[mks_highlight color=»#ff0000″] Por Carlos Fanjul [/mks_highlight]
Cruje Occidente con algunos resultados. ¿Nos invaden los marcianos?
Ya nada es como aseguran nuestros sabios. Los candidatos no ganan o, si lo hacen, sufren mucho más que lo que aquellos vaticinaban.
«En el fútbol, cualquiera le gana a cualquiera», dijo alguien hace mucho, y todos salimos a repetirlo. Cada vez con más frecuencia.
Una de las características de este Mundial de Rusia, en tránsito por la segunda fecha de la primera fase, es que viene ocurriendo precisamente eso: Uruguay le ganó apenas a Egipto y a Arabia, Francia padeció para vencer a Australia, Inglaterra también sufrió para ganarle a Túnez, o Portugal a Marruecos, o España a Irán. Argentina empató con Islandia y Brasil con Suiza. Y, para darle más contundencia a la idea, México sorprendió al mundo derrotando a Alemania.
Antes de intentar alguna forma de análisis, afirmemos rápido que es genial que así ocurra. Cuesta mucho entender por qué ocurre esto en el fútbol, pero lo cierto es que gracias a eso resulta mucho más atractivo y apasionante.
Ahora bien, ¿por qué existe hoy tanta paridad en el fútbol, a pesar de saberse que las calidades futbolísticas de las estrellas no son las mismas en todos los países? Y que el negocio no invierte las mismas cifras en las naciones tradicionales, que en las novatas. Es más: cuando aumentan las inversiones -no siempre santas- que rodean al fútbol, la intención es que los poderosos sean más poderosos y que los sufrientes sufran cada vez más.
Pero, a veces, sucede lo contrario.
Fútbol: Dinámica de lo impensado
Ese fue el título de la obra de un maestro del periodismo, Dante Panzeri, en el que -allá por 1967- remarcaba el sinnúmero de imponderables del juego y, sobre todo, el peso de las cualidades técnicas de los futbolistas por encima de cualquier estudio previo de un partido, o de cualquier poderío económico.
Y es cierto. El fútbol es el único deporte en el que pocas cosas pueden estar escritas desde antes. Pero no es sólo por la calidad de sus jugadores.
En el basquetbol argentino, por ejemplo, se dice que en enero de cada año, cuando cada club sabe cuánto dinero tendrá para incorporar jugadores americanos que hagan la diferencia, de alguna manera se decide más o menos el lugar que se ocupará en la tabla de posiciones. Y, en general, se falla poco. Se tiene dinero para pelear el título, o para andar entre el cuarto y el octavo, y así.
En el rugby internacional, en otro ejemplo claro, casi es imposible que un chico le gane a un grande. Son prácticamente inamovibles los puestos en el concierto mundial, y las alteraciones se dan de una manera muy lenta. Los All Blacks neozelandeses, los Wallabies australianos y los Springbok sudafricanos ocupan el podio hace muchos años y es raro que los logren mover de allí. Lo mismo ocurre en un segundo segmento en el que pueden aparecer Inglaterra, Escocia, Gales, Irlanda o Italia, y hasta nuestros Pumas, que muy de a poco llegaron hasta allí. A veces se da algún resultado que atraviesa las líneas. Pero muy de tanto en tanto.
¿Y por qué es así en esas disciplinas y en el fútbol no?
El secreto está en las piernas
El fútbol se extendió como ningún otro deporte a lo largo del mundo. Buscando razones, uno puede arribar a dos diferentes.
Por un lado, por lo barato que es practicarlo. Con dos piedras para armar arcos y un bollo hasta de papel, se lo puede jugar en cualquier terreno pelado.
Y por el otro, según concluyen los sociólogos, porque resulta un misterio atractivo, y por eso un hermoso desafío, eso de ser el único deporte que se practica con las piernas, en contra de la naturaleza humana de resolver todo con las manos.
Esa extensión ilimitada ha ofrecido, es cierto, un desarrollo desigual a lo largo de la historia. Hay países más futboleros que otros. Sin embargo, también ocurren crecimientos en materia futbolística en aquellos más pequeños y con menor capacidad económica, que más de una vez les pegan a los poderosos un buen susto.
En ese punto sí se meten los negocios: ese desarrollo de la pasión futbolera ha ocasionado que más de un inversor también apueste sus dividendos a sacar ventajas en aquellas naciones no exploradas con la sola intención de vender camisetas, gorritos y demás. Eso, de rebote, pudo haber generado alguna forma de elevación en el nivel del juego en esos lugares.
Además, la llegada de jugadores y técnicos destacados a esos países –también con la intención personal de mejorar sus bolsillos- ha desatado un efecto contagio en los protagonistas locales, que así mejoran y se animan a batallar con las estrellas desde cierta igualdad.
Un cocktail que aparece como uno de los principales argumentos para explicar las actuales muestras de nivelaciones.
Tu técnica ya no me asusta
Mirando esta cuestión desde otro ángulo, vale la pena reflexionar sobre otra secuencia de hechos que se ha dado a lo largo de los años.
Durante las décadas del 60 y 70 se produjo en el mundo entero, y en toda la variedad de disciplinas deportivas, la irrupción de nuevas ideas que llegaron para romper cierta especie de autismo vigente.
Así, se entremezclaron saberes, multidisciplinas, que comenzaron a interactuar en cada deporte.
La preparación física y sus diversas técnicas, la medicina deportiva y los tiempos de recuperación de cada lesión o de prevención de las mismas, la nutrición, la psicología grupal, y el estudio de tácticas y estrategias para encarar de otra manera a cada disciplina, llegaron para quedarse en los deportes. Y todos estos aportes externos potenciaron geométricamente a cada uno de ellos.
El atleta corrió más rápido y saltó más alto, y se superaron de continuo aquellas marcas que parecían congeladas en el tiempo. En el basquetbol, pasamos de resultados finales de 54 a 53 al quiebre cotidiano de la barrera de los 100 puntos. En el rugby ocurrió algo parecido. Y en los demás deportes colectivos el objetivo fundador de cada uno se vio multiplicado.
Curiosamente, ese aporte de nuevos saberes no provocó lo mismo en el fútbol, en el que la esencia del juego -que es la de la de meter más veces que el rival la pelota en el arco enemigo-, no sólo no se vio potenciada, sino que sufrió una merma notoria.
De un promedio de goles por partido que rondaba el 4, se fue pasando a un modesto 2. Y en tantísimos partidos, ni siquiera eso.
¿Por qué en el fútbol ocurrió lo contrario que en las demás disciplinas? Hay que reconocer que no existe ninguna explicación seria para eso.
Se podría decir que las tácticas defensivas superaron a las ofensivas. O que lo físico le fue ganando a lo técnico. Y sería cierto. Pero, a pesar de ello, nadie puede explicar el porqué sucedió así en el fútbol, mientras que en los demás juegos colectivos se producía lo contrario.
No es muy complejo entender que resulta más fácil saber obturar que incrementar la capacidad para crear. «Se rompe en un instante y se construye a una velocidad menor», podría ser la síntesis para que algunos expliquen el caso. «Pero eso sólo sirve para el fútbol», contestarán por allí.
Rondan los platos voladores
Divagues al margen, lo que sí es concreto es que ese incremento de la potencialidad defensiva, y no de la ofensiva, sirvió en el fobal, como en ninguna otra especialidad, para emparejar las cosas.
Pequeñines se animaron a complicarle la vida a grandotes.
Y lo que antes era una casualidad en medio de lo habitual, de a poco se fue transformando en muy frecuente.
A esta altura muchos estarán refutando: “Sí, pero Alemania, Brasil, Italia, Uruguay, Argentina, más algunos invitados de ocasión como Inglaterra, Francia o España, son los únicos ganadores que registra la historia de los mundiales”. Es cierto. Como también lo es que, casi seguro, en este mismo Mundial todo se terminará aproximando a los vaticinios previos.
También es muy probable que tardaremos en ver campeón a un equipo africano o un asiático. ¿Pero cuánto?
Cuánto faltará para que en serio cruja el Occidente futbolero. Para que nos invadan los marcianos.
Tranquilos. A no asustarse todavía. Por ahí falta mucho.
Igual, sugiero seguir atentos la historia, esperando saber en qué país esos marcianos deciden hacer base. Para salir a comprar camisetas y gorritos con otros colores.
Ilustración: Marcelo Spotti