Redacción Canal Abierto | “Las ciudades no son cualquier territorio en el que el hombre no actuó, como podría ser una montaña. A las ciudades hay que pensarlas como fenómeno socio-espacial”, sostiene Silvio Schachter, arduo investigador de la vida en las grandes urbes.
Arquitecto, urbanista y ensayista, Schachter reflexiona sobre las condiciones de vida que nos llevaron hasta aquí, un 2020 que nos encuentra recluidos y aislados para resguardarnos de un virus que ocupa las calles. Pero, sobre todo, piensa en cómo estas condiciones dificultan las medidas sanitarias necesarias, y complejizan –al mismo tiempo- sostener la cuarentena y salir de ella.
¿Alguien está pensando las ciudades?
–Salvo La Plata y la experiencia de Federación, no han habido ciudades planificadas en la historia argentina. Hubo localización de núcleos de producción industrial en el primer cinturón próximo a la Ciudad de Buenos Aires. Aquel modelo industrial fordista se expandió y fue creciendo, cinturón tras cinturón, a medida que encontraba tierra y lugar, mayoritariamente en dirección al sur. Se trataba de un paradigma productivo que hacía que una persona se jubilase en el primer empleo que obtenía de muy joven. Eso se quebró: ahora las cosas no se producen en el mismo lugar, con bicicletas que se ensamblan, con productos que se fabricaron en siete u ocho países diferentes. Antes, una plaga tardaba meses en pasar de una ciudad a otra; hoy, con este capitalismo y esta globalización, vivimos el just in time.
¿Cómo influyó ese quiebre en la forma de vida de la gente?
–Los cambios en las formas de producción han generado enormes modificaciones habitacionales. Esta megalópolis que hoy es la Ciudad de Buenos Aires hace que la gente tenga que recorrer enormes distancias para buscar trabajo, por ejemplo. Esto tiene grandes consecuencias: le roba tiempo de vida, sobretodo.
¿Y eso qué consecuencias trae en un contexto de pandemia como el actual?
–Todas las epidemias están relacionadas con la ciudad y las formas de vida en ésta. Una de las cuestiones que se están pensando ahora respecto de una flexibilización de la cuarentena es: ¿qué hacemos? ¿Cómo viaja la gente? No es lo mismo que tengas que viajar 2 horas, hacer 50 kilómetros, en un transporte público donde siempre hay picos de hacinamiento; o vivir en una ciudad donde te movés caminando, en bicicleta o en un transporte de 10 minutos, donde la cuota de riesgo de contagio es infinitamente menor.
El cómo vivimos resulta peligroso en sí mismo…
–Una de las condiciones de peligrosidad de este virus son las prevalencias de salud, y uno de los rasgos principales es el sistema respiratorio. En el centro de la Ciudad de Buenos Aires, de lunes a viernes, hay el doble de polución recomendada por la Organización Mundial de la Salud.
¿Se puede decir que nuestras condiciones de vida modifican nuestra exposición a la enfermedad?
–Son muy disímiles las condiciones en que cada familia atraviesa esta cuarentena, desde la cantidad de metros cuadrados hasta los servicios básicos que tiene o no. El 46% de las personas que viven en villas no tienen agua corriente, cloacas, gas. El concepto de salud tiene que ser pensado de forma integral. El que no tiene agua o cloacas, el que vive hacinado, va a ser el primero en sufrir la enfermedad.
En San Pablo, un estudio dio que el 14% de la gente no tiene ni jabón para lavarse las manos. Los que piensan en campañas de prevención, muchas veces funcionarios, lo hacen desde su lugar de clase. De hecho, cuando se piensa en estos barrios muy humildes, siempre la ayuda es de contingencia. Está bien, pero no alcanza.
¿Qué se puede hacer, en lo inmediato, desde el Estado?
–Surge esta idea de la cuarentena en el barrio, porque para muchos es imposible quedarse en casa. Es una mirada que viene primando en varias ciudades de Latinoamérica. Suena muy mal la palabra, pero es una especie de ghetto. Eso no quiere decir que sea posible aislarlos. En los barrios humildes el virus va a entrar, no hay dudas.
¿Qué políticas podrían ir en el sentido de mejorar esta situación?
–La política tiene que ser la descentralización, no hay otra manera. Sacar actividades de un lado y llevarlas a otro. Argentina tiene la paradoja de ser uno de los países más extensos del planeta, pero con un tercio de población en Buenos Aires, un territorio relativamente pequeño. Ni siquiera San Pablo o México DF –la megalópolis más grande de América- tienen esas proporciones en relación con sus países. Y esa proporción crece. Entre otras cosas, por la lógica del mercado. Con una mayor homogeneidad en su distribución demográfica, este país tendría mejor calidad de vida.
¿Cómo se cambia esto?
–La ciudad construida no se puede modificar por ley, tiene un tejido que ya fue metabolizado. Es más, en la Ciudad de Buenos Aires el año pasado se aprobó un Código de Edificación que no sólo no plantea resolver los problemas, sino que todas las medidas que supone redundarán en una agudización.
¿Entonces?
–Una posibilidad es no hacer ciudades nuevas, sino replantearse la vida en otras ciudades que ya existen, que funcionan medianamente bien en relación a lo que es la megalópolis. Un plan regulador, de modificación. Y no hablo de la planificación como se pensaba en la época del 50, 60, de la Modernidad, tipo Le Corbusier, donde un grupo de arquitectos se sentaba en una mesa con algunos políticos y diseñaban desde ahí. Hablo de planificación en un ida y vuelta con los actores sociales. Requiere muchísima atención y son planes a largo plazo. Y en nuestras ciudades, en nuestros países, con esta idea de que el mercado es el que arma, el que dinamiza la vida social y económica, nadie se anima a trabajar sobre esto en profundidad.
La pandemia ha puesto negro sobre blanco cuál es el tipo de ciudad que construyó el mercado, el negocio inmobiliario. Estamos en un momento de urgencias, pero eso no puede bloquear que pensemos a corto y mediano plazo para que esto no se vuelva a repetir. Si no lo hacemos, la ciudad va a seguir funcionando de la misma manera, prestándose como un espacio para el desarrollo de nuevas epidemias y otros fenómenos. Hay que empezar a pensarlo ahora.
[mks_toggle title=»De pandemias y ciudades» state=»open»]Puestos a pensar sobre antecedentes de plagas por estas tierras, Schachter se remonta a un siglo y medio atrás, pero las consecuencias de aquella peste se ven aún en la Buenos Aires de hoy.
“La epidemia de 1871 en Buenos Aires significó casi 14 mil muertes para una ciudad con 175 mil habitantes –relata-. Además, aquella peste produjo una reacción urbana particular: se concentró en la zona sur, donde residía un sector de la oligarquía y la burguesía incipiente, que debió moverse hacia el norte porque se suponía que era zona más aireada (las teorías sanitaristas hacían fuerte hincapié en que la calidad de vida mejoraba cuando habían buenas corrientes de viento, espacios amplios, etc.). En ese momento empezó a construirse la división clásica del norte y el sur. Entre otras cosas, aquella epidemia llevó a la creación del cementerio de Chacarita”.
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