Por Carlos Saglul | Habría que retrotraerse a la dictadura militar para ubicar un accionar similar al que hoy sostienen los grandes medios de comunicación en su campaña para sembrar falsas pistas, informaciones erróneas, en lo que ya claramente es una campaña de encubrimiento de la desaparición de Santiago Maldonado.
La dureza del comunicado difundido por el Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SIPREBA), la Asociación de Reporteros Gráficos (AGRA) y la Asociación de Revistas Culturales Independientes no deja dudas sobre la emergencia de la hora: “El compromiso con la verdad y la defensa de los derechos humanos es fundamental y base de la libertad de expresión, patrimonio social que las y los trabajadores de prensa ejercemos con responsabilidad y compromiso ético. Por este compromiso es que hacemos público nuestro repudio a las acciones montadas por el gobierno para encubrir las responsabilidades de los funcionarios y del Estado en la desaparición forzada de Santiago Maldonado. Por este compromiso advertimos que esto no es periodismo, es difusión de mentiras destinadas a proteger al Poder.”
Tan grotesco como el accionar de las grandes empresas periodísticas es el de la Justicia. El magistrado que investiga el Caso Maldonado ya parece en los reportajes un “publicista” de la Gendamería. El juez Guido Otranto se niega a incorporar en la causa cascos de balas encontrados por la policía de Río Negro durante los operativos en la comunidad Puf Lof: “no es lo que buscábamos”, declaró.
Cuando ya pasó más de un mes de la desaparición allana la comunidad mapuche para buscar el cuerpo del desaparecido, maltratando y aún encarcelado a algunos de sus integrantes. Hace como que no existieran las comunicaciones con el teléfono de la víctima cuando esta ya había desaparecido, ni siquiera incauta el celular. No se mosquea cuando testigos del caso dicen haber sido amenazados a punta de pistola por la Gendamería. Sigue insistiendo que para él, Maldonado se ahogó. Los familiares llegaron a pensar que en cualquier momento les plantarían el cuerpo de Santiago. Pero no es tan fácil, a esta altura, simular un accidente.
En La Nación, una editorial informa que ni “meditación budista” y las sesiones de terapia semanales logran que el presidente Mauricio Macri disipe su ira por la forma en –supone- se destrata a la Gendamería, cuyo accionar ha decido defender a capa y espada. El jefe de Estado continúa sordo frente los reclamos por Maldonado que ya dio varias vueltas al mundo. Ni siquiera recibió a la familia del desaparecido.
En casi todas las asambleas de los secundarios porteños pueden verse los carteles pidiendo la aparición con vida de Santiago Maldonado. Con las escuelas tomadas, concurridas manifestaciones de alumnos, docentes y padres rodeándole el edificio del Ministerio, finalmente la titular de la cartera educativa, Soledad Acuña pareció recordar la necesidad (aún legal) de que toda reforma como la que intenta sea consultada con la comunidad educativa. El ex ministro Esteban Bulrrich comparó a la reforma con la Campaña al Desierto, que como todos sabemos terminó repleto de tribus. Ahora, algo parecido pasa con este proyecto. Las aulas no estaban desiertas como parecieron pensar los funcionarios que no consultaron a nadie. Miles de alumnos ocupan los establecimientos, marchan en las calles.
Paulo Freire advertía: “Es necesario desarrollar una pedagogía de la pregunta. Siempre estamos escuchando una pedagogía de la respuesta. Los profesores contestan a preguntas que los alumnos no han hecho…”. Y es lo que pasa con este Ministerio de Educación que no ve en los alumnos sujetos de derecho. Los secundarios, como lo muestran las fachadas de las escuelas tomadas, piden que “se ponga en práctica la sancionada Ley de Educación Sexual Integral”.
Recuerdan que “diariamente en todo el país trescientos adolescentes se convierten en madres”. Piden una educación “con perspectiva de género”. Gritan sus necesidades. Del otro lado están sordos.
Hasta el siglo XVll, los sordos eran declarados idiotas, no los dejaban trabajar ni instruirse. Por suerte ya no se los discrimina. Pero no hay que confundir sordera física con sordera de clase. Para los actuales funcionarios los pueblos originarios que “amenazan al progreso en el sur reclamando tierras, perjudicando las inversiones petroleras” merecen una nueva campaña al desierto. Por eso es necesario proteger a la Gendarmería aun en sus “excesos”.
Los pibes que “cayeron” en las escuelas públicas deben entender que su futuro, si quieren tener alguno, es trabajando gratis como pasantes. No puede ser otro que las necesidades de las empresas “que traccionan al futuro de la Nación”, piensan. De lo contrario sólo les quedará el emprendedurismo que creyó ejemplificar la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley –aunque no tardó en arrepentirse-, cuando subió a su cuenta de twitter la imagen de un parrillero asando pollo en la vía pública para sobrevivir.
No siempre la falta de contestación obedece a la sordera del otro. El silencio desde el Poder suele ser una repuesta nada inofensiva. Se es lo que se dice y también lo que se calla. En el silencio queda generalmente la parte siniestra del Poder, donde no anida otra ética que la de los propios intereses de clase ni otra ley que la del mercado, es decir la jungla.