Por Roxana Dib | Uno de los proyectos que se plantea por estos tiempos como fundamental e interesante en las instituciones educativas es el de formar lo que denominan un “ciudadano del Siglo XXI”. Esto es: seres talentosos, creativos, emprendedores, cooperativos y, fundamentalmente, adaptables.
Generar el espíritu emprendedor parece ser la función primordial docente ya que, de un tiempo a esta parte, éste es considerado la solución a todos los problemas. Pero, al mismo tiempo, esta idea incluye y naturaliza otra: que no todos van a llegar a realizar estudios de Nivel Superior o Universitario.
Esta tendencia a sacar las pedagogías de las aulas para instalar el pensamiento de liderazgo y emprendedurismo viene de Europa, acompañada de la fuerte convicción de que se puede salir de las crisis enseñando a emprender y buscando la manera, además, de financiar los propios proyectos. La solución a toda crisis comienza así a ser responsabilidad de los sujetos escolares. A través de esta iniciación a la actividad emprendedora y empresarial, se coloca como pilar del pensamiento que el éxito depende del esfuerzo personal, y que será este esfuerzo el que determine hasta dónde se puede llegar.
En otras palabras: se impulsa en la educación un universo de competición que funciona de acuerdo a las leyes del mercado, y no sólo las asume como normales sino que las normaliza, llegando a justificar las desigualdades sociales.
Partiendo de la una premisa meritócrata e imaginaria, todos comenzamos esta carrera hacia el éxito desde el mismo lugar, tenemos las mismas oportunidades en la vida, y por ende todos podemos conducir empresas y ser emprendedores. Si no lo hacemos o fracasamos en el intento, es nuestra propia responsabilidad. Si hay falta de logros, también hay falta esfuerzo.
Tal como lo expresa Tenti Fanfani en 2003, estos medios institucionales son los que contribuyen a “civilizar” nuestra sociedad, a inculcar en la población un habitus (en términos de Pierre Bourdieu) determinado: el habitus capitalista. Estas ideas se centran en la base de que la cultura de empresa y el espíritu empresarial pueden aprenderse desde la escuela, al igual que los valores del capitalismo. Y se impugna así el pensamiento crítico hacia un sistema que no necesita ser transformado porque -se asume- es justo y sin fallas.
De esta forma, cada estudiante se ve obligado a pensarse a sí mismo y a comportarse como portador de un talento-capital que debe ser revalorizado y reinventado constantemente.
Diferentes técnicas -como el coaching, la programación neurolingüística, el liderazgo-, tienen como meta un mejor dominio de sí mismo, de las propias emociones y del estrés. El objetivo de todas ellas va dirigido a formar individuos cada vez más eficaces -en términos de mercado- asumiendo que los recursos se encuentran en ellos mismos.
De esta manera, no sólo se aleja lo pedagógico de la escuela, sino que los problemas, las dificultades, se transforman en auto-exigencia y auto-culpabilización, ya que serán los alumnos -y no el sistema- los únicos responsables de lo que suceda, y las crisis serán vistas como oportunidades para demostrar su mérito personal y su capacidad.