Por Carlos Saglul | Esta semana el Presidente se reunirá con los gobernadores para tratar de hacerlos cómplices de la aprobación del Presupuesto con déficit cero tal como se acordó con el Fondo Monetario Internacional.
Implica, entre otras cosas, hacerse cargo de los $ 43 mil millones de subsidios al transporte que hoy paga la Nación, más $ 14.500 millones del subsidio a la tarifa social eléctrica. Esto se suma a los $ 26.000 millones del Fondo Sojero que sale del 30 por ciento de la recaudación de las retenciones.
Salud, educación, obras públicas, ayuda social se verán afectados. Significará más hambre, desocupación, cierres, miseria.
Mauricio Macri continúa al pie de la letra con las metas nunca cumplidas de Domingo Cavallo. Promete superar la catástrofe social que el recordado “Mingo” timoneó rumbo al estallido.
El jefe de Estado volverá a insistir con el llamado al diálogo para la “unidad nacional”, para transitar “el único camino posible”. Dialogar en base a la existencia de un camino único no es dialogo sino acatamiento incondicional. No es unidad, sino encolumnamiento.
En un relato anacrónico, Macri continúa ofendiendo al sentido común al comparar a la economía nacional con la de una familia que “gasta más de lo que entra”. Hace responsable a la sociedad “de vivir por encima de sus posibilidades” como si demandar transporte accesible, educación, tener un aire acondicionado en verano o calefacción en invierno fuera permitido moralmente sólo para él y su gabinete de millonarios.
Una nación no es una casa de familia. El déficit fiscal puede solucionarse vía emisión sin generar inflación, especialmente en un país con el 60 por ciento de su capacidad instalada disponible. Al contrario, se trata de una inversión que genera trabajo, consumo, producción. El déficit de cuenta corriente -que es el verdadero problema- tampoco se soluciona despidiendo empleados públicos, destruyendo al Estado. La falta de dólares no dejo de ser alentada por los cambiemitas con la destrucción de todos los controles, la compra de moneda extranjera sin tope para el turismo exterior, la remisión de utilidades sin límite de las empresas extranjeras a sus centrales y paraísos fiscales junto a la fuga de capitales y el pago de los intereses de la deuda externa. Un país que no tiene para ofrecer “al mundo” -como le gusta decir al ingeniero- más que porotos de soja y las esperanzas petroleras de una Vaca Resucitada está lejos de obtener los dólares que necesita su economía.
Por momentos, el jefe de Estado muta en señor feudal tratando de convencer a sus vasallos de que abaratar los salarios, eliminar los derechos obreros y humanos si es necesario, convertir a la Argentina en una Nación de esclavos es el precio insoslayable para reencauzar a la economía nacional. Como si pensara que se dirige a súbditos idiotas, el ingeniero dice cosas tales como “el mundo acudió en nuestra ayuda”, “el mundo dejó de creernos”. Esa definición de “mundo” es un relato mentiroso que oculta la rapacidad de capitales golondrinas que vinieron a rapiñar el ahorro nacional, y que deja claro el gran desprecio que el ingeniero siente por el pueblo. El psicópata culpa a la víctima de su destino.
“Pueblo”, en tanto, es una palabra que Macri no suele pronunciar, quizá porque la emparenta con “populismo”. Como buen neoliberal le gusta más la palabra “gente”. Gente solita, “emprendedores” que no importa que hayan nacido pobres o millonarios como él, siempre tienen las mismas posibilidades. ¿Da lo mismo tomar clases en el Cardenal Newman que morir tratando de robarse un paquete de fideos en un supermercado? Él sabe que no. Pero ¿cómo decirle al 80 por ciento de los argentinos que, en el país que su clase sueña, sobran ? Los neoliberales no pueden resolver este problema. La represión, las masacres, demoran apenas esta certeza final.
Los gobernadores no van a escuchar esta semana la propuesta de ningún plan económico. Aquí no hay medida para potenciar la creación de trabajo o la producción nacional. Lo que se buscan son cómplices para ejecutar una hecatombe social inédita.