De pronto el mar empieza a retirarse, como que volviendo sobre sus pasos. En la playa no quedan más que residuos y fango y barro arenoso. Dicen las oceanógrafas y los oceanógrafos que esto sucede en buena parte de los mares cada 12 horas, 25 minutos y 10 segundos. Están por completo equivocados. En estas playas la marea baja se ha instalado hace ya meses y de modo continuo, sin concedernos siquiera el favor de al menos un intervalo que mueva a suponer que el mar de la cordura regrese y de una buena vez arrastre todas las miserias que esta marea baja deposita cada diez segundos. No se trata de filtros de cigarrillos, botellas de plástico, envases de alimentos o latas de bebidas. No. Se trata de la penumbra, de la luz sucia de la política. Resaca de palabras y muecas y gritos y pataleos y denuncias e infamias. Un espeso limo de obscenidades, de rostros y bocas que no hacen más que soltar vaguedades a cada instante. Los unos y los otros. La malversación del sentido común. El altercado, la banalidad y la escabrosidad se han convertido en el estiércol de la política, en la marea baja del discernimiento.
Te puede interesar: Campaña: poca discusión y muchas miserias