de los nombres de familiares y compañeros de las personas presentes que pasaron sus últimas horas en «El Campito». Entre los apellidos más reconocidos se escuchan los de la cúpula del Partido Revolucionario del Pueblo: Mario Santucho, Benito Urteaga, Ana María Lanzillotto y Domingo Menna, entre otros. Es que los militares se encargaron del PRT-ERP, así como la marina de Emilio Eduardo Massera se dedicó a llevar militantes montoneros a la ESMA.
Volver a volver
Una de las señales importantes que fueron aportadas como prueba en los múltiples juicios está ahí nomás. Se trata de un árbol, con cicatrices de alambre en su base, que fue reconocido por «Cacho» Scarpati, un viejo cuadro de la Resistencia Peronista que en 1973 se incorporó a Montoneros. Cuatro años mas tarde, en 1977 lo emboscó una patota del Ejército en Capital Federal y, tras recibir nueve balazos, fue llevado a Campo de Mayo. Los servicios de Inteligencia del Ejército y la Marina lo interrogaron y torturaron durante cinco meses hasta que logró fugarse. Luego se fue al exilio.
“Un verdadero héroe que permitió echar luz sobre el pozo negro de Campo de Mayo. La valentía de Scarpati, quien simuló colaborar para poder acceder a todos los rincones, permitió conocer el funcionamiento interno, saber de muchos cautivos que luego desaparecieron, y echó luz sobre los victimarios”, relata el abogado de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, Ciro Annichiarico, en la Megacusa de 2010.
En ese juicio, el testimonio del matrimonio Avellaneda, Iris y Floreal padre (fallecido en 2011), fue fundamental para condenar a prisión efectiva, por primera vez luego de los indultos, a Riveros y otros represores.
Las excavaciones que el Equipo Argentino de Antropología Forense realizó ese año -unos rectángulos de aproximadamente dos metros de profundidad por cuatro de largo y medio de ancho- se suceden una tras otra luego de las dos casas abandonadas, por un camino que va desapareciendo y muriendo en lo hondo del campo. Vaya paradoja.
Decretar el olvido
El texto que firmaron Macri, Oscar Aguad y Marcos Peña el mes pasado explicita que las actividades del Parque Nacional deberán garantizar “la preservación de todos los sitios de memoria” y “la realización de las investigaciones judiciales pertinentes y la conservación de la memoria de lo allí acontecido durante el terrorismo de Estado”. A pesar de lo enunciado por el Poder Ejecutivo, la ley de preservación de los lugares investigados como escenario de delitos de lesa humanidad ya existe e impide que el Gobierno resuelva otra cosa.
Guillermo Pérez Roisinblit -nieto de la vicepresidenta de Abuelas que recuperó su identidad en 2000- lee junto a un grupo de nietos, hermanos e hijos una carta a la jueza aclarando que «si bien no existieron fosas comunes, hay referencias a enterramientos cerca de arboledas, precisamente en áreas sobre las que el decreto no especifica qué se va a hacer y, donde, parece urgente señalar, podrían estar los restos de nuestros familiares”. Campo de Mayo tiene casi 60 por ciento de su superficie sin explorar.
La presidenta de la Liga, Graciela Rosenblum cuenta: que en cada conmemoración reivindican «a los compañeros que estuvieron acá y fundamentalmente el proyecto de país por el que lucharon, que es el mismo que queremos hoy y por el que estamos resistiendo a estas políticas de ajuste. Esto es prueba todavía, pero además es el lugar en el que queremos construir esa idea de memoria que construyen los pueblos”.
Y Lorena Battistiol Colayago, de Abuelas, precisa: “este lugar está dentro de la reserva ambiental. Pero después hay otra zona que no tiene ninguna marca y que no se sabe qué van a hacer ahí, que sería la esquina del Belgrano Norte con la 202. Este lugar está dentro del decreto que habla de preservación de la memoria, pero como te darás cuenta, muy preservado no está”.
“Nosotros estamos pidiendo que se conserve lo que ya se excavó, pero además que nos permitan a futuro seguir investigando porque a la megacausa de Campo de Mayo todavía le faltan más o menos quince juicios por hacer y con cada juicio siempre apareció un dato nuevo. No sabemos si a futuro alguien puede llegar a declarar por primera vez o señalar específicamente el lugar donde pueda haber algún enterramiento”, agrega la mujer, que tiene a sus padres desaparecidos y sigue buscando a un hermano o hermana.
Nuestra venganza es ser felices
A la salida, Iris se acerca a saludar con un beso a un soldado que la despide cariñosamente, que la llama por su nombre y le advierte que probablemente en la próxima visita no se vean, ya que estará en otro lugar. “Que manden a otro como vos”, le dedica ella, entre sonrisas.
Minutos antes de eso, sobre el final de la jornada, Iris Avellaneda entrará nuevamente a la primera casa, la más grande de las dos que todavía sobreviven, y volverá al salón central. Allí se detendrá a sacar una foto con su celular a una pared que tiene pintada la leyenda “el Negrito vive, FJC”, que ella misma grafiteó junto a otros militantes en un ingreso anterior, en recuerdo de su hijo.
La imagen es escalofriante y quedará retratada en una impactante foto que concentra tanto dolor como años de lucha de una mujer que es sinónimo de varias generaciones que reclaman memoria, verdad y justicia. Allí, en el lugar donde Macri quiere plantar árboles nativos para que “las familias puedan tomar mate y hacer deporte”.
Fotos: Silvia Juárez