Por Carlos Saglul | Basta observar las declaraciones juradas dadas a conocer por el gabinete nacional en los últimos días para tener la convicción de que estamos ante la plutocracia perfecta.
No se necesita de ser “de izquierda” para saber que la causa última de la pobreza es el desigual reparto de la riqueza. Aun los organismos internacionales lo señalan: El 0,07 por ciento de la población mundial acapara el 45,2 por ciento de la riqueza. Los informes oficiales en la Argentina son más optimistas, pero igual de contundentes. El 10 por ciento de los habitantes se queda con un tercio de los recursos, que es lo mismo que debe repartirse más del 60 por ciento de los argentinos.
Es imposible hacer de una jauría de sordos centinelas de un gallinero. Las grandes fortunas argentinas crecieron prendidas de la teta del Estado, al que saquearon en convivencia con las multinacionales y la banca internacional. Sin embargo miles de personas votan un gobierno de ricos señalando que “con lo que tienen no van a robar”. ¿De dónde salieron sus fortunas? ¿De dónde siguen saliendo sino de la miseria a la que se somete a las mayorías? Es necesario insistir en describir esta ingeniería en que abundan los subsidios, la desigualdad impositiva, las licitaciones amañadas, los sobreprecios generalizados, el pago de favores. ¿Qué es la corrupción sino el financiamiento de los grupos económicos al poder político?
No obstante la gente sigue creyendo. Junta tapitas para mantener abierto el Hospital Garrahan, pero vota a quienes le reducen el presupuesto. Cada vez piden menos: “roban pero algo dejan”. ¿Cómo se va generando esta “credibilidad” autodestructiva? En eso pensaba días atrás, cuando en el facebook recibí la imagen de la cronista de un canal de aire interrumpiendo su nota debido al llanto incontenible que la invadió (aunque la grabación no se detuvo), ocasionado por un niño que confesó en medio de “una nota de color” que tenía hambre. A los medios de comunicación masivos le gusta hablarle al corazón de la gente, jamás a la razón.
No se trata de describir o debatir sobre las causas que llevan al hambre de las mayorías. Sí en cambio de canalizar la inocultable y masiva presencia del hambre y la miseria a través de la caridad (jamás la solidaridad), la compasión (que no iguala o identifica). Y está también la otra respuesta de los medios. Los pobres a veces se ponen cabreros y entonces hay que salir a endurecer las leyes, darle rienda suelta a la policía brava y el gatillo fácil. Y entonces, aparecen de la mano de los Jorge Lanata chicos como “el Polaquito”.
Si hay algo que tiene la plutocracia gobernante es sentimiento de clase. Jamás traicionarán sus intereses. “Los recursos humanos se comen y se descomen”, dijo el funcionario que está a cargo del área de empleo. La piedad no maneja las empresas ni los balances. El poder económico no cree en lágrimas, las utiliza. Lo mismo pasa con los medios que financian, entre otras cosas, el embrutecimiento de su público, negándole elementos para que puedan transformar su realidad en forma favorable a sus intereses.
La estupidización no surge por generación espontánea; sin ella sería imposible este modelo.