Por Melissa Zenobi | A partir de la muerte de su madre, dos hermanas comienzan una intensa y profunda correspondencia donde afloran los recuerdos de su infancia en la casa familiar, reflexiones en torno a sus abuelas y a la tía que pudo volar, y el lugar de una madre que dejó de lado sus deseos y aspiraciones para ser cuidadora.
En un escenario rural, tres generaciones de mujeres tratan de escapar de los límites –reales e imaginarios- que imponen las familias. Cuando lo único que está permitido es seguir los mandatos, atreverse a cuestionar y a desear es revolucionario. Una obra que cuestiona, que abraza y que huele a planta de ciruela.
La edad de la ciruela se puso en escena por primera vez en la Convención de Pekín (1995), organizada por la ONU para hablar de los derechos de las mujeres. Casi 30 años más tarde, las reflexiones que dispara la historia están más que vigentes. Al respecto, Mercedes Fraile reflexiona en esta entrevista con Canal Abierto:
“Elegí esta obra por algo que me pasa con el mundo femenino y con todo lo que se está consiguiendo en relación a la deconstrucción sobre el patriarcado. Me parecía que es una obra ideal para eso, de una enorme actualidad: generaciones de mujeres en una casa, replanteándose sus vidas, sus sueños, sus frustraciones”.
¿Cómo fue el proceso creativo y de montaje de la obra?
-Fue un proceso de mucha riqueza, muy relajado, muy hermoso. Se abrieron muchas preguntas y trabajamos con ejercicios sobre la niñez de las actrices que nos permitieron reflexionar sobre la historia familiar de cada una, y ellas estuvieron muy disponibles y abiertas al juego, lo cual fue muy rico. De ese material que proponían, íbamos construyendo. El proceso creativo fue muy comprometido y rico porque nos permitió repensarnos en nuestras propias historias.
En La edad de la ciruela aparece una familia de mujeres con vínculos muy fuertes y complejos ¿Cómo fue construir todo ese entramado para la puesta?
-La obra habla de tres generaciones de mujeres y sus vínculos son complejos. Hablamos mucho sobre todo en relación a la madre, Francisca, el personaje que no puede volar según sus hijas. Sus trabajos de ama de casa y de madre no la dejan volar. Entonces ayuda a volar a las otras, a cumplir con sus sueños. Es el personaje que dispara toda la acción de la obra, que empieza cuando se está muriendo. Es la madre la que queda pegada a esa casa y nunca pudo irse. Fue uno de los personajes más difíciles de agarrar, porque los otros hablan, dicen, plantean sus conflictos, pero la madre acompaña sin poder terminar de exponer todo lo que le pasa. El trabajo vincular de los ensayos nos permitió ir descubriendo y desarrollar estas complejidades que tienen en su modo de ver la vida.
En los personajes de las abuelas María y Gumersinda aparecen prototipos de viejas muy distintas a las que acostumbramos a ver en las ficciones ¿Cómo las pensaste a ellas? ¿Cómo fue construir su mundo?
-Es verdad que las abuelas de esta historia están lejos de ser la típica abuelita del cuento, al contrario, son mujeres muy cuestionadoras de todo su vínculo matrimonial, de su historia. Estás colocadas en un lugar muy crítico frente a una sociedad que nos invita a ser “esposa de”. Esa es una mirada del autor que invita a ver a estas abuelas en lugares fueras del prototipo patriarcal, sobre todo María. Son mujeres que han buscado rebelarse frente a un padre muy violento. Y Gumersinda trasgrede la moral teniendo una historia con el marido de la hermana. Entonces trabajamos mucho eso de que no podía ser una sin la otra. Se necesitaban mutualmente para ser, y funcionan así como un dueto. La edad les permite sincerarse, blanquear todo y terminar con esos secretos familiares pesados que aquí se abren a viva voz.
En lo que conozco de Arístides Vargas siempre aparece lo mágico y lo lúdico ¿Cómo fue trabajar con eso?
-Yo creo que el teatro siempre es lúdico, así lo concibo. Así que en este sentido fue jugar con el material desde ese lugar. Y lo mágico aparece en el material como un regalito, solo había que tirar del piolín. Particularmente esta obra que se ubica dentro de la estética latinoamericana del realismo mágico, que tiene su correlato en García Márquez con, por ejemplo, Cien años de soledad. La gente puede volar, pueden pasar cosas extraordinarias. Arístides entra en esta estética y la obra va por ahí.
¿Por qué hablar del tiempo? ¿Detendrías el tiempo? ¿Para qué?
-Sí, yo lo detendría a veces. El paso del tiempo es cruel, y afecta más a las mujeres. Siempre está ese sentimiento de que la vida se nos escapa con una velocidad asombrosa. El arte nos permite detener el tiempo y ver todo lo que puede suceder al detenerlo: las clases de violín, el reencuentro con el primer amor. Parar el tiempo es un regalo hermoso de esas niñas para ayudar a sus mujeres.
Ficha Técnica
-Autoría: Arístides Vargas
-Actúan: Agustina Amato, Laia Narella D´angelo Schiavi, Luciana Druetta, Debora López, Silvina Radaelli, Chiara Scozzafava
-Diseño de escenografía: Fernando Díaz
-Diseño de luces: Fernando Díaz
-Asistencia de dirección: Melina Figueiras
-Dirección: Mercedes Fraile
-Sábados 20hs, en Andamio 90
-Entradas: Alternativa teatral