Por Carlos Fanjul | “¡Lindo el autito! ¿Y donde pensás ponerle el inodoro?”, ironizaba Timoteo buscando que el joven jugador aprendiera que el automóvil de lujo, que su bolsillo ya podía comprar, de nada iba a servirle mas adelante para lo importante de la vida.
“Sabés que pasa –te explicaba con la docencia que no paraba de desparramar-, cuando las piernas lo saquen de la Primera, lo único que lo va a proteger es la casita que se haya podido comprar. Ya vi muchos pibes que aparecen, explotan, y se van al ratito por la puerta del costado”.
Por eso, el Mago Garre contó que en Ferro varios dejaban sus autos importados a cuatro o cinco cuadras del estadio, o Negro, Mario Saccone de Gimnasia aceptó sin protestar que debía devolver el último modelo a la agencia donde lo acababa de comprar.
De Carlos Griguol ya se ha escrito todo por estas horas. No hace falta garabatear nada más. Todos los textos han coincidido en su condición de Maestro. Pero ¿qué era lo que enseñaba ese tipo sin guardapolvos pero que igual dejaba a cada paso algo para que te acompañe por el resto de la vida?
Eso, ni más ni menos que eso. Timoteo había aprendido de su propios maestros del pueblito cordobés de Las Palmas que la vida rara vez iba en sintonía con los escasos momentos exitosos, que era otra cosa la que te iba a salvar, y que esa otra cosa era lo bien que hubieras aprendido en materia de valores. Y eso lo desparramaba con esa infinita paciencia del que sabe que las buenas cosas solo se van atesorando muy de a poco.
Y siempre bien lejos de lo que tan poco le gustaba que era el ruido estridente de las cámaras y los micrófonos.
Claro que, como era un viejo reo, se movía como pez en el agua frente a los periodistas, para, con la cara pícara o alguna frase graciosa, dejar picando el titulo buscado.
Había que prestarle mucha atención para darse cuenta que lo verdadero, lo más profundo, no estaba en ese ratito mediático, sino que aparecía varios días después, y, solo con algunos, con una frase bajita como al oído, y que en seguida era entendida como algo no publicable para el ávido cronista que buscaba la noticia. Frase solo dicha para que uno también aprenda algo.
En todas estas horas de dolor por la partida del Viejo, la historia más repetida fue aquella del ‘Iagui, vas a salir campeón de la concha de tu hermana’, lanzada a uno sus pibes preferidos a segundos de haberse hecho expulsar por una protesta pavota. Gimnasia necesitaba ganar ese partido contra Ferro para llegar a la última fecha con el mismo punto de ventaja que tenía. Por suerte para el Yagui Fernández, un rato después Lagorio iba a conseguir sobre el final el gol que todos necesitaban.
Lo que muy poquitos pudimos observar fue la paternal lavada de cabeza que le hizo al ‘Iagui’, un rato después de terminado el partido en los pasillos del estadio verdolaga. Ahí sí la cosa fue más grave, más profundas, para ser aprendida para siempre. Le habló de lealtades, de fallarle al colectivo, a sus compañeros. Le enseñó de la vida y sus valores, tranquilo, mansamente. Sabiendo que podía hablar libremente ante algunos mirones que entendíamos lo severo del momento. El Yagui lo miraba con ojos abiertos, y carita de hijo al que están retando porque rompió la maceta. Al final rieron juntos, cuando el Yagui le recordó que ni hermana tenía.
Al otro día el Viejo cumplió con la formalidad periodística de disculparse con el ‘Iagui’ por lo de la hermana, pero sabiendo que lo otro, lo verdadero, ya estaba en las alforjas de ese pibe que había sido un chambón.
Un año después, a Timoteo le iba a pasar algo parecido con el Pepe Albornoz, cuando el Lobo se aprestaba también a encarar la última fecha con enormes chances de campeonar. ‘Esta vez me aseguré de que tuviera hermana’, sonrió pícaramente en la zona de vestuarios, luego de insultar fuertemente a su delantero por haberse hecho expulsar.
Los árboles de Estancia Chica
A este cronista le tocó compartir el día a día de Timoteo en sus tres tiempos en Gimnasia. Ya era un Griguol afamado por sus logros en Central y Ferro. Cuatro títulos engordaban su valija. Uno como jugador en Atlanta, y tres como entrenador, del Canalla primero, y un par con su amado Ferro en el ’82 y el ‘84. En el Lobo iba a merecer y arañar la conquista cuatro veces seguidas (’95, ’96 y en los dos torneos del ’98), pero sin conseguir el objetivo buscado. Igual, por eso, volvió en dos ocasiones más y aún sigue siendo amado como el mejor entrenador que pasó por Estancia Chica.
Eran otros tiempos, y a ese increíblemente bello predio de Abasto uno entraba casi sin restricciones. Eran también los primeros tiempos del diario deportivo Olé, que le exigía a sus corresponsales no perder nunca contra los diarios locales, so pena de rajarte a la calle a fin de año si seguido salías un día después que los competidores lugareños. Así que uno tenía que estar seis días por semana husmeando por los espacios verdes del centro de entrenamientos tripero. No había vueltas si quería mantener el laburo.
Eran otros tiempos, decíamos, pero también otras formas del ejercicio periodístico. Algo así como el momento en que se comenzaba a instalar el cambio entre el respeto por la verdad y la persona entrevistada, a esta avalancha de micrófonos metidos hasta la garganta de los protagonistas para que digan cualquier cosa. Y mucho mejor si esa ‘cualquier cosa’ permite utilizar la dos palabras mas usadas en las redacciones del hoy, como son ‘polémica’ o ‘insólito’. Detrás de las cuales todo desprevenido hace click para entrar a develar esa curiosidad generada.
En los ’90 aún no era del todo así. Por eso se daban entrenamientos con la libre presencia de dos o tres periodistas –siempre los mismos-, y conversaciones súper tranquilas, sin grabador prendido, debajo de alguno de los frondosos árboles del lugar. Como tomándose el tiempo el Viejo, para que también los periodistas aprendieran un poco.
Más de una vez te aclaraba el contenido de un entrenamiento, solo para que el domingo cuando vieras a su equipo, tuvieras mejores elementos para entender si se había conseguido lo trabajado o no. Era un aprendizaje constante.
El mejor alumno y el mejor Maestro
De tanto escuchar vivencias, hasta personales, alguna vez surgió una conclusión, que tiempo después el que escribe se animó a contar en los micrófonos de Radio Provincia, en La Plata: Carlos Griguol debería ser considerado como el alumno más parecido al máximo icono de la historia del otro club de la ciudad, Osvaldo Zubeldía.
¿Se imaginan los lectores la catarata de insultos que se repitieron por semanas desde ambos sectores? ¿Cómo que Griguol y no Bilardo? ¿Cómo que a nuestro Timoteo lo mezclan con ese otro de los pinchas?
Y sí, que le vamos a hacer. Como dijo el también maestro catalán: ‘Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio’.
La historia, nunca demasiado detallada en público, indica que allá por el ‘57, los muy jovencitos primos Mario y Timoteo Griguol debutaban en la primera de Atlanta, equipo por el que andaba dando sus últimas volteretas un ya medio veterano Osvaldo Zubeldía. Los bohemios eran un club que ya había comenzado por esos tiempos a transitar la idea de formar jóvenes valores, que generalmente luego eran vendidos a los grandes del fobal criollo.
Por allí surgieron también las primeras experiencias de concentrar algún día más antes de los partidos y de diversos trabajos tácticos que iban a cobrar fama una década después. Allí, el pibito Timoteo fue mandado a la misma pieza de Osvaldo, quien lo adoptó de entrada al cordobecito que venía empujando para ganarse un lugar. Juntos consiguieron el único titulo del club de Villa Crespo: la Copa Suecia de 1958 (un torneo de transición para hacer tiempo hasta el Mundial de ese año). En ese equipo, estaban además los jóvenes Mario Griguol, el arquero Martín Errea, Alberto González (Gonzalito), que iba a triunfar en Boca, y el futuro mejor artillero del país, y amigo para toda la vida de Timoteo, Luisito Artime.
Desde ese tiempo, hasta el final de los días del Zorro de Junín, la relación con Timoteo fue casi la de padre a hijo, y el Viejo la recordaba siempre emocionadamente cuando la tranquilidad de Abasto daba para la conversa larga y serena.
Es más, en esas charlas futboleras Griguol contó algo sorprendente –también reflejo de otros tiempos-: en sus primeros pininos como entrenador de Central, con el que iba a consagrarse en el ’73, Griguol conversaba cada semana con su Maestro, en ese instante técnico de Vélez, y casi juntos diseñaban al plan de juego del equipo rosarino. Algo así como ‘que le parece Osvaldo si hago tal o cual cosa’…
Esa relación prosiguió hasta el último día de Osvaldo, allá por inicios de la década del ’80 en una tarde soleada de Medellín, a la salida del hipódromo. Unos días antes habían charlado de cómo le iba a uno en Ferro y al otro en el Atlético Nacional de aquella ciudad colombiana.
Aclaremos que cuando decimos aquello del alumno más parecido, nos referimos a un rasgo distintivo de Zubeldía, y que continuó Timoteo casi como calcado, en eso de formar con mucho tiempo y paciencia a valores jóvenes, antes que andar gastando plata en incorporaciones generalmente de escaso suceso.
Bilardo, claro continuador en Estudiantes de los éxitos de su maestro y también, como Timoteo, de su mirada estudiosa de los aspectos tácticos, siempre resultó capo en eso de detectar figuras que le sirvieran a su idea de juego, mucho más que de dedicarle varios torneos de consolidación a una joven promesa.
Para los más jóvenes, vale recordar que Zubeldía, por los ‘60, se tomó su tiempo para esperar a una categoría estudiantil que salió campeona en años sucesivos en Cuarta, Tercera, Segunda (hoy Reserva) y al final del recorrido también en Primera división, para comenzar un ciclo que lo llevaría a lo más alto del mundo.
“Cordobés antiguo”
“Chiquito haceme hablar bien”, reía Timoteo.
Griguol nunca en su vida perdió la forma de hablar que traía de Las Palmas. Un hablar atravesado y campechano típico de su pueblito de la infancia. “Es un cordobés antiguo’, seguía riendo con picardía. Había que entenderle esas formas para ser veraz con lo que iba queriendo decir. Frases llenas de cortes, interjecciones y lunfardos lugareños, que nunca contenían intenciones de maldad o desprecio, aunque no siempre quedaran del todo bien a la hora de ser escuchadas a la ligera.
‘Esteeee como es”, achicando la ‘s’ hasta casi no decirla, era como un latiguillo obligado antes de la continuación de la idea. ‘Pirincho’, ‘chambón’, o ‘blandito’ aparecían a cada rato al hablar de cualquier pibe que iba apareciendo. Y aunque no sonaran muy académicas, uno sabía que jamás contenían intención de desprecio.
Como el Olé exigía una nota semanal, los seis días en Estancia Chica servían para ir acumulando frases que eran publicadas todas juntas en un solo envío antes de cada partido. Quedaban siempre unos textos cargados de cosas interesantes. El Viejo reía porque ‘el chiquito me hace hablar lindo y de corrido’.
El otro día le comentaba a unos amigos que el Viejo hoy no podría haber convivido con este formato periodístico de hacerle desmedido honor a alguna frase textual, aún sabiendo que no expresa lo que el autor quiso enfatizar. Como ejemplo, vale mostrar el reciente ‘por qué carajo me haces esa pregunta’ de Gallardo, que salió en tono de enojo en todos los medios cuando en realidad el entrenador de River, que sí dijo esa frase, lo hizo reflexionando en tono amable con un periodista amigo con el hablaba de la ansiedad que rodea al fútbol. El textual escrito y el audio de la conversación, no solo no tienen nada que ver, sino que demuestran la necesidad de polémica que hoy reina.
Con el Viejo, hoy se hubieran hecho un festín destructivo, con aquel hablar atravesado y complejo de seguir, aunque siempre amable y coloquial.
Los silencios
En su último periodo en Gimnasia ya a Timoteo le costaba más llenar esos silencios para completar una frase. El mal que lo iba a acompañar hasta su último día, empezaba a demorarle el habla. Pero no sus ideas.
La tarea de sus ayudantes Gabriel Perrone y Víctor Marchesini (los esposos de Mariana y Karina, sus hijas mayores) era más relevante y necesaria.
Sin embargo, su presencia con los pibes nuevos contenía los mismos valores de siempre. Lucas Licht, Lucas Lobos o Diego Herner recibían la misma paciente formación docente que antes había mostrado el Viejo con Leandro Cufre, Chirola Romero o Mariano Messera. Sin apurarlos para que se vayan moldeando y aconsejando todo lo que fuera necesario para crecer cuidados.
Alguna vez le pregunté porque no dejaba a Messera de titular y lo mandaba al banco ante el furor de los hinchas. ‘Se tiene que enojar más cuando lo saco. El día que me mire mal, ahí lo dejo fijo de titular’, reía. Semanas después, bajito al oído, siempre sabiendo que eso no era para publicar ya mismo, chamuyó al pasar: ‘Hoy me miró como para pegarme, ya está para jugar el domingo’ y así ocurrió de ahí en más con el hoy técnico tripero.
Lo había formado. Se había tomado el tiempo, pero el pibe ya estaba listo para triunfar.
Ayer partió un docente con todas las letras. De esos que te enseñan sin que nada los apure, para que te quede bien grabado. De esos que piensan más en qué te dejan, aunque sepan que, tal vez, no te saquen lo que buscaban.
Volá alto Viejo Maestro, que allá también hay un montón de ‘pirinchos’ con ganas de aprender…