Por Manuel Rodríguez | Podrían iniciarse estas líneas aventurando que un disco con el ángel caído como concepto debía necesariamente tener un nonato que lo precediera. Más si el número en la discografía de estudio es uno con alto contenido cabalístico en sangre. Algo de esto hay en Luzbelito, séptimo opus de estudio de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, de cuya aparición se cumplen durante estos días 25 años.
Tras el doble Lobo Suelto Cordero Atado que tres años antes los había consagrado como el número musical masivo por excelencia, la banda liderada por el Indio Solari, Skay Beilinson y la Negra Poli se encaminaba a un nuevo trabajo con algo de continuidad y otro tanto de disrupción.
Así como en la placa doble se incluían en la discografía oficial un puñado de temas que hacía años (algunos, décadas) eran conocidos por los seguidores a partir de grabaciones piratas o por sus ejecuciones sobre el escenario, su sucesor iba a estar compuesto exclusivamente por otras canciones de la misma característica. La diferencia es que la banda estaría acompañada por Metaleira Mantequeira, una orquesta de vientos de Brasil, con la que la banda comenzó a trabajar en el verano del 95.
Tras unas semanas en San Salvador de Bahía y San Pablo grabando esas viejas gemas junto a Néstor Madrid, un antiguo integrante del grupo radicado hacía años en el país vecino, ese plan inicial fue abortado y de él sólo sobrevivieron los dos tracks cuya diferencia sonora respecto al resto de las canciones es contundente.
Se trata del Blues de la libertad y de Mariposa Pontiac/Rock del país, fragmento de un popurrí de inéditos que se completaba con El gordo tramposo y Un tal Briggitte Bardot en la épocas inicales. Esta versión había sido adelantada dos años antes, en la presentación del 14 de mayo de 1994 en el estadio Huracán. No fueron pocas las almas que esa noche en Parque Patricios quedaron varadas en su viaje musical esperando los dos últimos momentos del clásico enganchado.
Los nueve tracks restantes constituyen una forma iniciada con el trabajo anterior: a partir de Lobo suelto… los discos de los Redondos dejan de ser una simple colección de canciones para articularse en un concepto. Este criterio se prolongará en los dos discos siguientes de la banda.
“El infierno de Luzbelito es un espejo para nuestra vergüenza. Somos hijos de multivioladores muertos. Somos los hijos de puta que van a beber de sus aguas y, ya sabemos, los hijos de puta no descansan nunca”. Esa bienvenida de infierno dantesco es el preámbulo para las canciones que girarán en torno a un personaje marginal con alegorías del mito bíblico de Luzbel, el ángel caído.
“Luzbelito se encarna en esos pibes de los barrios desangelados, de esos lugares donde entre su circunstancia real y ese mundo que tienen que aprender hay un abismo, y yo creo que es doloroso ese tránsito. Sin embargo, por una característica propia de Los Redondos, si uno lee bien la última canción, por ejemplo, hay un cierto optimismo. Y yo creo que es el optimismo del guerrero, es el planteo de esperar lo mejor y prepararse para lo peor”, declaraba el Indio Solari en una de las pocas entrevistas que brindaban en ocasión de la salida de un material nuevo.
Luzbelito aparece una década después de Oktubre, el disco canónico de la banda. Con este comparte la disrupción en el sonido de los Redondos. Ambos dan un volantazo en la propuesta estética de la banda. La diferencia es que el de 1986 durará solamente ese disco. Un baión para el ojo idiota continúa la ruta propuesta en Gulp. Con características particulares de cada disco y época, hasta Lobo suelto… hay una continuidad.
No solamente no hubo retorno de Luzbelito, sino que el cambio sonoro se profundizó en Ultimo bondi a Finisterre y Momo sampler. El sonido se vuelve más denso y oscuro y se abandona el formato clásico en el que la voz va adelante de los instrumentos: desde ese momento la voz de Solari irá amalgamada con la banda superponiéndose en distintas capas. El saxo de Sergio Dawi, elemento característico de la identidad sonora de la banda, queda relegado a dos temas: Me matan limón y Cruz diablo. El tema parcialmente homónimo, Luzbelito y las sirenas funciona como brújula de la atmósfera que invadirá el disco.
“Yo no sirvo para los gestos conservadores. Y en ese momento de la cultura rock la novedad eran las texturas, ya no las melodías ni la performance. Lo que te arrimaba a la fuerza a la electrónica como modelo, que al principio era rudimentaria pero aún así interesante. Yo quería lograr un mix”, recordaría el vocalista calvo en los diálogos con Marcelo Figueras que conformaron su autobiografía Recuerdos que mienten un poco.
Con Luzbelito Patricio Rey culmina su cosecha de hits. Los mencionados Me matan limón y Mariposa Pontiac/Rock del país se suman a la inevitable oda a las bandas ricoteras, más cerca de un himno de consumo propio que de una que sepamos todes como Juguetes perdidos, para constituir las últimas ofrendas que la banda hace al cancionero popular argentino. Con excepción del primero de los nombrados en este párrafo y de La dicha no es una cosa alegre, el estribillo brilla por su ausencia.
También pasa a la historia por ser el principio del fin del tándem Solari-Beilinson como algo más que una marca de fantasía. Ultimo bondi… da comienzo a la era Luzbola, el estudio que el cantante montó en su casa de Parque Leloir. A partir de entonces el sampleo y la edición comienzan a reemplazar la sala de ensayo y, junto con Momo Sampler, opus final de Patricio Rey, constituye una transición a la carrera solista del Indio.
Luzbelito tiene también la característica de ser el único trabajo que no fue tocado en actuaciones en lo que hoy llamamos AMBA. Tras los conciertos de Huracán de fines de 1994, el grupo comenzó una diáspora que lo llevó por distintos puntos del país, incluso a lugares a los que no iban los números grandes del rock nacional.
Este recorrido tiene hitos épicos como los recitales en la disco Go! de Mar del Plata, unas semanas antes de la salida del CD en cuestión, y para el que se repartieron volantes con las letras de los nuevos temas y pantallas para que quienes no llegaban a entrar pudieran seguir el show desde la calle; y la prohibición en Olavarría o el recital bajo el agua en Tandil. Es en las coberturas periodísticas de esos conciertos cuando se deja de hablar del fenómeno artístico y los cronistas empiezan a esbozar teorías sociológicas de café en torno a las bandas ricoteras.
“Lo que tienen los chicos es esa misma indignación que teníamos nosotros cuando empezamos esto. Peor, además, hoy hay rabia, que nosotros no teníamos. Y un público rabioso te tolera porque vos no hacés fantasmas con la imagen. No porque vos le estés marcando un norte, un camino, una línea de acción clara. Por eso el último grito de Luzbelito es `este asunto está ahora y para siempre en tus manos nene´”, manifestaba Solari modelo 96 en esa misma entrevista rescatada por Mariano Del Mazo y Pablo Perantuono en su libro Fuimos Reyes.
Todos estos cambios fueron acompañados también desde la gráfica y packashing diseñados por Rocambole y el estudio platense Grafikar. Si bien el formato de un dibujo para cada canción había sido inaugurado en Lobo suelto… la novedad de Luzbelito consiste en la incorporación de formatos no tradicionales.
Así, Rocambole supo explotar la plástica no solo desde la ilustración sino desde el objeto. Una salida que sería nodal para la venta de discos ante la incipiente llegada del CD grabable. De esa forma, si bien uno podría tener el contenido en igualdad de condiciones de calidad con el original, el tener un objeto irreproducible de manera casera funcionaba como incentivo para comprar el disco. Ni Solari ni Beilinson en sus respectivas carreras solistas volverían a utilizar cajitas de acrílico para sus producciones.
La tapa era ilustrada con la foto de la escultura con la que el artista plástico responsable de la pata visual del grupo ponía en realidad a la criatura nacida del ingenio de Solari. La foto de un esclavo africano fue el punto de partida para la escultura. En el sobre interno y en el estampado del CD algunas caras se adivinan entre las llamas que ilustran los distintos infiernos.
“Encontré una foto de un esclavo yanqui de 1800 y pico, que había podido escapar y después lo recapturaron. Era un negro gigante al que lo agarraban con una cadena en el cuello. Me quedó grabada su expresión. La dibujé varias veces y no me daba, entonces probé hacer una escultura, con arcilla, y me salió. La tuve guardada mucho tiempo en una biblioteca. Un día se me ocurrió que el nombre Luzbelito remitía a luz y vela. Le puse una vela en la cabeza a la escultura, la encendí y se derritió la cera”, reveló el artista en su libro Arte, diseño y contracultura.
Luzbelito siguió haciendo de las suyas hasta con su propia figura: en una muestra de la obra de Rocambole para la banda realizada en el pasaje Dardo Rocha de la Plata, la estatua fue robada. Su aparición tampoco pasó desapercibida: ocurrió en el barrio platense de La Loma, días antes de que el Indio Solari iniciara su carrera solista a unas cuadras, en el Estadio Único de la ciudad que vio nacer a Patricio Rey.
La situación dio pie a una serie de chistes al respecto: en la gráfica que anunciaba el show en Santa Fe de diciembre de ese año, la ilustración del personaje apareció con la leyenda «buscado». Unos años después de la recuperación, Rocambole volvió a presentar su obra en el mismo lugar. En vez de la escultura original, fue dispuesta una mesa con muchas miniaturas de Luzbelito para que el día del cierre cada asistente pudiera llevarse el suyo sin necesidad de incurrir en una actividad delictiva.
Su última morada no fue el atelier del artista: finalmente fue donado a un contribuyente al financiamiento colectivo del libro Arte, diseño y contracultura. Más tarde, devendría otros formatos con los que el arista financió otros proyectos: miniaturas, llaveros y hasta mates con la forma del personaje.