Redacción Canal Abierto | Esta semana Mauricio Macri recibió en la Casa Rosada a Horacio Cartes y Tabaré Vázquez para lanzar la precandidatura de la sede Argentina-Paraguay-Uruguay para el Mundial 2030, cuando se cumplirán 100 años de la primera cita futbolera planetaria que tuvo como anfitrión (y campeón), al vecino rioplatense.
En aquella oportunidad el evento – por múltiples motivos históricos, por el incipiente desarrollo de la industria del futbol y las telecomunicaciones y por tratarse de una novedad- en Montevideo fue capaz de albergar el acontecimiento y contener los gastos de infraestructura y organización.
Con las nuevas disposiciones de FIFA, el campeonato centenario tendrá 48 selecciones participantes (en la actualidad son 32), en lugar de las 13 que disputaron el juego inaugural, y la única posibilidad de repetir la casa para festejar el siglo mundialista, que representará un show de alcance global y de desembolsos incalculables, era la de una organización compartida. La idea del presidente uruguayo data de 2005 (durante su primer mandato) fue bien recibida por Macri, quien propuso sumar a Paraguay, que inmediatamente aceptó ser de la partida.
El proyecto incluye la construcción/adaptación de entre 6 y 8 estadios en nuestro país, y otros tantos entre los otros dos locales. Después de algunas reuniones de aproximación entre funcionarios intermedios y autoridades de las asociaciones de futbol de los 3 países, finalmente los jefes de Estado hicieron pública el martes la intención de postular la triple sede.
El equipo regional trabajará hasta 2022 evaluando detalles de infraestructura y factibilidad económica. Recién entonces la candidatura se hará oficial, ya que ni siquiera se sabe aún cuándo se elegirá al organizador del vigésimo sexto Mundial. Además, se formará un Comité Organizador Local para cuya coordinación suena fuerte el nombre del amigo del presidente Macri, Fernando Marín, último coordinador del Programa Fútbol Para Todos.
La experiencia para nuestro país trae reminiscencias oscuras, de las más dolorosas de la historia argentina, porque a pesar de haber conseguido el primer título de selección, el de 1978 siempre será recordado como el Mundial de Videla, que la dictadura intento utilizar para lavar su cara ante la creciente condena internacional a las desapariciones y la represión del terrorismo de Estado. Además representó un importante «aporte» a la deuda externa -que en 1976 era de apenas 7.800 millones de dólares, y en 1983 había ascendido a 45.100 millones- transformándola ya por entonces en “impagable”.
El año 2030 no está a la vuelta de la esquina. En el medio pasaran 12 años, 3 mundiales, tres elecciones presidenciales, varias guerras, al menos una generación entera de futbolistas seleccionados, y muy probablemente muchos de los problemas que genera el mega capitalismo internacional continúen vigentes. Sin embargo, la idea entusiasma al mundo del deporte más popular, a la comunidad empresarial y a los distintos sectores políticos que buscaran hacerse de algún rédito inmediato, y/o algún bronce histórico.
Si bien la triple organización puede ser una forma de afrontar los costos del suceso más convocante del globo, las experiencias recientes con este tipo de sucesos en países emergentes han dejado saldos impagos que, sin dudas, aumentan las penurias de los que nunca participan del gran negocio.
Antecedentes costosos
No son los casos de Alemania, Korea-Japón, Francia o Estados Unidos, que cuentan con recursos para bancar la fiesta y encabezar su comercialización. Pero en Brasil y Sudáfrica la resaca todavía está lejos de despejarse.
En 2010 la FIFA ingresó cerca de 4200 millones de dólares gracias a acuerdos de patrocinio y derechos de retransmisión del “Mundial de Mandela”, mientras que el país anfitrión apenas recuperó 100 millones de dólares con la venta de entradas y perdió 3000 millones.
La promesa de que el PBI crecería un 3% aquel año se quedó finalmente en menos de medio punto, y los 10 estadios construidos especialmente no son aprovechados.
El crecimiento del turismo y el desarrollo de las redes de transporte público y autopistas, que comenzaron a acercar ciudades antes alejadas en conectividad parece ser el único beneficio palpable que dejo el acontecimiento internacional: Se creó el primer sistema de colectivos para el antiguo gueto negro de Johannesburgo. El Soccer City llevó casi por primera vez a la minoría blanca hasta los barrios populares de Sudáfrica, 16 años después del fin del apartheid.
Sin embargo, casi 8 años después, los números siguen sin cerrar.
Brasil, con su mundial y el hermano menor que represento el “Juego Olímpico Rio 2016”, dejo en evidencia que a pesar de haber sacado de la pobreza a 30 millones de personas durante los gobiernos de Lula y el de Dilma, sigue siendo un país con enormes índices de desigualdad, que se manifestaron en las calles de San Pablo y Rio de Janeiro, antes, durante y después de junio de 2014. Con protestas masivas, reclamos de inversión en materia social y duras represiones, y con un correlato de decadencia política que finalizo con un golpe palaciego a la presidenta, un nuevo gobierno de facto anti popular, un cruel ajuste sobre las masas y los sectores más desprotegidos, y una reforma laboral que representa una pérdida de derechos para la totalidad de los trabajadores del país más poblado del continente, que podría pensarse en clave de “la maldición del mundial”, pero que admite estudios científicos, económicos e históricos que ubicarían en una misma línea de análisis al mundial y a la crisis socio-política.