Por Carlos Saglul | Laura Fernández Cordero, investigadora y doctora en Ciencias Sociales, acaba de editar Amor y anarquismo. Experiencias pioneras que pensaron y ejercieron la libertad sexual. Cuando la democracia era una posibilidad lejana y el anarquismo casi un movimiento de masas que trató de ser contenido desde el Poder a sangre y fuego: el discurso de los libertarios inquietó las buenas costumbres burguesas planteando el amor libre, la crítica al matrimonio burgués y el destierro de muchos aspectos de la sociedad machista.
¿Cuál fue la profundidad de estos cuestionamientos a principios del siglo pasado, cuando ni existía el voto femenino? Esta fue una de las preguntas que llevamos a una charla con Fernández Cordero. “Con este libro pretendí indagar en la historia de un debate muy actual. Incorporar la voz de quienes tenían en claro que no hay revolución social sin revolución sexual”, dice la autora.
-En la izquierda en general, aún en los movimientos armados de los sesenta, setenta, la crítica a la sociedad patriarcal no siempre tuvo su correlativo en la práctica cotidiana. ¿Sucedió también con los anarquistas?
-Más que una crítica a la sociedad patriarcal –que comparte con otras expresiones emancipatorias pasadas y presentes– el anarquismo propuso una revolución general que alcanzara a las relaciones de los sexos, tal como se denominaba la cuestión cuando el vocabulario del género y la diversidad sexual no estaban desarrollados. Pretendían la emancipación de la Humanidad, con mayúsculas, de todas las opresiones y esclavitudes. En ese marco, hicieron hincapié en “la mujer”, considerada la esclava entre los esclavos. El libro rastrea los debates que suscitó ese punto de partida en el medio local, particularmente en la prensa entre 1880 y 1930. No sólo buscando tensiones entre la teoría y la práctica, que se dan también en otros movimientos como los grupos armados en los años setenta, sino entre los discursos, algunos más radicales, otros más conservadores. Lo importante es visibilizar esa historia, para no creer que son una novedad de la época y del “posmodernismo”, y sopesar sus aciertos tanto como sus límites
-¿El amor libre pregonado por los anarquistas está direccionado a establecer cierta igualdad?
-Efectivamente parte de la idea de igualdad, pero no en el marco acotado de la ley o del derecho político. Es una igualdad más amplia, que implica la posibilidad de desarrollar el potencial individual, de elegir, de sostener vínculos sin hipocresía. Sin una efectiva “emancipación de la mujer”, tal como indica la doctrina, no serían posibles los amores libres ni la lucha común. Por eso buscan convocar a las mujeres e insisten en que se sumen como compañeras en “la brecha”. Un capítulo del libro está dedicado a la convocatoria de las mujeres por parte de los varones y a las no siempre esperadas respuestas que reciben.
Por ejemplo, en 1895 el grupo ligado a la revista La Questione Sociale editó una serie de folletos titulada “Propaganda anarquista entre las mujeres” (fueron reeditados recientemente por la Biblioteca Nacional). Allí se las convocaba a la lucha con frases que no dejaban de ser un poco paternalistas: “queremos emanciparos”, “queremos libertaros”. La idea del grupo era despertar la conciencia de las mujeres, alejarlas de los mandatos religiosos y sumarla como compañera en la brecha, tal como se decía. Se trataba de liberar a las esclavas del yugo económico y político. Sin embargo, el texto alertaba sobre otras opresiones, las que tenían como protagonista al burgués de la fábrica, al patrón de estancia, al cura, al señorito seductor y al marido o compañero. Es así que, sin quererlo, los varones anarquistas señalaban el hogar y a ellos mismos como posibles victimarios. La respuesta de las mujeres fue, muchas veces, tal como se la esperaba. En otras ocasiones, denunciaron con fuerza las inconsistencias de sus compañeros –teóricos del amor libre, pero incapaces de aceptar la libertad de sus parejas o hijas– y se ganaron el mote de “feroces de lengua y pluma”.
-¿Cuál es la postura anarquista respecto a la homosexualidad?
-El debate anarquista no está completamente aislado de un contexto de época en el cual el discurso hegemónico establecía el lugar de la abyección, la “aberración” y la inmoralidad para las experiencias homosexuales entre varones y el lesbianismo, que es mucho más difícil de rastrear.
En los debates se encuentran más referencias en este sentido que en un sentido propiciatorio, aunque en los márgenes existe. De alguna manera, la homosexualidad es un límite, una advertencia ante el avance de las versiones más radicales del amor libre (múltiple, contemporáneo, efímero) ante las cuales había quienes denunciaban “libertinaje”, “descontrol” o forzamiento de las reglas de la “Naturaleza”
-¿Qué lugar ocupa la mujer en el marco de la crítica a las familia burguesa?
-El matrimonio y la familia burguesa eran blancos predilectos de las críticas libertarias. Se esperaba su destrucción y la creación de relaciones por fuera de la hipocresía y la conveniencia económica. Como contrapartida, se proponía el “amor libre”, una idea muy debatida pese al consenso de partida. En general la discusión se organiza, con muchos matices, entre un polo de “unión libre”, monogamias sucesivas sin sanción legal ni bendición religiosa, y otro de “amor múltiple”, más radical que podía implicar a tres o más personas o relacione simultáneos.
Un capítulo del libro se detiene en la conocida experiencia de la Colonia Cecilia, un emprendimiento libertario a cargo de Giovanni Rossi y otros anarquistas italianos en Paraná y Brasil, hacia 1890. Se trataba de practicar nuevas formas de organización económica y administrativa, así como de llevar a la práctica el amor libre en su versión más osada. La colonia apenas duró tres años pero sus ecos llegan hasta nuestros días. Apenas tres años después de la disolución, se publicó en Buenos Aires el folleto “Un episodio a de amor en la Colonia Cecilia”, mediante el cual se podían conocer los detalles de un romance que tenía por protagonistas a una mujer y dos hombres. Todo eso mucho antes de la supuesta revolución sexual de los años sesenta y de las actuales relaciones poliamorosas
-¿Cuál es la postura respecto al aborto?
-En general es condenatoria y son pocos los casos en los que es posible pensarlo como algo relacionado con el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo. Es necesario aclarar que era un momento en el que el aborto, como hoy, se daba en el marco de la clandestinidad; y en un contexto con escasísimo acceso a métodos anticonceptivos seguros. Se acusaba a monjas y burguesas de utilizarlo livianamente. En cambio, la mujer trabajadora recurriría apremiada por las circunstancias (pobreza, seducción, “caída en la prostitución”)
-¿La crítica anarquista al discurso de la Iglesia tiene en cuenta la negativa católica a que la mujer pueda reapropiarse de su propio cuerpo?
-La oposición a todo discurso católico es tajante. En cuanto a la sexualidad, se propone separar el goce de la procreación, a pesar de que la maternidad es casi un deber sagrado para varones y mujeres. Se propone también controlarla, es decir, ejercer una “generación consciente”, para lo cual desde fines del siglo XIX y, sobre todo en las primeras décadas del siglo XX, difundían notas, folletos y libros sobre el control de la natalidad
-Pareciera que el amor en tiempos de revolución encuentra fortaleza aunque suene contradictorio en la fragilidad de su futuro. ¿Sentiste que esto es así al reconstruir las vidas de quienes hacen cambiar al sistema su sentido de vida?
–Son contextos históricos muy distintos. Lo de los anarquistas tuvo que ver poco con los setenta. Tampoco es lo mismo 1890 que 1920. Las percepciones de la revolución son disímiles. No encontré nada ligado a la urgencia de la muerte y la necesidad de amar y procrear porque, pese a la represión, la deportación y la persecución, no era un contexto de terror masivo.
Creo que intentaban llevar la doctrina a su propia vida, vivirla desde una ética de rechazo a la hipocresía del lazo matrimonial burgués. Hay muchos amores libres en estas historias, desde los más osados a los más conservadores. No pasar por el registro civil (cuando comenzó a ser una opción) o por la Iglesia a legitimar el lazo, ya era un paso. Abrir la pareja a otras personas o vivir relaciones simultáneas era la versión más radical.
En la práctica, las dificultades pasaban por el sostén económico de las mujeres –peores pagas y menos presentes en el mercado laboral–, la anticoncepción y el cuidado de los hijos resultados de esas uniones. Creo que, a pesar de las dificultades, se atrevieron a llevar la revolución al hogar y visibilizar opresiones largamente naturalizadas
-En 1902 se constituyó el grupo de «Las libertarias», que busca alternativas de resistencia para las mujeres. ¿Tiene antecedentes esta organización?
-Sí, el libro parte de los primeros folletos de convocatoria a las mujeres y pasa por las experiencias de intercambio polémico que permiten dos periódicos escritos y dirigidos por ellas: La voz de la mujer (1896-1897) y Nuestra Tribuna (1922-1925). De hecho el primer folleto editado por el anarquismo en este territorio del que tenemos noticias se tituló La Mujer. Y el segundo –La mujer y la familia, ya producido aquí– fue escrito por un reconocido anarquista rosarino, el doctor Emilio Arana.
En espacios mixtos o exclusivos, las anarquistas siempre alzaron sus banderas e intentaron que lo que podía ser considerado un reclamo particular, se integrara a la revolución social anhelada por el anarquismo. Es por eso que no se consideraban feministas, ya que en ese momento, el feminismo se instala como un movimiento que busca el reconocimiento de derechos civiles y políticos para las mujeres. Por definición, el anarquismo rechaza la opción electoral que, por otra parte, no se abrió en nuestro país hasta 1912 y sólo con la participación masculina.