Redacción Canal Abierto | Muchas primeras veces le quedan por vivir, todavía, a la joven democracia argentina. Este 10 de diciembre –con la asunción de Alberto Fernández, a la Presidencia, y Cristina Fernández como vice– será la primera transición de gobierno, desde el retorno democrático, que ocurre sin sobresaltos. La primera que un gobierno no peronista completa su mandato. Y, quizá, la primera que una crisis económica encuentra una salida a través de las urnas.
Y es que la sociedad argentina ha aprendido de sus fracasos y sus heridas, y ya no concibe «un horizonte autoritario», explica el politólogo, sociólogo, escritor e investigador del Conicet Gerardo Aboy Carlés. Por eso, el gobierno que asume hoy enfrenta varios desafíos.
¿Cómo encuentra parada a la sociedad argentina la presidencia de Alberto Fernández?
–Creo que hay una gran carga de expectativas, lo cual también va a ser difícil para un gobierno que asume en una situación muy complicada, tanto en lo económico como en lo político, porque recrear una cultura de acuerdos políticos y sociales es bastante dificultoso después de tantos años de no darse este tipo de prácticas. Pero, al mismo tiempo, esa expectativa tan fuerte también es la que permitió tener esta transición que fue muy tranquila en términos de paz social.
El gobierno de Alberto va a tener la dura tarea de saber administrar esas expectativas y, aun cuando no pueda darles una respuesta cabal, va a tratar de marcar simbólicamente en forma muy clara que hay un cambio en el camino elegido.
¿Y hay una cuota de esperanza como parte de esas expectativas?
–Se abre una cuota de esperanza, como con todo gobierno nuevo, aunque con éste está un tanto magnificado por ciertos sectores importantes de la sociedad argentina que se sintieron muy maltratados durante el macrismo.
¿Está preparada esa esperanza para toparse con los límites de la realidad? Porque la mayoría de los economistas plantean un escenario difícil y sin grandes mejoras en lo inmediato…
–Va a depender, en buena medida, de la inteligencia de la nueva administración. Se la va a esperar, por lo menos de tres a seis meses de gracia se le van a dar, pero en ese tiempo tiene que quedar muy claro un cambio de rumbo respecto de lo que fueron los últimos años. Por supuesto que esto no va a ser completamente homogéneo: pedidos y demandas insatisfechas va a haber. Pero yo confío en que, en la medida de que la administración de Alberto y Cristina Fernández dé señales de otro camino, uno más inclusivo, menos perjudicial para algunos sectores de la sociedad, esa esperanza pueda mantenerse sin eclosionar.
Más allá de lo económico, ¿hay otra herencia macrista? ¿El macrismo ha modificado cosas en el imaginario social argentino en estos cuatro años?
–Hay algunas cosas que se podrían pensar positivamente, como puede ser el cuidado y el papel dado a la reconstrucción de las estadísticas públicas. Pero también es cierto que en alguna medida el fracaso en materia económica en la administración de Mauricio Macri lo llevó a que su único camino fuera marcar una distancia abismal con la gestión anterior. Y en ese sentido hay una herencia que a mí me resulta un tanto más preocupante: el gobierno de Cambiemos se recostó cada vez más en los aspectos más radicales, más extremistas, de una parte de su electorado: la mano dura, la puesta en cuestión de toda política social, la crítica a los docentes públicos, al sistema de ciencia y tecnología, y así alimentó algunos bolsones autoritarios que estaban presentes desde siempre en la ciudadanía y los trató de movilizar políticamente. Esta suerte de reorganizar o realimentarse de algunos de los peores sentimientos de la sociedad argentina deja un legado peligroso para la convivencia que va a ser muy necesario que sea remoldeado. Uno de los desafíos deseables, tanto de la próxima administración como de quienes hagan política opositora a ella, será la pacificación de este extremismo de derecha que ha sido movilizado a lo largo del último año y medio.
¿Y hay punto de contacto para tender algún puente con esos sectores, para subsanar lo que llamaron «la grieta»?
–Hay que distinguir, porque muchas de las críticas a «la grieta» parecen serlo a posicionamientos políticos muy distantes. Y puede haberlos, de hecho es sano que los haya. Para el electorado, para la alternancia. Pero de lo que hablamos es de otra cosa: es de tener un afecto social que, aun cuando existan visiones absolutamente distintas acerca del futuro deseable, uno se sienta parte de un proyecto común con el otro.
En este sentido, el papel de Alberto Fernández, en la medida en que él no está tan asociado a este quiebre, es central. Porque, ciertamente, el último tiempo de Cristina en el poder también había alimentado este quiebre. Depende de él pero también, en parte, de los procesos de renovación que haya en el seno de la oposición, que no es algo monolítico.
¿Se abre un escenario donde el radicalismo se revise a sí mismo y retome banderas que parecen olvidadas en su alianza con el PRO?
–No creo que haya novedades de inmediato pero me parece que, sin duda, el radicalismo va a vivir un proceso de redefiniciones. Y vamos a ver cómo sale de ese proceso. Pero ojo: me parece que también en sectores del PRO va a haber un fenómeno similar, tampoco ahí hay una mirada homogénea. No creo que los posicionamientos que ha tomado, por ejemplo, Emilio Monzó a lo largo de los últimos dos años sean exclusivos de él, está manifestando algo más.
No te lo imaginás a Macri como líder de la oposición…
–Creo que, en todo caso, se va a tener que ganar ese lugar. No lo podemos descartar, porque sobre todo en los sectores más extremistas ha despertado una adhesión importante, pero él nunca se ha colocado como líder de una coalición política más amplia que fue la que ganó en 2015, sino como dirigente de un partido. Va a haber una larga digestión de este proceso, y de este fracaso, que está abierta. También es cierto que en la medida en que Alberto tenga más dificultades, Macri se va a fortalecer. Dependerá mucho del éxito de la actual gestión que Macri tenga o no chances.
A la luz de lo que pasó con la Justicia estos últimos cuatro años, ¿cómo ves la institucionalidad argentina?
–Horrible, pero pasa en muchos lugares. Estamos viviendo procesos lamentables en Ecuador, en Bolivia, en Brasil, pero es básicamente un problema de la política. No estoy hablando de los casos de corrupción, pero acá se ha judicializado cualquier tipo de medida de gobierno y se ha usado a la Justicia como un arma más del repertorio político cotidiano. El macrismo agudizó problemas que ya traía el kirchnerismo en su último periodo: acá han volado por los aires Cámaras federales.
Es necesario un acuerdo político, que se respeten los concursos, y se dé estabilidad a los jueces sin tener esta espada permanentemente encima de poder ser sometidos a presiones o connivencias con los servicios de inteligencia o con el Poder Ejecutivo.
Entonces, ¿a qué obedece que el pueblo argentino, a diferencia de otros países de la región, haya encontrado una salida institucional al neoliberalismo?
–Hay dos cosas. En primer lugar, creo que en Argentina hay un sentimiento antiautoritario muy fuerte que viene desde el tipo de fundación política que hubo en el 83. Aún en una situación de crisis muy fuerte y de caída de un gobierno con movilización como hubo en 2001, nunca hubo en el horizonte una alternativa autoritaria. ¿Por qué eso no se da ahora? Porque tenemos una contención social que no teníamos previa a 2001, y al mismo tiempo la sociedad hizo un aprendizaje muy fuerte de algunas de las consecuencias que el 2001 tuvo en su vida cotidiana. Esas dos cosas explican esta transición ordenada que se ha logrado vertebrar.