Redacción Canal Abierto | El año 1991 se terminaba cuando llegó a las bateas argentinas Acariciando lo áspero. Se trataba del segundo trabajo discográfico de Divididos. Es el disco con el que comenzó el camino que en poco tiempo los convirtió en uno de los números inevitables del rock nacional, lugar que ocupa tres décadas después, aún sin presentar material nuevo desde hace más de 10 años.
Solamente 2 años lo separaban de su antecesor, 40 dibujos ahí en el piso, el disco debut del trío. Pero si se escuchaban los dos discos en continuado, sólo la voz de Ricardo Mollo permitía inferir que se trataba de la misma banda. El reemplazo de Gustavo Collado por Federica Gil Solá iniciaría un camino de entradas y salidas de nombres en ese instrumento que recién se estabilizaría con la llegada de Catriel Ciavarella.
Este cambio de instrumentista devino en una mutación del sonido. Fue ahí que nació La Aplanadora del Rock. Ese nombre fue propuesto por Roberto Ricci, entonces manager de Rata Blanca cuando le tocó oficiar de maestro de ceremonias en un festival de la FM Rock&Pop en el estadio Obras.
Collado venía de tocar en la banda dark La Sobrecarga y Diego Arnedo y Ricardo Mollo de Sumo. Es lógico que los aires post punk fueran inevitables. Y esa es la impronta que tiene el debut de la banda. Gil Solá venía de vivir la escena new wave de San Francisco y tras un viaje al país quedó en la banda. La potencia con la que agitaba los parches fue definitiva para orientar en un nuevo rumbo que fue sostenido por sus sucesores. Por otra parte la emancipación de la figura de Luca Prodan, un detractor a ultranza del rock nacional clásico con el que Mollo se había formado musicalmente, hizo salir a la superficie al guitar hero que conocemos hoy. Un reflejo de eso es la inclusión del cover de Voodoo Child de Jimi Hendrix.
A la vez, es Acariciando lo áspero el disco en el que el trío empieza a ampliar su horizonte musical. A pesar de tener una predominancia de ritmos vinculados al rock, con toques funkys y coqueteos punk empiezan a aparecer timbres instrumentales que escapan al clasico del power trío de guitarra eléctrica, bajo y batería. En Sisters se introduce el ukelele, en El burrito guitarra acústica de 12 cuerdas y armónica.
Quizá el momento más disruptivo en este sentido sea el tema elegido para cerrar el disco. Se trata de Haciendo cola para nacer, una baguala sostenida con bombo legüero y la voz de Mollo como únicos ingredientes. Concebida inicialmente como un rock más acelerado que a los miembros del grupo no les terminaba de convencer, terminó encontrando su forma definitiva durante la grabación en Estudios Panda.
Para subrayar este rumbo, el tema fue el elegido para arrancar su primer presentación como número central en Obras. Fue el 23 de mayo de 1992, el mismo día que fallecía Atahualpa Yupanqui. El trío irrumpió en el escenario en caballos y vestidos con ponchos y al bajar Arnedo tomó el bombo mientras Mollo entonaba las estrofas de Haciendo cola para nacer tras dedicarle la noche a la memoria del autor de El arriero.
Este primer paso fue profundizado dos años más tarde con La era de la boludez, producido por Gustavo Santaolalla, precursor en nuestro país del diálogo de la cultura rock con los ritmos autóctonos. Ese disco fue grabado en Los Angeles, donde el productor estrella del rock latino tenía su base de operaciones.
Era el apogeo del 1 a 1 y el viaje al extranjero para grabación se volvía moneda corriente en el rock nacional. Pero para lograr que la compañía aceptara financiar fue producto de una gran pulseada en el que la banda puso sobre la mesa la creciente convocatoria de público que comenzaba a tener a partir de Acariciando lo áspero.
La presentación del disco comenzó en enero de 1992 en Arpegios, un viejo cine porno de Constitución devenido en pequeño teatro. Cuatro meses después, tenía lugar el recital mencionado anteriormente, su debut como número principal en Obras . Cuando ese año terminó, las presentaciones en el estadio de Núñez habían sido tres. Era mucho para una banda argentina. A excepción de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota y Soda Stereo, las presentaciones en ese espacio que una banda local podía hacer eran contadas con los dedos de una mano. Al año siguiente, estas presentaciones se darían casi todos los meses en formato de tandas de dos y hasta tres noches.
Las letras conservan el aspecto entre críptico y dadaísta planteado en las del debut, pero profundizan la veta humorística en desmedro de la solemnidad que empapa 40 dibujos ahí en el piso. Eso se desprende de las letras de canciones como Que tal, El burrito, Cuadros colgados, la inclusión de Cielito lindo con su coda ramonera y la miscelánea Jamolosapoi.
El arte de tapa corrió por cuenta de los lápices de Jorge Gonzalo Visñovezky cuya propuesta fue la elegida luego de una convocatoria abierta en la que se presentaron trabajos que fueron exhibidos en el sobre interno del vinilo y en el booklet del CD. Si bien no era un artista renombrado, Visñovezky había estado tras bastidores de las portadas de los discos de Pescado Rabioso Desatormentándonos y Pescado 2.
Desde Acariciando lo áspero pasaron 30 años, seis discos de estudio, dos bateristas, centenares de presentaciones en vivo, volviendo a los pequeños reductos y resurgiendo a los mega estadios. Mucho se puede decir de todo ese trayecto. Pero es indudable que mucho de lo ocurrido tuvo su punto de partida en el disco que definió al trío como la aplanadora del rock.