Redacción Canal Abierto | Escenarios emblemáticos de las grandes metrópolis desiertos. Gente con distintos tipos de máscaras protectoras. Controles a los automóviles realizados por personal dentro de atuendos similares a los de un astronauta. Cuerpos en las calles o quemados porque los cementerios no dan abasto. Estas imágenes no fueron recogidas tras una tarde de maratón de películas de ciencia ficción, sino de los noticieros de los últimos meses.
Las medidas de aislamiento y control implementadas en las distintas naciones trajeron aquellas postales posapocalipticas a la cotidianidad de nuestras vidas. Más de una vez nos planteamos la idea de estar viviendo una historia distópica, de ciencia ficción.
¿Es esto así? ¿Este género planteó que algo así ocurriría? ¿Qué salidas vio a la problemática?
“En 200 años la ciencia ficción ha producido tantos textos que siempre acertó con algo. Se podría decir que este tema de la pandemia está tratado casi abusivamente, porque hay muchísimas obras sobre esto. La primera que se recuerda es una obra de Mary Shelley –creadora de Frankenstein–, quien en 1826 escribió El último hombre, una obra en la que el mundo se acaba a partir de una epidemia. La más reciente es Estación 11 de Emily St. John Mandel, publicada en 2014, sobre una epidemia de gripe originada en Estados Unidos”, detalla Pablo Capanna, escritor, investigador y acaso la voz más autorizada en nuestro país a la hora de hablar de ciencia ficción. “Entre estos dos siglos se ha escrito de todo”.
“Como esta pandemia viene de China, uno recuerda un libro poco mencionado de Jack London, a quien muchas veces encorsetamos como autor de libros de aventuras y juveniles, pero que también escribió bastante ciencia ficción. London escribió una novela corta en 1910 de la que nadie se acuerda: La invasión incomparable, un texto bastante cínico, en el que uno no termina de darse cuenta si está a favor en contra de lo que propone. Se trata de un genocidio por parte de las potencias europeas para neutralizar a China y Japón, a las que ven como potencias del futuro. Entonces hacen un cerco y siembran una cantidad de enfermedades infecto contagiosas. Uno se queda con la duda de si el autor está a favor o lo pinta como un grotesco. En lo personal, quiero creer esto último. Pero lo llamativo es que todo se refiere a China», agrega Capanna.
Por su parte, el guionista de historietas Federico Reggiani plantea que “uno podría pensar que son dos tipos de apocalipsis los imaginamos los humanos: los que tienen enemigo y los que no. De todas formas, hay una cosa que escribió Susan Sontag, y es que tenemos mucho placer en imaginar cómo se rompe todo y en un punto no importa demasiado el enemigo”.
Mañana es peor
Más allá del tópico de aventuras –cuyo mayor exponente es Julio Verne–, en los últimos años el universo dominante en la ciencia ficción es la distopía. Lejos de los idearios de la modernidad, según los cuales el progreso tecnológico traería bienestar a la humanidad, estas narraciones plantean un futuro de catástrofe, destrucción e hipervigilancia.
“En un futuro poscapocalíptico”, comienzan muchas reseñas de solapas de libros o películas. El posapocalipsis implica la idea de que previamente hubo un apocalipsis.
¿Por qué son estos los tópicos que ganaron predominancia y no otro tipo?
No abundan, por ejemplo, comedias de enredos ambientadas en el año 4236, en las que la tecnología existente imaginada para ese momento tenga un rol en las confusiones que motoricen la acción. Quizá una muestra podría ser la segunda entrega de la saga de Volver al futuro, pero tampoco evitó un (entonces futuro) 2015 en el que las cosas necesariamente iban para peor.
“Esto ocurre, en buena medida, porque es fácil”, aventura Reggiani. “Uno necesita algún tipo de conflicto para contar una historia. La estructura clásica marca que se presenta una situación que se rompe y el relato versa sobre cómo se lidia con esa ruptura o cómo se vuelve al estado inicial. Pero tiene que haber algo que se rompa. Entonces, supongo que es muy aburrido contar ideas idílicas sobre qué o dónde nos lleva el futuro. Me pasa a mí, que me considero optimista, le tengo bastante cariño al homo sapiens y no creo que hagamos las cosas tan mal. Pero aún así, puesto a inventar una historia, elijo hacerlo con una plaga o algo así porque es un conflicto muy fuerte que después te da muchas líneas para tratar de solucionarlo”.
¿Por casa como andamos?
“Yo abordé las dos vertientes”, plantea Fernando Spiner, director de La Sonámbula (1999) y Adiós Querida Luna (2003), a quien el confinamiento interrumpió el trabajo de posproducción de su película Inmortal, que «casualmente concide en algunas cuestiones con este momento que vivimos. En la película hay una dimensión paralela en la que los muertos pueden seguir vivos. Es una especie de Buenos Aires totalmente vacías porque está en construcción. Así que estas escenas que vemos de manera virtual con calles vacías y desoladas se asemejan al escenario de esta película, que filmé en diciembre de 2018 y estuve todo el año pasado posproduciendo».
En La Sonámbula, “la hipótesis proyecta hacia el futuro cuestiones dramáticas del pasado, pensando que los militares ganaron la guerra de Malvinas y ahora ejercen un control social despiadado y a través de unos experimentos producen pérdida total de la memoria en una parte importante de la población. En ese caso con Ricardo Piglia y Fabián Bielinsky, que son quienes colaboraron en la escritura del guión, lo que pensamos fue hacer una película de ciencia ficción, pero además tomarlo como una gran oportunidad para hablar de la dictadura militar cuando ya había muchas películas realistas relacionadas con ese tema y conscientes de que es un tema importante para nuestra sociedad. Así que nos largamos a ese camino. Lo que pusimos como distópico era de algún modo una realidad creciente, porque el control de los medios sobre las personas al punto tal de poder ver los sueños de las personas y controlarlos es algo que vivenciamos cotidianamente”, explica el director.
“Por otro lado, también exploré otra vertiente con Adiós querida Luna, una película de astronautas muy bizarra que surgió a partir de una obra de teatro de Sergio Bizzio. También partía de una hipótesis delirante: una nave argentina que va a hacer estallar la luna porque hay una teoría de un científico argentino -según la cual- de ese modo se equilibra el eje terrestre y los desastres climáticos dejan de existir. Después hay una historia de traición muy propia de nuestro país, en la que el gobierno los traiciona y los deja varados. Ahí ellos enloquecen y la película enloquece con ellos y se transforma en una comedia musical. Un delirio que pudimos hacer en el medio de una de las grandes traiciones de la historia argentina como fue la crisis de 2001. Se hizo sin dinero, con lo que teníamos a mano”, narra en relación a su segundo film.
El Eternauta es sin duda el gran relato de ciencia ficción ideado en estas pampas, producto de la pluma de Héctor German Oesterheld y los lápices de Francisco Solano López. En la historieta publicada en entregas entre 1957 y 1959, la novedad era la existencia de una narración del género ambientada en escenarios que sus lectores porteños recorrían en su cotidianeidad.
“Una de las cosas originalísimas que tiene El Eternauta es haber descripto una buena parte de la invasión sucediendo dentro de una casa. No es una cuarentena, pero de alguna manera se asemeja a esto porque por lo general, cuando ocurre algo así en las historietas, todos salen afueran a pelearse. La historieta clásica tenía una cosa muy física, lo que la vuelve menos dada a la cosa más contenida de quedarse adentro”, sostiene Reggiani.
Reggiani fue el responsable del argumento de Tristeza, una historieta dibujada por Angel Mosquito y presentada en dos partes de ocho episodios cada una entre 2011 y 2013 en la segunda etapa de la Revista Fierro. Allí se narraba una situación posapocalíptica a partir de una pandemia que las vacas transmitían a los humanos: “la epidemia fue en sí misma una excusa, daba lo mismo porque en realidad lo que a uno le interesa es ver como los humanos se las arreglan para reconstruir su vida. Lo más interesante de inventar catástrofes es en realidad inventar modelos de sociedad. Hay que ver qué sale de esto, esperemos que no sea una catástrofe tan grande que nos obligue a reinventar tanto”.
El presente ya llegó
Algunas imágenes recogidas durante el aislamiento obligatorio al que se ve sometida gran parte de la población mundial contrarían las del imaginario distópico. Además de la convivencia social, otra víctima de la situación apocalíptica era la naturaleza, por lo general arrasada. Esto solía generar conflictos en relación a la posesión y manejo de los recursos naturales. Sin embargo, hoy día hubo quien incluso precipitó la idea de que los peces pudieran volver a nadar en el Riachuelo o en Venecia.
“La carretera es una novela de Cormack McCarthy, buenísima pero intolerable. Ahí un padre y su hijito tratan de sobrevivir en un mundo devastado no se sabe por qué. Al final, creo que porque el propio escritor no toleró lo insoportable que era su novela, hay una escena en la que aparece un pescadito en el agua, dando así la idea de que la vida vuelve. Hay otra novela de la década del 50´, La tierra permanece. Ocurre algo, no recuerdo si una peste o una explosión nuclear, y los sobrevivientes van volviendo a lo largo de varias generaciones a cierto estado de naturaleza. Ahí aparece esa cosa de que somos una capa muy fina sobre el planeta y si nos rompemos la naturaleza ni se entera”, recuerda Reggiani.
Para Capanna, “ese crucero varado es un símbolo de estos tiempos. La gente que ahorra durante meses o años para hacer un crucero, se embarcan donde tienen entretenimientos y se dan todos los gustos y de golpe quedan abandonados porque alguien se contagió y no pueden bajar a tierra y no los quieren en ningún país. Es dramático. Volvemos a la segunda guerra mundial, cuando los judíos que escapaban de Alemania no podían desembarcar en otro país porque todos tenían miedo de que Alemania reaccionara. Eso es muy dramático. Esa gente me da muchísima pena, no porque esté peor que otros, sino porque habían comprado una ilusión que quizá sigan pagando en cuotas y ahora están en un infierno. Es un poco lo que nos pasa a nosotros, pero en ellos se nota más”.
Futuros eran los de antes
A medida que las sociedades avanzan, y con ella los descubrimientos y novedades tecológicas, muchas historias imaginadas como relatos de ciencia ficción dejan de serlo. A los viajes a la luna imaginados por Verne o Georges Melies hace más de un siglo, hoy los leemos en libros de historia o los vemos en documentales que muestran el alunizaje de Neil Armstrong. Si se abona a la hipótesis de que ésta fue una puesta en escena, es entonces 1984, la distopía que George Orwell imaginó en 1948, la que cobra realidad.
¿Cómo afectará al proceso creativo en este género tras las escenas aportadas por la pandemia del coronavirus?¿Qué nuevos mundos habilitará esta situación ahora que no pertenece al mundo de la imaginación?
“La verdad es que desconfío mucho en general de los disparadores de la realidad inmediata. Sobre todo cuando uno vive cómodo. En lo personal, estoy pasando la cuarentena encerrado en una casa cómoda, con agua para lavarme las manos todos los días. Hacer una épica de esto e parece un poco injusto con un montón de gente que está pasándola mucho más complicada en el presente y con otras catástrofes. Corremos el riesgo de que se nos llene de relatos que le pongan una épica a algo que todavía no la tiene. En lo personal, me gustaría más leer imaginaciones más desatadas en vez de esta obligación de estar concentrado en la propia casa, me gustaría más que genere relatos que sucedan en cualquier lado antes que relatos infinitos sobre gente que camina por el interior de su casa”, plantea Reggiani.
Por su parte, Spinner afirma que “la distopía no tiene límites, por lo que podemos contraparafrasear a Luis Alberto Spinetta diciendo que todo tiempo futuro podrá ser mucho peor ilimitadamente. Así que no creo que ese sea un problema ni tampoco es que uno disfrute de la distopía, creo que es un género literario y cinematográfico muy interesante por su potencia política, pero no deja de ser siempre una aventura en el futuro. Ese es uno de sus grandes atractivos».
“Ya se ha escrito tanto sobre esto que no hay variaciones originales. No se puede pensar mucho todavía. Va a cambiar la cultura en general. Los escritores van a ser un poquito más cautelosos a la visión del futuro que proponen. Uno escucha opiniones de todo el mundo y no hay nada constructivo ni demasiado serio. La gente dice lo que siente, peor nadie tiene una visión de esto porque nos tomó a todos por sorpresa. Y no tenía que tomarnos por sorpresa porque si hay tantos escritores y científicos del cambio global, de la crisis climática y de todos los males que tenemos en circulación, teníamos que tener más consciencia de que estos podía ocurrir y no la teníamos, estábamos pensando en el último chiche tecnológico”, aventura Capanna.
Por Manuel Rodríguez