Por Inés Hayes | La literatura apocalíptica siempre ha contado el fin del mundo que conocemos como parte de una fantasía cercana al terror y a la ciencia ficción, pero ¿qué ocurre cuando ese final que atisbamos todos los días en las crisis políticas, ambientales, económicas y sociales se hace realidad de un día para el otro?
Con honrosas excepciones, como El Eternauta, estamos acostumbrados a leer ficción siembre en clave extranjera y en escenarios desconocidos. En Después de todo, la segunda novela del periodista y escritor porteño Esteban Magnani, atravesamos la ciudad, el Delta y la pampa abierta siguiendo los pasos de personajes que no olvidaremos nunca.
En esta entrevista con Canal Abierto, el autor cuenta cómo surgió la idea de escribirla, sus lecturas inspiradoras y la realidad que lo atraviesa todo, incluso la ficción.
¿Cómo surgió la idea de Después de todo?
-Surge de varias cosas: por un lado, la inquietud por la cuestión ambiental y la urgencia que plantea. También de lecturas muy críticas sobre el estadío actual del capitalismo que estuve leyendo como docente, en especial un texto de Eduardo Grüner. Ahí leí una frase tremenda de Rosa Luxemburgo: después del capitalismo no necesariamente vendrá el comunismo, puede venir la barbarie.
El otro tema es la debilidad creciente de pilares simbólicos del capitalismo, sobre todo la creencia de que el dinero tiene valor. Me pregunté: ¿Qué pasaría si sacaras ese clavo del sistema? Se viene todo abajo. También me gustó la idea de liberarme de las restricciones del periodismo y dejarme llevar: plantear un par de cuestiones y jugar con esas reglas. Por último, la consciencia de que, al final de todo, estamos nosotros mismos, con las mismas preguntas irresolubles, incluso en una situación límite. De todo esto (y más, seguramente), surge Después de todo.
Tu editor dice que siempre escribís durante las crisis, ¿podrías explicar por qué?
– Creo que las crisis son una oportunidad mejor para escribir, para sacarse de encima los miedos, ponerlos en alguna parte, hacer algo con ellos antes de que nos coman por dentro. Poco después de la crisis de 2001 empecé mi primera novela, «Desde la Revolución». Recién en 2009 la terminé, pero ya tenía la mitad escrita en 2005. El 2001 fue un momento de mucha angustia y la ironía me permitió digerirla, por así decirlo.
¿Se puede catalogar a la novela dentro del género de ciencia ficción?
– Parece que sí. Yo no lo sabía, si bien he sido lector de Ciencia Ficción desde chico aunque con decreciente entusiasmo. Para mí la ciencia ficción era la tecnología descontrolada. Pero la que me gusta de verdad es la de 1984, Un mundo feliz… Esas distopías me gustaron mucho siempre, esos mundos imaginarios o no tanto, donde se proyectan tendencias actuales y se las lleva a fondo. Lo otro que me apasionó siempre, desde que leí Tarzán, es el hombre enfrentado a la naturaleza. Por ejemplo, la película que menciono, Into The Wild, me perturbó cuando la vi. Me doy cuenta de lo inútil y pequeño que soy frente a la inmensidad de la naturaleza y enfrentarla aunque más no fuera en la ficción me apasiona.
¿Qué escritores te inspiran dentro de ese género o de otros?
– Me inspiran más directamente tipos como George Orwell. Me gusta mucho la honestidad con la que escribió desde su ficción como Animal Farm hasta Homenaje a Cataluña. Me parecen de una honestidad tremenda. Me gustó mucho Un mundo feliz de Huxley, aunque no me gustaron sus otras cosas. Y me inspira mucho, pero no lo puedo «imitar», o no escribo parecido, Vargas Llosa (el primero sobre todo). Después me gusta el ritmo que tienen los escritores yanquis o británicos: Auster, McEwan, Julian Barnes, Salinger… acción, acción y vos te quedás pensando. Son el opuesto, en general, del escritor típico argentino que desmenuza cada situación, muchas veces en exceso.
De ese ritmo, del uso de las acciones me parece que hay mucho para aprender. De su ironía, su juego. Lo otro es que a mí me gustan los grandes relatos cuando leo: ahora está de modo la microhistoria, chiquita. Es lo que veo en la literatura argentina (al menos la que me llega): una pequeña historia madre e hija, novios, una búsqueda. A veces es con el telón de fondo de la dictadura, por ejemplo, pero aparece borroso. A mí me gusta que la gran historia tenga más presencia. Ahora que lo pienso, en realidad en el apocalipsis de mi novela, el centro es la relación de los protagonistas entre ellos, además de con lo que pasa.
¿Cómo trabajaste la composición de los personajes?
– La verdad que no sé. Es como si estuvieran en mi cabeza en germen y cuando los voy enfrentando a situaciones van respondiendo, se arman. No lo tengo claro.
¿Cómo está siendo tomada por los lectores y lectoras?
– El feedback que tengo, sobre todo de amigos, es que es un libro fuerte. Creo que muchas personas de mi generación ven cosas parecidas al protagonista, que pone en palabras la sensación que muchos tenemos en germen y no nos animamos a enfrentar directamente. Somos conscientes de que no somos los perdedores netos del sistema: podemos pensar, leer, hacer muchas cosas que nos gustan, pero somos el jamón de un sandwich que, si no cambia drásticamente el rumbo, se pierde. Así estamos tironeados entre disfrutar lo que tenemos, que no es poco, y el miedo de un futuro ominoso. Pero no sabemos si ese futuro llegará pronto, dudamos incluso si esta vez la humanidad no pegará otro golpe de timón que nos salve. ¿Esto será más parecido a la crisis de los misiles en la guerra fría o más parecida a la llegada de los bárbaros a las murallas de Roma? ¿Qué sentían los romanos en el año 470 antes de que llegara Teodorico? ¿La veían venir? El sistema crujía, pero los privilegiados no hacían nada: no podía porque las señales del colapso parecían inverosímiles entre tanta comodidad. Las elites suelen ser las últimas en percibir y aceptar que el sistema cruje. Eso ha ocurrido a lo largo de toda la historia de la humanidad: por eso los sistemas colapsan.
Hay un libro de un maestro de la divulgación Jarred Diamond, que se llama Colapso. Ahí analiza por qué algunas civilizaciones no lograron cambiar a tiempo y avanzaron hacia el precipicio, incapaces de cambiar por muchas razones. El capitalismo es un ejemplo: un sistema con vida propia que se come todo lo demás. Así que mis lectores, los que me dan feedback, quedan algo hipnotizados por ver que alguien les muestra lo que hay más allá de lo que se atreven a pensar. La mezcla entre la gran figura y lo que nos pasa a nosotros como individuos. Estos personajes, tan porteños, educados a nivel típico de clase media, enfrentados a barrios como Palermo o San Fernando, que van al Delta, son muy cercanos y fuerzan la pregunta «¿Qué haría yo?». Me parece que es, como mínimo, inquietante.
Foto de portada: Juan Viel