Por Instituto Tricontinental de Investigación Social | Un informe reciente de la Organización Internacional del Trabajo muestra que la fuerza laboral mundial total se calcula actualmente en 3.500 millones de trabajadores. Este es el mayor tamaño de la mano de obra global registrado en la historia. Hablar de la desaparición de los trabajadores es totalmente prematuro cuando se confronta con el peso de estos datos.
La mayoría de estos trabajadores y trabajadoras, dice la OIT, “sufrieron déficits de bienestar material, de seguridad económica y de igualdad de oportunidades, y carecieron de margen suficiente de desarrollo humano. Estar en el empleo no siempre garantiza condiciones de vida dignas. Muchos trabajadores se ven en la situación de tener que aceptar puestos de trabajo carentes de atractivo, en general informales -llamados trabajos flexibles- y mal remunerados, y tienen escaso o nulo acceso a la protección social y a los derechos laborales”. Dos mil millones de trabajadores y trabajadoras, el 61% de la fuerza laboral mundial, están en el sector informal.
El caso iPhone
Apple acaba de lanzar su iPhone 11. Hay poco que lo diferencie del iPhone X, aunque la versión más cara del nuevo teléfono tiene tres cámaras. Es importante señalar que Apple no fabrica estos teléfonos. Son fabricados en gran parte por la empresa taiwanesa Foxconn, que emplea a más de 1,3 millones de trabajadores solo en China. El iPhone es obscenamente caro, y la mayor parte del costo de su venta no se va a los trabajadores ni a Foxconn, sino a Apple. Debido a que Apple posee la propiedad intelectual del teléfono, concede la licencia de su fabricación a compañías como Foxconn, que entonces fabrica estos teléfonos para el mercado. Apple devora la mayor parte de las ganancias de este proceso.
Hace cinco años, E. Ahmet Tonak hizo un estudio sobre el iPhone 6, observándolo desde la perspectiva del análisis de Marx de la tasa de explotación. Como parte del equipo del Instituto Tricontinental de Investigación Social, Ahmet actualizó su análisis para analizar el iPhone X. Aprovechamos esta oportunidad para producir el Cuaderno Nº 2, que explica algunos de los conceptos marxistas centrales y luego utiliza el análisis de la tasa de explotación para observar específicamente al iPhone. La tasa de explotación nos permite demostrar cuánto contribuye el/la trabajador/a al aumento del valor en el proceso productivo. Muestra que incluso si se le paga más, por la magia especial de la mecanización y de la gestión eficiente del proceso de producción, la tasa de explotación aumenta. Bajo el sistema capitalista, la libertad de los trabajadores es imposible.
El iPhone es obscenamente caro, y la mayor parte del costo de su venta no se va a los trabajadores ni a Foxconn, sino a Apple.
El hallazgo más impresionante del análisis es que los trabajadores que fabrican el iPhone actualmente son 25 veces más explotados que los trabajadores textiles en Inglaterra en el siglo XIX. La tasa de explotación de cada trabajador/a del iPhone es de 2.458%. Esta cifra nos dice que una parte infinitesimal de la jornada laboral se dedica al valor que necesitan los trabajadores como salario. Los trabajadores pasan la mayor parte del día produciendo bienes que aumentan la riqueza del capitalista. Cuanto mayor sea la tasa de explotación, mayor será el aumento de la riqueza del capital por la fuerza de trabajo de los trabajadores.
Nada para festejar
El mencionado informe de la OIT muestra que el número de trabajadores pobres ha disminuido, en gran medida gracias al masivo impacto del modelo de desarrollo económico de la República Popular China. Los datos sobre pobreza son controversiales, ya que hay dudas sobre si las estadísticas gubernamentales de la pobreza se informan honestamente. No obstante, los datos demuestran que mientras los ingresos de los pobres han aumentado, no han aumentado lo suficiente para sacarlos de la pobreza. Jason Hickel y Huzaifa Zoomkawala han mostrado que ha habido pocos beneficios para el sector más pobre de la humanidad durante las últimas décadas. “Para el 60% más pobre de la humanidad”, escribe Hickel, “la persona promedio vio aumentar su ingreso anual apenas en 1.200 dólares… en los últimos 36 años”. Esto difícilmente sea una cifra para celebrar.
Incluso cuando los datos muestran que aquellos en la fuerza laboral mundial no son capaces de encontrar “trabajo decente”, las tasas de productividad son más altas que nunca. Como señala el informe de la OIT, “el crecimiento de la productividad durante 2019-21 se espera que alcance sus niveles más altos desde 2010, superando el promedio histórico de 2,1 por ciento del periodo 1992-2018”. La OIT se refiere al promedio mundial, ya que en muchos países —incluyendo a Estados Unidos— el crecimiento de la productividad no ha aumentado; es el crecimiento de la productividad en países como China el que ha elevado el promedio mundial. Pero los beneficios de este crecimiento en la productividad no son compartidos suficientemente con los trabajadores en términos de aumentos salariales proporcionales a sus contribuciones. Los beneficios van hacia arriba a los dueños del capital, lo que solo aumentará la concentración de la riqueza. La fuerza de trabajo está produciendo enorme plusvalía, que bien podría usarse para mejorar el bienestar general de la humanidad. En cambio, va a llenar los bolsillos de los capitalistas.
Durante el último año, hemos estado —en el Instituto Tricontinental de Investigación Social— intentando encontrar formas de explicar algunas ideas erróneas clave:
- Que la fuerza laboral mundial se ha reducido. Los discursos sobre la automatización y la precariedad han llevado a asumir que hay un descenso global en el trabajo. Este no es el caso. Actualmente hay más personas trabajando que nunca antes, muchas de ellas en la industria manufacturera, a pesar de las “fábricas desiertas” y del proceso de desindustrialización en Occidente.
- Que la pobreza ha disminuido. Si hubiera menos personas trabajando, entonces habría menos personas ganando y por lo tanto debería haber índices más altos de pobreza. El hecho es que hay más gente trabajando, e incluso así la pobreza sigue siendo un problema serio. De hecho, las personas que están trabajando son más productivas en promedio y están produciendo más que antes. Lo que las mantiene en la pobreza a pesar del aumento de su productividad —en parte debido a la mejora de la tecnología— es que no pueden exigir un aumento en el reparto de las ganancias de la productividad y del total del valor producido. Pero lo que también mantiene estable la tasa de pobreza es la destrucción del estado de bienestar, y de una serie de servicios sociales —desde viviendas subsidiadas hasta raciones de alimentos— que se le han quitado a miles de millones de personas.
De hecho, hay más personas trabajando y no pueden ganar lo suficiente de la plusvalía total producida para superar suficientemente la línea de la pobreza establecida. ¿Por qué es esto así?
El arsenal del análisis marxista nos entrega un concepto simple: la tasa de explotación. En el Capital (1867), Marx escribe sobre la explotación en dos registros. Primero, en el plano moral, protesta contra la explotación de los trabajadores, especialmente de los niños. Las terribles condiciones de vida y de trabajo lo enfurecían, como debieran a cualquier persona sensible. Segundo, en el marco específico de su ciencia, Marx estudia el modo en que los dueños del capital son capaces de contratar a trabajadores mediante la compra de su fuerza de trabajo. Son estos trabajadores quienes producen la plusvalía y cuyas ganancias son expropiadas por los dueños del capital debido a sus derechos de propiedad. La explotación, entonces, es la extracción de esta plusvalía por parte de los dueños del capital a los trabajadores que la producen. La tasa de explotación, escribió Marx, puede ser calculada esclarecedoramente si utilizamos este aparato conceptual básico.
Les trabajadores y el cambio climático
Esta semana, las Naciones Unidas organizaron cinco cumbres sobre la catástrofe climática. El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, dijo que dos palabras definen estas cinco reuniones: ambición y acción. El viernes pasado hubo protestas globales para proteger el planeta, y se proyectan más protestas. Sin embargo, la conversación en las reuniones de la ONU permanece bloqueada por la negativa de Estados Unidos y otros países occidentales a reconocer que son los principales responsables de la catástrofe, ya que han utilizado excesivamente su parte del presupuesto de carbono. La esperanza de que estos países contribuyeran sustancialmente al Fondo Verde por el Clima se ha desvanecido. La cantidad mínima que se necesita alcanza los billones de dólares estadounidenses, no los pocos miles de millones prometidos. Se habla poco de mitigación, de transferencia de tecnología, de desigualdad en las emisiones, o de otras soluciones sustanciales a las casusas primarias de la crisis actual.
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Hace algunos años, Oxfam publicó un importante estudio que mostraba que el 50% más pobre del planeta era responsable de solo el 10% de las emisiones mundiales, mientras el 10% más rico era responsable del 50% de las emisiones de carbono. Sin embargo, como señala Oxfam, son las personas de las naciones más pobres quienes son más vulnerables al cambio climático, y quienes a menudo son culpadas erróneamente de causarlo. La discusión sobre el desarrollo no ha acompañado a la discusión sobre el cambio climático. ¿Qué significa para los miles de millones de personas que producen plusvalía, pero que viven en relativa pobreza, que deban participar de una conversación sobre la reducción del consumo? Un reciente estudio de la ONU dice que hay al menos 820 millones de personas que viven con hambre, mientras al menos 2 mil millones sufren de inseguridad alimentaria. Estos son números que obstinadamente no descienden. Quienes viven con hambre son trabajadores.
El 50% más pobre del planeta era responsable de solo el 10% de las emisiones mundiales, mientras el 10% más rico era responsable del 50% de las emisiones de carbono.
No se puede hablar sobre abordar el cambio climático sin hablar de abolir el sistema que prospera con el hambre y la pobreza de la mayoría de la población mundial, y sin reconocer las semillas de un futuro mejor que se están plantando hoy. La corriente de pensamiento crítico latinoamericano nos recuerda la importancia de esto. En un informe reciente de nuestras oficinas en Buenos Aires y São Paulo, José Seoane escribe: “No se trata solo de imaginar estos futuros teóricamente basándonos en nuestro pasado; se trata también de reflexionar y difundir los proyectos populares que están teniendo lugar actualmente y de anticipar los futuros que estamos buscando”. ¿Cuál es el sentido de salvar el planeta si miles de millones de trabajadores y trabajadoras mueren de hambre?
El sufrimiento no es una mercancía. No hay un mercado primario o secundario para él. Es la tierra y la piedra que está en el estómago de un ser humano hambriento, un trabajador o una trabajadora que participa de la cadena de mercancías que produce un iPhone.