«Tal vez no lleguemos a ser los campeones,
pero nuestro equipo ya es el mejor de este Mundial».

 

Por Carlos Fanjul  Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira, o simplemente Sócrates, sabía todo. Sabía que el resultado de un partido no cambia nada, que lo que importa es la forma de jugar, las intenciones que se muestran, pero sobre todo -según su mirada del fútbol y de la vida- si lo mostrado era una expresión colectiva, de equipo.

El “Doctor”, así lo llamaban, dijo esta frase varios días antes de que la selección de Brasil quedara eliminada de la Copa del Mundo de España 1982 y pasara a la historia como uno de los mejores equipos de todos los tiempos, pero de más tempranero fracaso.

«Solo tengo envidia de la pelota”, reflexionaba Tele Santa, el entrenador que apostó a un juego que deslumbraba pero que, quizás, se había olvidado de dotarlo de mayor equilibrio entre ataque y defensa. Por eso, ese formidable equipo terminó cayendo en cuartos de final contra la Italia que luego sería campeona de la mano de Paolo Rossi.

Brasil venía de barrer con sus rivales en la gira previa de 1981, donde derrotó a Inglaterra en Wembley, a la Francia de Michel Platini y a la campeona de Europa, Alemania Federal.

Ya en el Mundial pasó goleando la primera fase, eliminó luego a la Argentina campeona del mundo con César Menotti. Parecía que iba a golear a aquellos azzurros toscos pero duros como roca, que al final iban a levantar la copa.

Es que si bien atrás descollaban las subidas de los laterales Leandro y Juniors, a la hora de defender el equipo se mostraba totalmente frágil, con aportes opacos de Waldir Peres en el arco, y de los zagueros Oscar y Luizinho.

Sócrates en el Mundial de 1986, en México

Así, este equipo que fue comparado con la Hungría del ’54 o la Holanda del ’74 (la de Johan Cruiff y compañía) por no haber podido ganar el certamen siendo el más bello de todos, mostraba toda su excelencia de juego exquisito en Tonhino Cerezo, Falcao, Zico o Socrates.

A tono con el debate político que crecía en Brasil luego de cerca de dos décadas de gobiernos militares, algún diario de la época reflexionaba: “Mientras el mediocampo ya tenía la alegría de las luchas por la recuperación de la democracia, en la defensa todavía se notaba el tono oscuro y silencioso que mandaba la dictadura”.

Tras la derrota decisiva, mientras los jugadores sudamericanos estaban tirados en el terreno de juego llorando desconsoladamente, un periodista corrió al encuentro de Sócrates y, sin tacto, preguntó: “¿Qué se siente después de haber perdido siendo tan bueno y tan favorito?”

El Doctor, con una frialdad pasmosa, le contestó: “¿Perdimos? Mala suerte. Peor para el fútbol”.

Aunque Zico era el máximo referente futbolístico de este conjunto por su personalidad y su forma de jugar, el verdadero líder espiritual de Brasil era Sócrates. No sólo por lo que significaba dentro del campo, sino por sus principios fuera del mismo. Si Santana era un revolucionario por su filosofía futbolera, el “Doctor” lo era por sus ideales.

A pesar de eso, los grandes medios brasileños solo parecían depositar su atención en la estrella, Zico (Arthur Antunes Coimbra o simplemente ‘el Pelé blanco’, como lo llamaban).

¿Por qué? A esa altura Sócrates era muy mal mirado por la crema de la sociedad brasileña. Su licenciatura en medicina y su doctorado en filosofía, lo llevaron a ser conocido simplemente como el “Doctor”, pero más allá de títulos, el poder lo sabía un enemigo peligroso en su intención de perpetuarse militarmente en el gobierno.

Su conciencia popular, su inteligencia, pero por sobre todas las cosas su carisma, lo habían ubicado en ese sitió para las clases dominantes.

Y ya a esa altura, su accionar resultaría determinante para el retorno al voto popular.

 

Quién era Sócrates

Sensible, comprometido y con ideales, dentro y fuera de la cancha, fue un personaje que excedió los amplios límites del fútbol para internarse en las profundidades políticas y sociales. Sólo con una pelota en los pies le hubiera alcanzado para pasar a la posteridad, pero no: él decidió hacer otra cosa superior con su vida.

Había nacido en 1954, en Belém, en el estado brasileño de Pará, y la elección de su nombre surgió de un padre humilde y trabajador, y amante de la literatura, de los clásicos griegos. Otros dos hermanos suyos, más pequeños, se llamarían Sófocles, y Sóstenes. En total fueron seis y el menor de ellos, de nombre Raí, sí lograría proclamarse más adelante campeón del mundo en 1994.

Había llegado al mundo un futbolista que no iba a pasar desapercibido ni dentro ni fuera del campo. Su padre no debía ver en su hijo las aptitudes que tenía para el balón y lo indujo a estudiar una carrera ‘digna’. Sócrates decidió matricularse en la facultad de Medicina y en 1978, a los 23 años, se convirtió en doctor.

En su paso por la facultad participó en distintos movimientos activistas que se oponían a la dictadura que en esos tiempos gobernaba Brasil. En esa época ingresó a militar en el Partido de los Trabajadores, creado por Ignacio Lula Da Silva, de quien fue un estrecho amigo.

Con Inacio Lula Da Silva

En paralelo a sus estudios ya había comenzado sus primeros pasos en el fútbol.

Mientras estudiaba se destacaba en el Botafogo de Riberao Preto, un pequeño equipo de San Pablo. En 1977 resultó goleador del campeonato Paulista y los equipos más importantes comenzaron a posar sus ojos sobre el. Así, en 1978, su rumbo cambió, su estilo de juego mejoró y el Corinthians, el club más popular de Brasil, apostó por él.

Seis años pasaría en este club, donde no se limitó a jugar al fútbol, sino que utilizó el balón para remover conciencias.

Un rebelde sin causa que luchó contra la pobreza en Brasil, donde se alzaba como un referente para ese estamento social más pobre.

En 1981, el Corinthians no pasaba por un gran momento, en particular desde el punto de vista institucional. Eso tenía un fuerte correlato también en lo futbolístico.

El desorden y la falta de conducción se volvían notorios dentro y fuera del campo, y fue allí donde el carisma y la inteligencia de Sócrates ocuparon posiciones de liderazgo.

Por su influencia hizo contratar como director deportivo del club al sociólogo Adilson Monteiro Alvez, con quien compartía espacios de militancia social y política en el naciente PT de Lula.

“Mirá que yo no se nada de fútbol, solo de armar grupos, de armar equipos”, dicen que le confesó el profesional.

“Eso es lo que busco”, se limitó a responder el crack.

 

La Democracia Corinthiana

Eso terminó siendo un momento bisagra en la vida de Sócrates y en la propia vida del Corinthians. Luego de un tiempo, de mucha conversación hacia adentro del grupo de jugadores, sugirió que el club se autogestione.

A partir de allí, muchas decisiones institucionales y, en especial, las futbolísticas serían tomadas por todos los miembros del equipo y del club mediante consenso en asambleas democráticas.

Allí nació el Timao, como hasta hoy se conoce al club, palabra cuyo significado apunta a que al girar un timón, el barco se mueve y se altera el curso registrado en la brújula. En todo Brasil hoy se sigue usando al término como sinónimo de gran equipo, o de equipazo.

Con este formato nace una etapa conocida como la ‘Democracia Corinthiana’, gracias a cuya libertad cotidiana a la hora de cada decisión, hasta las más triviales, se generó de inmediato en materia de juego una forma de libertad creativa en los jugadores que elevaron el rendimiento, lo dotaron de enorme belleza y también de eficacia, con lo que se consiguió en poco tiempo el bicampeonato paulista en 1982 y 1983.

Como queda dicho, en la democracia planteada dentro del club los jugadores se convertían en cogestores del equipo y las decisiones se tomaban entre todos. En el grupo tenía igual valor el voto de un utilero, de un jugador o de un directivo. Todos votaban. Y entre todos, decidían por consenso sobre los asuntos que les afectaban:

los horarios de los entrenamientos, las comidas, los sueldos, las alineaciones, los fichajes de nuevos jugadores… y también por supuesto la libertad de horarios para salir de fiesta. Una práctica en la que, vale remarcarlo, Sócrates resultaba un especialista.

La idea no solo fue un éxito en el crecimiento del juego, sino que, además, influyó positivamente en el funcionamiento del club, el que a fines de 1983 tenía ya sus finanzas completamente saneadas.

El mensaje hacia afuera resultaba contundente por donde se lo mire. Y así, ese movimiento pionero de autogestión, que surgió además en el equipo de mayor arraigo popular en el Brasil, se convirtió rápidamente en una manifestación decisiva en la lucha de la sociedad brasileña en contra la dictadura.

La metodología impuesta por Sócrates, con el defensor Wladimir y el centrodelantero Casagrande, como sus lugartenientes, comenzó a generar mensajes hacia la sociedad.

Su brazo en alto, con el puño cerrado, se transformó en una especie de canto de guerra.

En ese tiempo, la camiseta del Timao excedió en mucho la de cualquier otro equipo de fútbol. Las consignas se repetían y los debates, por ellas generadas, se incrementaron día a día.

En ocasión de una de las finales paulistas, el Timao saltó al campo con una bandera que rezaba: “Ganar o perder, pero siempre con democracia”. El estallido del público fue ensordecedor. Los aplausos no cesaron y se mezclaron más tarde con el amor por el ídolo. Partidazo de Sócrates con un gol que llevaría a su equipo al triunfo y ovación final por la jornada vivida.

Otra camiseta rezó más adelante: ‘Directas Ya’, presionando a la decisión de retornar al camino del voto popular y, conseguido esto, a pocas horas de los comicios para elegir al nuevo gobernador de San Pablo, el mensaje fue casi una orden: ‘Día 15 Vote’, contrarrestando la intención gubernamental de que fracase la asistencia masiva de la población.

A esa altura, ya el proceso de retorno a la democracia resultaba irreversible. Y por cierto que la figura del Doctor, había significado esencial en muchas conciencias.

 

El militante

Militando por la vuelta a la democracia, exigiendo elecciones directas

“Muchas veces pienso si podremos algún día dirigir este entusiasmo que gastamos en el fútbol hacia algo positivo para la humanidad –reflexionó alguna vez-, pues a fin de cuentas el fútbol y la tierra tienen algo en común: ambos son una bola. Y atrás de una bola vemos niños y adultos, blancos y negros, altos y bajos, flacos o gordos. Con la misma filosofía, todos a fantasear sobre su propia vida”.

Brasil había vivido un gobierno con giros de izquierda, de la mano de Joao Goulart hasta que en 1964 se produjo el golpe de Humberto Castelo Branco. Aunque el citado representaba el ala moderada del golpe y aseguraba que el período militar debía ser corto, la realidad es que los uniformes dictatoriales gobernar durante 21 años al país, hasta la llegada por fin, mediante el voto directo de la población de Trancredo Neves, recién en 1985.

El fútbol, hasta entonces considerado el opio del pueblo y -como en todos los países- utilizado por los más poderosos para ocultar las miserias, fue entonces el pilar de la vuelta a la democracia.

Varias veces, durante ese tránsito, el futbolista recibió ofertas para ser candidato. Siempre se negó: «si la gente no tiene el poder de decir las cosas, entonces yo las digo por ellos. Si yo estuviera del otro lado, no del lado de la gente, no habría nadie que escuchara mis opiniones».

Su militancia nunca se detuvo, aún después de la vuelta de la democracia en su país en 1985. En el Mundial de Méjico ’86, por ejemplo, ocupó cada minuto libre para estar con la gente más humilde que venía de sufrir como ninguna un tremendo terremoto el año anterior, y en cada uno de los partidos su clásica vincha rezó frases como ‘Méjico puede’ o ‘Méjico sigue en pié’.

Una vez retirado en 1989, probó suerte como columnista en varios diarios de San Paulo, en los que no solo opinó sobre temas deportivos, sino también políticos y económicos.

Más allá de su nueva actividad, la vida del “Doctor” fue lentamente ingresando en un ‘sinsentido’ al que no le encontró salida. Fue director técnico de algunos equipos, pero su risa empezó a apagarse.

En alguna oportunidad había dicho: “Quiero morir en domingo, mientras el Corinthians se proclama campeón”.

El 4 de diciembre de 2011 Sócrates, después de varias intervenciones producto de los excesos de cigarrillos y alcohol, se marchaba a causa de una infección generalizada luego de una cirrosis hepática.

Ese 4 de diciembre era domingo, y su Corinthians empató con el Palmeiras, consagrándose campeón.

El equipo se juntó en el centro del campo y le dedicó el titulo.

Homenaje del timao campeón a su amado Sócrates

Con los ojos mirando al suelo por las lágrimas, pero repitiendo el gesto típico del ídolo: el puño cerrado y el brazo en alto, como apuntando al cielo.

 

Ilustración: Marcelo Spoti