Por Mariano Vázquez (@marianovazkez) | El primer ministro de Haití, Jack Guy Lafontant, tuvo que dimitir luego de las masivas protestas ante el anuncio de un alza en el precio de los combustibles de hasta un 50 por ciento, como parte de un acuerdo con el FMI que pretendía que el país caribeño implementara un plan de reformas que incluyera una reducción de los subsidios. El enojo ciudadano obligó al Gobierno a paralizar la medida.
En el país más empobrecido de América, más de la mitad de sus 11 millones de habitantes vive con menos de 2 dólares al día y utiliza el querosén en sus hogares. El inminente aumento de este producto esencial para los sectores más desfavorecidos del país desató protestas callejeras de magnitud con un saldo de al menos tres personas muertas.
El recuento de daños perpetrados por el FMI en el mundo no detiene al organismo de la usura internacional para continuar con sus anquilosadas recetas cuyas consecuencias siempre recaen sobre los pueblos. No es la primera vez que el Fondo Monetario posa sus garras sobre Haití, que pasó de ser uno de los principales productores de arroz del mundo a tener que importarlo de los Estados Unidos. Hace más de dos décadas le impuso un «ajuste estructural» a la isla y la obligó a realizar una apertura indiscriminada de su economía. Por eso, hoy más del 80 por ciento del grano proviene de Miami.
Así lo explica la escritora y periodista estadounidense Amy Goodman: “Los agricultores, imposibilitados de competir con esos precios, dejaron de cultivar arroz y se mudaron a las ciudades para ganar salarios bajos, si tenían suerte de conseguir uno de los pocos trabajos disponibles en la maquila. Los pobladores de las zonas montañosas se vieron forzados a deforestar los cerros y convertir la madera en carbón vendible. Esto generó una crisis ecológica que desestabilizó las laderas de los cerros, y que, a su vez, aumentó la destructividad de los terremotos y provocó deslizamientos de tierra durante la estación lluviosa”.
El profesor de Economía de la Facultad de Ciencias de Puerto Príncipe, Camille Chalmers, da detalles del plan de ajuste perpetrado en la década del 90: “Un plan clásico del FMI que tuvo como resultado la destrucción del campesinado. En 1972 éramos autosuficientes; hoy importamos el 82 por ciento de los productos que consumimos. Se perdieron 800.000 empleos en menos de 10 años en un país que tiene una tasa de desempleo que supera el 70 por ciento y un ingreso promedio de dos dólares por día por habitante”.
Además de la ocupación económica de organismos como el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y el FMI, Haití ha padecido siete intervenciones militares en el último cuarto de siglo. La última Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización en Haití (Minustah) se extendió de 2004 a 2017, fue ordenada por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas luego de la intromisión militar conjunta de los Estados Unidos, Canadá, Francia y Chile tras el golpe de Estado contra el presidente Jean-Bertrand Aristide. Los nobles objetivos de los cascos azules eran “estabilizar al país; pacificar y desarmar grupos guerrilleros y delincuenciales; promover elecciones libres e informadas y fomentar el desarrollo institucional y económico”. Sin embargo, organizaciones sociales de Haití y América Latina denunciaron que estas intenciones nunca se concretaron y que, además, la acción de la Minustah dejó casi 10.000 muertos por el brote de cólera y 780.000 afectados. Además, más de 2 mil víctimas por abusos sexuales y actos violentos ejercidos por esta fuerza militar extranjera.
El brote de cólera que mató a tantos haitianos fue producto de la negligencia de Naciones Unidas. De acuerdo a un cable de diciembre de 2010 de la agencia de noticias AFP:“El renombrado epidemiólogo francés Renaud Piarroux dirigió el mes pasado una investigación en Haití y llegó a la conclusión de que la epidemia fue generada por una cepa importada, y se extendió desde la base nepalí de la Minustah”. Sorprendentemente, la ONU negó esta información. El pueblo reaccionó y apedreó a las fuerzas interventoras. Hubo represión. Dos muertos.
En una reflexión publicada por aquellos días en la agencia Prensa Latina, Fidel Castro da cuenta del informe que recibió de la misión cubana en la antilla y que confirmó que “la cepa aislada corresponde a la prevaleciente en Asia y Oceanía, que es la más severa. La unidad nepalesa de los cascos azules de las Naciones Unidas está situada en las orillas del río Artibonite, que atraviesa la pequeña localidad de Meyé, donde surgió la epidemia, y Mirebalais, donde se extendió después rápidamente”.
Suena a historia antigua: cuando españoles y portugueses llegaron a este continente para expoliarlo también dejaron como “obsequio” sus viruelas.
El terremoto de enero de 2010, en el que fallecieron 316 mil personas, 350 mil más quedaron heridas, y más de 1,5 millones de personas perdieron su hogar fue otro capítulo más de “desdichas y zombis” para esta isla que dio el primer grito libertario del continente en 1804, que proclamó la primera república de negros en el mundo y que fue la primera en abolir la esclavitud.
Haití fue hostigada por Francia durante todo el siglo XIX, crispada por la pérdida de esa colonia que en aquellos tiempos producía el 75 por ciento del azúcar del mundo y luego por los Estados Unidos que tomó la posta, la copó militarmente e instaló una de las peores dictaduras de la región encabezada por François Duvalier —Papá Doc—, desde 1957 a 1971, que a su muerte fue sucedido por su hijo, Jean-Claude Duvalier —Baby Doc—, quien huyó del país en 1986. Ambos dejaron un tendal de 60 mil haitianos asesinados a manos de las fuerzas paramilitares Ton Ton Macoutes y el saqueo de la economía del país. Parecía que con la elección en 1990 del excura católico Jean Bertrand Aristide al final Haití tendría paz, pero unos meses después fue derrocado.
Tantas intervenciones a Haití se justificaron en la teoría de los “Estados fallidos” impuesta por el expresidente de los Estados Unidos George W. Bush, para quien esos países atrofiados merecían ser ocupados para inocularles el sistema estadounidense e instalar multinacionales.
Haití tiene 1.177 kilómetros de costa marina sin control de ningún tipo. Los puertos no pertenecen al Estado, los maneja una elite que hace sus negocios privados protegida por sus ejércitos mercenarios. O casualidad, el narcotráfico ha aumentado: el 8 por ciento de la cocaína que ingresa a Estado Unidos pasa por Haití.
Un país apaleado como perro sin dios. Tragedias naturales y políticas mixturadas para dinamitar cualquier hendija de salida. Terremotos y dictaduras. Corrupción y huracanes. Ocupaciones y epidemias.
Demasiadas presencias para tanta ausencia “de la única rebelión de esclavos que se transformó, en su momento (entre fines del siglo XVIII y principios del XIX) en una revolución integral, capaz de tomar el poder (…) y que fue no solamente la primera revolución independentista en la América del Sur del Río Grande, sino la social y políticamente más radical de todas ellas”, como señala el sociólogo argentino Eduardo Grüner en su brillante libro La oscuridad y las luces.
Para certificar, la Constitución Imperial de Haití (1805) que señala en su artículo 2: “la esclavitud queda abolida para siempre”; o el 3: “los ciudadanos de haitianos son hermanos unos para los otros. La igualdad a los ojos de la Ley es irrefutablemente reconocida. No pueden existir títulos, ventajas y privilegios más que los necesariamente resultantes de la consideración y compensación por servicios rendidos por la libertad y la independencia”; o el 12: “ninguna persona blanca, de cualquier nacionalidad, pondrá pie en este territorio con el título de amo o propietario ni, en el futuro, podrá adquirir propiedad aquí”.
Y ahí, como una llaga el mensaje a los blancos por parte de Depestre: “Salgo huyendo del viejo orden gemelo bárbaro/civilizado”.