Por Federico Chechele | En la Argentina, el fútbol y la política siempre jugaron en la misma cancha, pero en los últimos tiempos la política utiliza al fútbol como un espejo deformado de sus propias internas. Lo que ocurrió el fin de semana pasado con el pasillo de Estudiantes dándole la espalda a los jugadores de Rosario Central, campeón designado en el escritorio de la AFA, es apenas otro capítulo de una saga conocida: algo inesperada y de pronto el presidente de la Nación decide convertirlo en causa nacional.
Javier Milei encontró en esa escena una excusa perfecta: llamar “mafia” a la AFA encaja con su libreto, multiplica clics y alimenta su cruzada anticasta pour la galerie. La ahora senadora Patricia Bullrich, siempre disponible para combatir enemigos imaginarios, también se trepó al ring como si un desplante deportivo justificara una comisión investigadora. Son los reflejos de un gobierno que necesita fabricar adversarios para sostener su relato.
Pero lo más relevante no es lo que Milei y Bullrich hicieron, sino lo que Karina Milei se negó a hacer. Mientras el Presidente juega al francotirador digital, su hermana, activa en todos los actos presidenciales, intentó frenar la embestida.
La hermana del Presidente no defiende a Claudio “Chuiqui” Tapia, defiende algo mucho más importante en la disputa por el poder, las relaciones que ella misma construyó y que el Presidente, por impulso o torpeza, podría dinamitar. El vínculo de la hermana con el jefe de la AFA no surgió por azar, a fines del año pasado, cuando Milei intentó meterse en entidad madre del fútbol nacional por la puerta judicial y se le complicó, ella selló una relación en Asunción con Gianni Infantino, titular de la FIFA junto a Tapia. Desde entonces, tiene ese activo en su poder.
En la Casa Rosada lo explican sin vueltas: Javier construye enemigos; Karina construye vínculos. Él dispara; ella evalúa. Él cree que la política es una guerra permanente; ella sabe que también es administración de tiempos.
El otro conflicto que se reflotó es más terrenal y está vinculado a los negocios. La Asociación del Fútbol Argentino no renovó el contrato de los torneos del ascenso con TyC Sports, propiedad del Grupo Clarín. Y cuando Clarín se siente desafiado, opera con una sofisticación quirúrgica. En 72 horas Tapia pasó de ser el presidente que ganó un Mundial, dos Copas América y una Finalissima, a un villano con mansiones, drones, vuelos sospechosos y supuestos testaferros. Lo curioso es que ese despliegue de habilidades investigativas desaparece cuando los protagonistas son la familia Milei o el círculo íntimo del Gobierno como lo es el esquema de corrupción que se filtró a través de audios que tiene como principales sospechosos, justamente a Karina Milei y a Diego Spagnuolo.
El oficialismo también aprovechó la ola para revivir su viejo sueño ideológico de las Sociedades Anónimas Deportivas (SAD). No por convicción futbolera, sino por obediencia doctrinaria a la idea de que todo, absolutamente todo, debe ser privatizado. Acompañaron a Talleres de Córdoba apoyando el esquema que trajo el presidente Andrés Fassi con el Grupo Pachuca de México, luego diferentes funcionarios nacionales salieron a apoyar a Estudiantes con la experiencia de Foster Gillett, finalmente frenada por la propia asamblea de socios del club platense, y ahora buscan fracturar la AFA. Pero hay un problema, el fútbol nunca fue un terreno dócil y romper la AFA no es lo mismo que cortar planes sociales.
Por eso Karina Milei prefiere bajar un cambio. Porque entiende que la pelea con Tapia no sólo es equivocada, es un error estratégico que fortalece a Clarín y debilita al Gobierno. El Presidente juega a incendiar, su hermana protege el único puente estable que logró construir en un territorio donde los gobiernos pasan, pero la AFA queda.
Todo se tensó cuando Milei suspendió su viaje a Washington para evitar la foto con Tapia en el sorteo del Mundial 2026. En Estados Unidos no entendieron el desaire: perdió un contacto con Donald Trump, reuniones clave y una invitación a compartir un palco con el presidente de Estados Unidos. Hubiera sido el único jefe de Estado extranjero presente.
Esta última decisión presidencial, entendiendo lo disciplinado que suele ser Milei para con Trump, encendió todas las alertas en la AFA. Entienden que, envalentonado por el triunfo electoral de octubre, la reciente mayoría en la Cámara de Diputados y los proyectos de reformas que el Gobierno intentará imponer, podría lanzar una ofensiva directa sobre la estructura del fútbol.
Tapia tiene varias cartas para jugar y ganar. Una de ellas fue la felicitación que recibió de parte de Infantino, que valoró las “cualidades humanas” del presidente de la AFA tras ser confirmado por la Conmebol. En el acto de ayer durante el sorteo que definió los grupos para el Mundial 2026 se movió como pez en el agua y no dejó a nadie sin regalarle una sonrisa. Y sigue avanzando en la posibilidad para que la Argentina sea la sede del sorteo del Mundial 2030 que se realizará en seis países, entre ellos el nuestro.
En unos días se pasó del pasillo en el Gigante de Arroyito a la derrota de Barracas Central frente a Gimnasia, con un gol trazado por dos niños jugando al VAR. El morbo del fútbol sostiene que Tapia no quería cruzarse con Verón para no exponer su desgaste interno. Pero el que terminó marchitado fue el propio Verón: de héroe a villano en tres días. Ahora aparece como “el mimado del poder”, posicionándose como todo lo opuesto a clubes de fútbol sin fines de lucro y con Milei exhibiendo en su despacho una camiseta de Estudiantes. Del otro lado estará Gimnasia, un club que romantiza su austeridad y cuyos jugadores hicieron una huelga por falta de pago a días del partido más importante en décadas. Pero con la novedad que el lunes estrenará presidente, Carlos Anacleto, afín a las ideas de Verón, de SAD y la apertura de capitales extranjeros en los clubes.
En la Argentina, el fútbol es un escenario donde la política prueba fuerza y donde cada dirigente ve una oportunidad para avanzar dos casilleros más. Pero esta vez el ruido viene del propio Gobierno porque Milei eligió convertir un gesto futbolero en una guerra institucional. En el medio, Clarín presiona, la AFA se atrinchera y los clubes vuelven a ser campo de batalla para intereses que poco tienen que ver con la pelota.
La pelea no es por un fútbol mejor y más competitivo, es por el control del negocio y del relato. Y en el fútbol, como en la política, el poder siempre juega de local.
Federico Chechele en X: @fedechechele