Por Carlos Saglul | Mauricio Macri se precipitó al destino obligado de todo gobierno neoliberal: la represión. “Para las elites dominadoras, la rebeldía que las amenaza tiene solución en una mayor dominación en la represión hecha, incluso en nombre de la libertad y del establecimiento del orden y la paz social. Paz social que no es sino la paz privada de los dominadores”. Aunque jamás lo haya leído, la definición de Paulo Freire le calza perfecto al actual presidente eufórico y envalentonado luego de mandar a apalear manifestantes en la Panamericana y maestros frente al Congreso.
Macri se cansó de criticar desde la oposición al “relato K”. Le bastaron unos meses en el gobierno para montar su propio relato. Según la versión PRO de la Argentina, de un lado están quienes los que aplauden, bailan mojados por una lluvia verde que jamás existió y del otro, “los K” y sus cómplices, como si pretender un salario digno o siquiera conservar el trabajo nos alineara entre los partidarios de la ex mandataria.
Mientras, el Gobierno se deleita con folletos de nuevas armas antimotines para comprar con fondos públicos. Sofisticados dispositivos que emiten sonidos insoportables para el oído humano y chorros de espuma que se solidifican alrededor del manifestante impidiéndole correr.
No son demasiados los éxitos que muestra la economía. A pesar de la recesión, la inflación no se detiene y ayer superó todas las previsiones oficiales: el acumulado durante el primer trimestre es del 6,2%. Continúan los cierres y despidos. El “Mini Davos” significó toneladas de elogios y abrazos pero casi ninguna inversión. La economía continúa con su calvario ruinoso hacia el abismo.
La Confederación Argentina de la Mediana Empresa evaluó que en marzo las ventas minoristas retrocedieron un 4,4 %, completando quince meses consecutivos de caída. La producción metalúrgica se contrajo un 5% interanual en el primer bimestre. Los avisos del gobierno resaltan el pago de la deuda por actualización de haberes a los jubilados. La Universidad Católica Argentina y la Fundación Navarro Viola (que no es precisamente de extrema izquierda) dio a conocer una encuesta de acuerdo a la cual, el 38% de los mayores de 60 años considera que los ingresos de su hogar no son suficientes para vivir. Hasta los informes oficiales demuestran que aún con recesión la inflación continúa muy por arriba de las metas fijadas por el Ministerio de Economía.
En estos días estuvo en Buenos Aires David Harvey, profesor de la City University de Nueva York y autor del libro Una breve historia del neoliberalismo. Para el intelectual “las desigualdades del neoliberalismo alcanzan a mucha gente y entonces se intenta ejercer el control”. Toma el ejemplo de Estados Unidos: “El estado autoritario se expresa tratando de crear pánico, creando la figura del enemigo amenazante. Así se creó el Islam como enemigo y luego, con la globalización, se apeló a la inmigración”. Harvey recuerda que hoy grandes riquezas se pueden crear a partir de la manipulación financiera. El que apuesta a la producción pierde, y entonces no hay trabajo. A eso se suma la tecnificación que afecta fundamentalmente a la economía de servicios. Los jóvenes pagados con sueldos miserables con los que sueña Macri (Convenio Mc Donalds) atendiendo los locales de comidas rápidas son cada vez menos necesarios. Ya no hay cajeros en la mayoría de los supermercados de Estados Unidos.
En el campo argentino la tecnología se comportó en forma similar: los propietarios alquilaron sus tierras y se fueron a vivir a la Recoleta, los campesinos a las villas miseria de la ciudad. El neoliberalismo es una gran fábrica de desocupados y bajos salarios.
La serpiente se devora por la cola. A medida que crece elimina consumidores. De allí que desde Estados Unidos a China estén preocupados sobre cómo regenerar un mercado interno desbastado. ¿Tiene presente Macri estás contradicciones cuando no se entretiene con folletos de nuevos dispositivos para amedrentar manifestantes, maestros, obreros desocupados? ¿Tomará nota que la lluvia de dólares ya se produjo? Son capitales golondrinas que vinieron a saquearnos una vez más.
Entre 1990 y 1991 con Estados Unidos en plena recesión, Bill Clinton ganó a George Bush (padre) convenciendo a los norteamericanos que la crisis no era coyuntural y de nada servía el ajuste fiscal y la disminución del gasto público. Hizo famosa la frase de campaña: “Es la economía estúpido”.
No importa qué nuevas armas compre. O si decide seguir apaleando indefensos maestros en el horario central de la TV para –según piensa- “cosechar votos de la clase media”. Ese darwinismo social que guía a Macri, y para el cual vivimos en una selva donde solo sobreviven los más fuertes evidencia fallas: el poder concentrado tiene pocos beneficiarios. Los que sobran al modelo son los más. Y las hormigas aunque débiles, pequeñas bien pueden devorarse un elefante. El presidente debería tenerlo en cuenta y atender a una distribución justa de la economía, ya que la represión es un recurso del ajuste, pero jamás le garantiza su sobrevivencia. “Es la economía estúpido”.