Redacción Canal Abierto | Patricia Walsh presentó una denuncia en el juzgado del Daniel Rafecas, con el objetivo de constituirse como querellante en la causa que investiga el crimen de su hermana mayor, María Victoria Walsh, ocurrida durante un feroz operativo del Ejército el 29 de septiembre de 1976, en la casa de la calle porteña de Corro 105.
La investigación es un desprendimiento de la causa que el magistrado tiene desde 2015 por los crímenes del “Primer Cuerpo de Ejército”, pero ahora con el impulso de la nueva prueba aportada y de la acusación de un familiar directo, buscará llegar por primera vez a juicio para determinar la responsabilidades de los genocidas implicados y reconstruir la escena de lo que ocurrió en esa propiedad, en la que estaba reunida parte de la Secretaría Política de Montoneros.
La acusación, como en otros casos de juicios por delitos de lesa humanidad, intentará correr del centro de la escena el minuto final de la final de María Victoria, Oficial Segundo de la guerrilla peronista, que según contó su padre Rodolfo Walsh en una carta abierta se quitó la vida después de resistir al embate del terrorismo de Estado para no ser secuestrada. El objetivo de la querella será demostrar que la muerte se produjo en el marco del genocidio que azotó nuestro país entre 1976 y 1983, y como consecuencia directa de un operativo criminal.
En la casa estaban Alberto Molina Beluzzi, Ismael Salame, José Coronel e Ignacio Bertrán, junto a otros militantes de la agrupación peronista.
La iniciativa judicial se da a poco de cumplirse 40 años del secuestro y desaparición de Rodolfo Walsh, a 60 años de la publicación de su obra máxima Operación Masacre y a casi 41 años del crimen de su hija. Los abogados que patrocinan esta querella son Myriam Bregman, Liliana Mazea, Matías Aufieri y Lilén Reyes, todos con una reconocida trayectoria en juicios de derechos humanos.
La ex diputada Patricia Walsh, hija del escritor montonero y hermana de “Vicky”, responde a Canal Abierto sobre los detalles de la denuncia presentada ayer.
-Además de la recopilación de todos estos años, ¿qué nuevo material probatorio incluye esta presentación?
-Las nuevas pruebas surgen de declaraciones prestadas en causas importantes, como La Perla en Córdoba y el juicio de “La Cacha” en La Plata, además de testimonios de la “Causa 13”, de la década del ’80. Pero se ha logrado establecer la asignación de responsabilidad de represores que ya fueron condenados en otros juicios como Héctor Vergéz, sobre quien existen testimonios que lo señalan como un represor del Centro Clandestino de La Perla, pero además el escribió un libro, que fue muy mencionado en ese juicio, que se llama «Yo fui Vargas», que es el nombre que él cuenta que utilizaba en los operativos en los que participaba, que hoy sabemos que se trata de operativos ilegales, con secuestros y asesinatos y actuaciones en centros de exterminio, y en ese libro cuenta que trajo a una detenida del campo de La Perla a la ciudad de Buenos Aires porque ella le aportó el dato de la calle Corro 105, eso esta contado por él mismo en este libro. Esa detenida desaparecida es María Magdalena Mainer, que tiene una historia tremenda, porque la información era obtenida a través de torturas terribles, era hija de la señora que alquilaba la casa de la calle Corro
– ¿Qué otros genocidas reconocidos participaron en el operativo?
-Participaron cerca de 150 efectivos que fueron movilizados desde Ciudadela, muchos de ellos eran soldados conscriptos, y ahora sabemos quiénes fueron con nombre y apellido. Algunos ya declararon y esperamos que sean más. Y otros de los testimonios importantes es el de una sobreviviente, en el juicio de La Cacha, que declara que estando desaparecida el “Nabo” Barreiro, la interrogaba y le contaba que él había participado personalmente en el operativo de la calle Corro. Guillermo “Nabo” Barreiro es un genocida, jefe de torturadores de La Perla, el fundador del Comando Libertadores de América, y además vocero del alzamiento Carapintada
– Además de los testimonios, ¿existen pruebas documentales?
-El certificado de defunción de mi hermana, que tengo en mi poder hace muchos años, firmado por un médico de apellido Figueroa (Mario Alberto), que en el año 2015 fue denunciado por la agrupación HIJOS Capital como el médico que no quiso recibir el cuerpo del Mayor Alberte (edecán de Perón, asesinado por la dictadura el mismo 24 marzo 1976), que en el año 2015 era jefe de Hematología del Sanatorio Otamendi de la ciudad de Buenos Aires, que además fraguó otros certificados de defunción de asesinados por la dictadura
-¿Qué valor tiene la «Carta Abierta a mis amigos», en la que su padre narra el operativo de la calle Corro?
-Es un texto valioso, pero se trata de un borrador que difundimos entre un grupo de compañeros y familiares luego de su desaparición, que no toma en cuenta algunas cosas, porque mi padre lo ignoraba pero que ahora las sabemos, como que en esa casa hubo 4 sobrevivientes que fueron llevados a centros clandestinos, dos niñas, una de 9 años y mi sobrina, que durante una semana permaneció en un domicilio desconocido para la familia, pero perfectamente conocido para el Cuerpo 1 de Ejército y el Batallón 601. Mi sobrina pudo ser recuperada solamente porque su abuelo paterno era un militar retirado
Fragmento de la Carta Abierta en la que Rodolfo Walsh recuerda a su hija María Victoria, y describe el ataque en el que finalmente murió junto a sus compañeros:
El comunicado del Ejército que publicaron los diarios no difiere demasiado, en esta oportunidad, de los hechos. Efectivamente, Vicki era oficial 2° de la Organización Montoneros, responsable de la prensa sindical, y su nombre de guerra era Hilda. Efectivamente estaba reunida ese día con cuatro miembros de la Secretaría Política que combatieron y murieron como ella.
La forma en que ingresó a Montoneros no la conozco en detalle. A los 22 años, edad de su posible ingreso, se distinguía por decisiones firmes y claras. Por esa época comenzó a trabajar en el diario «La Opinión» y en un tiempo muy breve se convirtió en periodista. El periodismo en sí no le interesaba. Sus compañeros la eligieron delegada sindical. Cómo tal debió enfrentar en un conflicto difícil al director del diario, Jacobo Timerman, a quien despreciaba profundamente. El conflicto se perdió y cuando Timerman empezó a denunciar como guerrilleros a sus propios periodistas, ella pidió licencia y no volvió más.
Fue a militar a una villa miseria. Era su primer contacto con la pobreza extrema en cuyo nombre combatía. Salió de esa experiencia convertida a un ascetismo que impresionaba. Su marido, Emiliano Costa, fue detenido a principios de 1975 y no lo vio más. La hija de ambos nació poco después. El último año de vida de mi hija fue muy duro. En las últimas semanas varios de sus compañeros fueron muertos: no pudo detenerse a llorarIos. La embargaba una terrible urgencia por crear medios de comunicación en el Frente Sindical que era su responsabilidad.
Mi hija no estaba dispuesta a entregarse con vida. Era una decisión madurada, razonada. Conocía, por infinidad de testimonios, el trato que dispensan los militares y marinos a quienes tienen la desgracia de caer prisioneros: el despellejamiento en vida, la mutilación de miembros, la tortura sin límite en el tiempo ni en el método, que procura al mismo tiempo la degradación moral, la delación. Sabía perfectamente que en una guerra de esas características, el pecado no era hablar, sino caer. Llevaba siempre encima una pastilla de cianuro, la misma con que se mató nuestro amigo Paco Urondo, con la que tantos otros han obtenido una última victoria sobre la barbarie.
El 28 de setiembre, cuando entró en la casa de la calle Corro, cumplía 26 años. Llevaba en brazos a su hija porque a último momento no encontró con quién dejada. Se acostó con ella, en camisón. Usaba unos absurdos camisones blancos que siempre le quedaban grandes.
A las siete del 29 la despertaron los altavoces del Ejército, los primeros tiros. Siguiendo el plan de defensa acordado, subió a la terraza con el secretario político, Molina, mientras Coronel, Salame y Beltrán respondían al fuego desde la planta baja. He visto la escena con sus ojos: la terraza sobre las casas bajas, el cielo amanecido, y el cerco. El cerco de 150 hombres, los FAP emplazados, el tanque. Me ha llegado el testimonio de uno de esos hombres, un conscripto.
«El combate duró más de una hora y media. Un hombre y una muchacha tiraban desde arriba. Nos llamó la atención la muchacha porque cada vez que tiraba una ráfaga y nosotros nos zambullíamos, ella se reía.»
He tratado de entender esa risa. La metralleta era una Halcón y mi hija nunca había tirado con ella, aunque conociera su manejo por las clases de instrucción. Las cosas nuevas, sorprendentes, siempre la hicieron reír. Sin duda era nuevo y sorprendente para ella que ante una simple pulsación del dedo brotara una ráfaga y que ante esa ráfaga 150 hombres se zambulleran sobre los adoquines, empezando por el coronel Roualdes, jefe del operativo.
A los camiones y el tanque se sumó un helicóptero que giraba alrededor de la terraza, contenido por el fuego. «De pronto, dice el soldado, hubo un silencio. La muchacha dejó la metralleta, se asomó de pie sobre el parapeto y abrió los brazos. Dejamos de tirar sin que nadie lo ordenara y pudimos verla bien. Era flaquita, tenía el pelo corto y estaba en camisón. Empezó a hablamos en voz alta pero muy tranquila. No recuerdo todo lo que dijo. ‘Ustedes no nos matan, nosotros elegimos morir’ dijo el hombre. Entonces se llevaron una pistola a la sien y se mataron enfrente de todos nosotros.»
En el tiempo transcurrido he reflexionado sobre esa muerte. Me he preguntado si mi hija, si todos los que mueren como ella, tenían otro camino. La respuesta brota de lo más profundo de mi corazón y quiero que mis amigos la conozcan. Vicki pudo elegir otros caminos que eran distintos sin ser deshonrosos, pero el que eligió era el más justo, el más generoso, el más razonado. Su lúcida muerte es una síntesis de su corta, hermosa vida. No vivió para ella: vivió para otros, y esos otros son millones.
Su muerte sí, su muerte fue gloriosamente suya, y en ese orgullo me afirmo y soy yo quien renace de ella.