Por Agustín Colombo para Revista Cítrica | Cuando tenía ocho años, a Lucas Tiziano Arias le diagnosticaron agenesia parcial de pericardio con una levocardia extrema. Un nombre difícil para una enfermedad difícil que ahora resume de manera sencilla: le dijeron que su corazón no tenía membrana y estaba fuera de eje. Cada seis meses, Lucas debe venir desde Neuquén, donde vive con su familia, para hacerse un tratamiento en la Fundación Favaloro y el Hospital Italiano.
Al dolor de conocer la enfermedad de Lucas, su familia le sumó el dolor de no saber —no tener— cómo pagar los gastos que implicaba tratarlo: costear una estadía de 21 días en la Capital cada seis meses, que encima siempre sería en las vacaciones de invierno y en las de verano, los momentos en que Lucas no iba a la escuela. Pero como su hijo lo necesitaba y la necesidad motoriza, Mónica, su mamá, empezó a moverse. Y así, a través de un diputado provincial, llegó al Bauen. Fue hace tres años, cuando Lucas tenía ocho y la vida puso a él y a su familia frente al miedo lógico de iniciar un tratamiento a 1.200 kilómetros de su casa.
Cada seis meses, Lucas debe viajar desde Neuquén para hacerse un tratamiento por su enfermedad del corazón. Cada vez que viene, el Bauen le otorga una habitación sin ningún costo
“Desde la primera vez que fuimos, ellos me ayudan, me apoyan y sobre todo me contienen. Yo viajo sola con el nene porque mi marido trabaja. Y no es fácil estar en Buenos Aires así”, dice Mónica desde Neuquén. Cada vez que viene con Lucas, la cooperativa que gestiona el Hotel le otorga una habitación sin ningún costo. “Y hasta nos sirven el desayuno como si pagáramos”, agrega Mónica, angustiada porque sabe que el Bauen corre peligro. Y porque sabe que sin el Bauen, el tratamiento de su hijo podría ser interrumpido.
Una mañana cualquiera en la entrada del edificio
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Casi desde que tiene memoria, Nahuel Basualdo concibe a Buenos Aires como la gran ciudad en la que Elsa y el Tucu lo llevan a pasear con su mamá Fabiana y su papá José por la Avenida Corrientes, comer pizza o encontrar lo que no encuentra en San Cristóbal, su pequeña ciudad en el centro norte santafesino. Pero para Nahuel, Buenos Aires es también la ciudad donde tratan su xeroderma pigmentoso, una rara enfermedad caracterizada por una sensibilidad extrema a los rayos del sol. Si el diagnóstico de Lucas sucede cada tanto, el de Nahuel ni eso: su caso es el único en toda Sudamérica.
Nahuel tiene 15 años y desde los dos años está condenado a vivir en la oscuridad. A esquivar el sol. Incluso a esquivar algunas luces artificiales. Cada vez que viaja de San Cristóbal a Buenos Aires, su familia debe calibrar el horario del micro: salir de noche, llegar antes del amanecer.
Nahuel sufre xeroderma pigmentoso. Su caso es el único en Sudamérica. Una vez, los trabajadores del Hotel lo vieron en la televisión: desde ese día, el Bauen lo recibe y lo contiene en sus viajes a Buenos Aires
Un día, hace mucho, Nahuel salió en televisión. América TV hizo un informe con su enfermedad y su historia. En una sala del Bauen, el televisor estaba prendido en ese canal. Luego de ver el informe, varios trabajadores del Hotel se pusieron a conseguir el teléfono de la casa de Nahuel. Cuando lo consiguieron, llamaron para ponerse a disposición.
“Le descubrimos la enfermedad cuando era un bebito. Nos tratamos mucho tiempo acá en Santa Fe, pero después nos derivaron al Hospital Garrahan”, recuerda José. Cuando Nahuel encontró al Garrahan, también encontró al Bauen. Y a Elsa y el Tucu: dos trabajadores del Hotel que lo atienden de manera casi personalizada cuando está en Buenos Aires. “Hace seis años que lo adopté: ha pasado a ser mi nieto del corazón”, cuenta emocionada Elsa.
El Bauen es, sobre todo, un espacio de trabajo. Hay 200 familias que dependen de ese ingreso
Como sucede con Lucas y su madre Mónica, el Bauen le ofrece a Nahuel y su familia hospedaje y comida gratuita cada vez que tienen que quedarse en Buenos Aires para realizarse estudios. La última vez fue en febrero. “Nahuel pasó a ser uno más. Estamos muy agradecidos con todo lo que hacen. A nosotros no nos conocían y nos abrieron las puertas”, remarca José, que corta el pasto en la municipalidad de San Cristóbal, aunque ahora una hernia de disco no le permite trabajar.
En estos días turbulentos, Federico Tonarelli camina a las apuradas por el hall y los pasillos del Hotel. Atiende llamadas de números desconocidos, casi siempre periodistas o productores de medios, y cuenta lo que ya sabe de memoria: el intrincado legajo judicial del Hotel y la nueva avanzada para desalojar a la cooperativa que lo recuperó. En el frenesí de sus idas y vueltas, llamadas, mensajes y pedidos hay algo que lo detiene, que le devuelve la calma: la carta de Lucas, la situación de Nahuel. Los ojos de Tonarelli se ponen vidriosos y trata de contar por qué hacen lo que hacen. «Desde siempre, nuestra cooperativa no sólo piensa en garantizar las fuentes de trabajo, sino en realizar acciones cotidinas de solidaridad. Por eso destinamos gratuitamente una cantidad de plazas y una cantidad de horas en salones por mes para aquellas personas o grupos que necesiten de nuestra ayuda. Estamos convencidos de que debemos hacer eso: es parte de nuestra construcción político social. Y en definitiva es lo que permite que la cooperativa viva rodeada de solidaridad cada vez que tenemos un inconveniente», asegura.
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Las historias de Lucas y Nahuel son dos entre muchas otras. Ellos le ponen nombre y apellido a algo que se sabe y se dice, pero que a veces queda en una abstracción: la función social del Bauen. La importancia de tener un Hotel que desde hace 16 años pone a las personas y a sus historias por encima de cualquier tarifa. “Nos quedaríamos afuera nosotros y mucha más gente. Mi hijo Lucas no podría seguir el tratamiento. ¿Cómo hago para pagar 21 días de hospedaje?”, se pregunta Mónica. “Sabemos que sin el Bauen se nos va a complicar. No vamos a tener donde parar. Dios quiere que no los desalojen”, pide José.
«Nos quedaríamos afuera nosotros y mucha más gente. Mi hijo Lucas no podría seguir el tratamiento. ¿Cómo hago para pagar 21 días de hospedaje?», se pregunta Mónica
Esta faceta que el Hotel desarrolla sin pretensiones de que se conozca, por el sólo hecho de ayudar, quizás sea tan importante como las 200 personas que se quedarían sin trabajo si la jueza Paula Hualde da curso al expediente judicial y ordena el desalojo del edificio. Es el brazo invisible de esta cooperativa: las personas que dependen de ella no por un vínculo laboral, sino por un vínculo humano.
Un espacio cooperativo
La noción de un Hotel de puertas abiertas no sólo se da en casos como el de Lucas o Nahuel. Si hay algo que caracterizó a la cooperativa desde que gestiona el edificio de Callao y Corrientes es que tomó como propios dos valores fundamentales del cooperativismo: ayuda mutua y solidaridad. Lo tenemos muy en claro las cooperativas que funcionamos dentro del Hotel: La Poderosa, El Descubridor, La Dignidad y nosotros, la Revista Cítrica.
Durante la vigilia del 8A, en 2018, el Hotel sirvió para que miles de personas se refugiaran del frío y la lluvia.
Foto: Mariana Varela
El Bauen, lejos de ser sólo un Hotel, es un complejo que aglutina diferentes experiencias de autogestión y trabajo. Lo sabe mejor que nadie el actor Manuel Callau, el presidente de la cooperativa de gestión y producción teatral El Descubridor, que en pocos meses recuperó un viejo pub abandonado del subsuelo para crear una sala con capacidad para 70 personas. “Si queremos transformar las cosas tenemos que protagonizar. O lo hacemos nosotros o no lo hace nadie”, siempre afirma Callau. “Debemos seguir resistiendo y defendiendo todos los puestos de trabajo que existen aquí. Y además debemos seguir produciendo, generando arte y cultura para toda la población”, añade el productor y docente Lorenzo Juster, quien también integra El Descubridor.
El Bauen combina la función social y cultural como pocos espacios lo hacen en la Argentina. Contra eso también es la embestida judicial, empresaria y política.
La trama judicial
El edificio de Callao y Corrientes tiene 15 mil metros cuadrados y es, a simple vista, una fruta codiciada para cualquier grupo empresario. Mucho más para la familia Iurcovich, los antiguos dueños del Hotel, que lo construyó, lo vendió dos veces, lo abandonó y ahora lo reclama. Según contó Santiago O’Donell en una investigación que publicó en 2007 en Página 12, en reuniones privadas, Marcelo Iurcovich se jactaba de haber construido el Bauen sin haber puesto un peso. “Corría el año 1978 y sus contactos con el contraalmirante Carlos Alberto Lacoste, entonces presidente del EAM 78, y con el brigadier Osvaldo Cacciatore, entonces intendente municipal, le permitieron acceder a un crédito del banco Banade para la construcción del Bauen. Según los abogados del Banco Nación, que absorbió la cartera tras el cierre del Banade, Iurcovich nunca pagó ese crédito. Según declaró Iurcovich en el 2003, no sólo había pagado cuatro millones al banco, sino que por incumplimientos varios el banco le debía dinero a él”. Marcelo Iurcovich murió, pero su hijo Hugo y demás familiares se encargaron de pergeñar alrededor del Hotel una intrincada maraña de testaferros, empresas fantasmas, offshores y ventas ficticias que continúan hasta el día de hoy.
Nahuel y Lucas son el brazo invisible de esta cooperativa: las personas que dependen de ella no por un vínculo laboral, sino por un vínculo humano
Desde la franqueza de sus trabajos cotidianos, entre 2015 y 2016, los trabajadores del Bauen se valían de esa deuda que el grupo empresario tomó y nunca le pagó al Estado argentino, en aquel tiempo a través del Banade, para impulsar el proyecto de ley que declaraba de utilidad pública las instalaciones del edificio, las expropiaba a favor del Estado y se las entregaba en comodato a la cooperativa de trabajo que lo gestiona desde 2003. “Favorece exclusivamente a un grupo particularizado, sin traducirse en un beneficio para la comunidad en general”, fue el argumento que utilizó el presidente Mauricio Macri para vetar esa ley ya aprobada por las dos cámaras.
Lucas, Nahuel y sus familias son acaso los ejemplos más contundentes del beneficio que le aporta el Bauen a la comunidad. Pero Macri no conocía —nunca conocerá, porque no le importa— sus historias.
El edificio de Callao y Corrientes se convirtió, en estos 16 años, en un ícono de autogestión, trabajo y solidaridad. Ilustración: Juan Fuji