Redacción Canal Abierto | “‘¡A ese hijo de puta me lo traen para acá’, gritó el oficial apuntando con su dedo a Víctor Jara, quien junto a unos 600 profesores y estudiantes de la UTE ingresábamos prisioneros con las manos en la nuca, a punta de bayonetas y culatazos al Estadio Chile la tarde del miércoles 12 de septiembre de 1973”, narra Boris Navia Pérez, sobreviviente de la masacre del Estadio Chile.
Un día antes, el 11 de septiembre, en la Escuela de Artes y Oficios de la Universidad Técnica del Estado (UTE), el rector recibiría al presidente Allende quien informaría la convocatoria a un plebiscito para aprobar o rechazar reformas constitucionales que su gobierno había impulsado y habían profundizado la crisis política que jaqueaba a su gobierno. Allí estaba el cantautor y partidario de la Unidad Popular para cantar en el acto.
Poco después de las 14, en La Moneda ya en manos de los golpistas que la habían bombardeado por aire y tierra, Salvador Allende se quita la vida. Esa noche, el comienzo de la más oscura de Chile, Jara cantó para levantar el ánimo de las casi mil personas que se resguardaban en la UTE.
A las siete de la mañana del 12 de septiembre de 1973, una bala de cañón de 120 milímetros despertó a los refugiados en la UTE, en Santiago de Chile. Por la tarde fue trasladado junto a otros profesores y alumnos al Estadio Chile, hoy Estadio Víctor Jara, convertido en campo de concentración por los militares. Allí permaneció cuatro días, en los que fue torturado sucesivas veces, le fracturaron las manos a culatazos, lo sometieron a simulacros de fusilamiento y lo mantuvieron aislado y sin alimentos.
“Yo te enseñaré, hijo de puta, a cantar canciones chilenas, no comunistas”, le espeta al cantor un oficial que lo descubre en el estadio, cuenta Navia. “Víctor yace en el suelo. Y no se queja. Ni pide clemencia. Sólo mira con su rostro campesino al torturador fascista. Este se desespera. Y de improviso desenfunda su pistola y pensamos con pavor que la descerrajará sobre Víctor. Pero ahora le golpea con el cañón del arma, una y otra vez”.
Al escenario dantesco del estadio, donde se multiplican las escenas de horror, se van sumando detenidos: trabajadores, partidarios, funcionarios del gobierno. Víctor permanece aislado en un pasillo bajo custodia. La tarde del jueves 13, la llegada de un gran contingente de presos distrae por un rato la atención sobre Jara quien en estado lamentable es llevado por sus compañeros de la UTE a un rincón donde le dan una mínima atención, le dan de beber agua, consiguen un huevo crudo para que ingiera algo. Con ellos pasa esa noche.
“El sábado 15 de septiembre, cerca del mediodía tenemos noticias que saldrán en libertad algunos compañeros de la UTE. Frenéticos, empezamos a escribirles a nuestras esposas, a nuestras madres, diciéndoles solamente que estábamos vivos. Víctor sentado entre nosotros me pide lápiz y papel. Yo le alcanzo esta libreta, cuyas tapas aún conservo. Y Víctor comienza a escribir, pensamos en una carta a Joan su compañera. Y escribe, escribe, con el apremio del presentimiento. De improviso, dos soldados lo toman y lo arrastran violentamente hasta un sector alto del Estadio”, cuenta Boris. Será la última vez que sus compañeros vean vivo a Jara. Esa noche, cuando son trasladados al Estadio Nacional ven su cuerpo acribillado tirado junto a otros cuarenta cadáveres.
El día 19 sus restos fueron encontrados en las cercanías del Cementerio Metropolitano, con 44 impactos de bala, junto a los cuerpos de Littré Quiroga, Director General de Prisiones, y Eduardo “Coco” Paredes, director de la Policía de Investigaciones (PDI), del gobierno de la Unidad Popular.
“Esa misma noche, ya en el Nacional, lleno de prisioneros, al buscar una hoja para escribir, me encontré en mi libreta, no con una carta, sino con los últimos versos de Víctor, que escribió unas horas antes de morir y que él mismo tituló ‘Estadio Chile’, conteniendo todo el horror y el espanto de aquellas horas. Inmediatamente acordamos guardar este poema. Un zapatero abrió la suela de mi zapato y allí escondimos las dos hojas del poema”.
No fue sencillo igual que esos versos llegaran a nosotros. Navia y sus compañeros hicieron dos copias más que entregaron a detenidos que iban a ser liberados. Uno es descubierto y mediante la tortura logran que señale a Boris a quien le quitan el poema de puño y letra de Jara y lo torturan durante horas. “Yo sabía que cada minuto que soportara las flagelaciones en mi cuerpo, era el tiempo necesario para que el poema de Víctor atravesara las barreras del fascismo. Y con orgullo debo decir que los torturadores no lograron lo que querían. Y una de las copias atravesó las alambradas y voló a la libertad y aquí están los versos de Víctor, de su último poema”.
Somos cinco mil | de Víctor Jara
Somos cinco mil aquí.
En esta pequeña parte de la ciudad.
Somos cinco mil.
¿Cuántos somos en total
en las ciudades y en todo el país?
Somos aquí diez mil manos
que siembran y hacen andar las fábricas.
¡Cuánta humanidad
con hambre, frío, pánico, dolor,
presión moral, terror y locura!
Seis de los nuestros se perdieron
en el espacio de las estrellas.
Un muerto, un golpeado como jamás creí
se podría golpear a un ser humano.
Los otros cuatro quisieron quitarse todos los temores,
uno saltando al vacío,
otro golpeándose la cabeza contra el muro,
pero todos con la mirada fija de la muerte.
¡Qué espanto causa el rostro del fascismo!
Llevan a cabo sus planes con precisión artera sin importarles nada.
La sangre para ellos son medallas.
La matanza es acto de heroísmo.
¿Es éste el mundo que creaste, Dios mío?
¿Para esto tus siete días de asombro y trabajo?
En estas cuatro murallas sólo existe un número que no progresa.
Que lentamente querrá la muerte.
Pero de pronto me golpea la consciencia
y veo esta marea sin latido
y veo el pulso de las máquinas
y los militares mostrando su rostro de matrona lleno de dulzura.
¿Y Méjico, Cuba, y el mundo?
¡Que griten esta ignominia!
Somos diez mil manos que no producen.
¿Cuántos somos en toda la patria?
La sangre del Compañero Presidente
golpea más fuerte que bombas y metrallas.
Así golpeará nuestro puño nuevamente.
Canto, que mal me sales
cuando tengo que cantar espanto.
Espanto como el que vivo, como el que muero, espanto.
De verme entre tantos y tantos momentos del infinito
en que el silencio y el grito son las metas de este canto.
Lo que nunca vi, lo que he sentido y lo que siento
hará brotar el momento…